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Entre la derrota y la amenaza

hace 5 horas
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  • Entre la derrota y la amenaza

Por Alberto Sierra - @albertosierrave

Las reacciones de Gustavo Petro ante la inminente derrota del progresismo en Chile, registradas el mismo día en que las urnas confirmaron una victoria amplia de la derecha y la elección de José Antonio Kast como presidente, no son simples excesos retóricos. Leídas en conjunto, sus palabras configuran un patrón inquietante: cuando el voto no confirma su ideología, deja de ser democracia y pasa a ser tragedia moral. No se trata de un error aislado, sino de una forma de concebir el poder frente a la disidencia electoral.

Hablar de “vientos de la muerte”, convocar a “resistir con la espada de Bolívar en alto” y denunciar censuras imaginarias —expresiones tomadas de dos publicaciones realizadas por el presidente en su cuenta de X— no es análisis político. Es la construcción deliberada de un clima emocional. Un presidente no describe hechos: agita emociones. No identifica responsables ni causas: siembra miedo. No invoca instituciones: invoca gestas. El lenguaje deja de ordenar la realidad y pasa a movilizar pasiones.

En el segundo pronunciamiento, el salto es aún más grave. Petro niega la alternancia democrática al afirmar que “el péndulo no vuelve” porque el pueblo chileno “siempre fue progresista”. Si el electorado cambia de opinión, no ejerce soberanía: “elige su Pinochet”. El adversario deja de ser rival político y se convierte en “nazi”, “hijo de Hitler”, “demonio contra la vida”. La deshumanización sustituye al argumento y la política se convierte en cruzada moral.

Ese lenguaje no es inocuo. Cuando un gobernante define al contradictor como el mal absoluto, clausura la convivencia democrática. La historia enseña que la deshumanización precede a la violencia, y que el relato del asedio —“vienen por nosotros”— es la coartada clásica de los autoritarismos para justificar excesos futuros. Primero se degrada la palabra; luego se relativiza la regla.

El recurso a la censura completa el cuadro. Petro insiste en que sus mensajes fueron “bloqueados”. No prueba persecución; instala un marco: si pierde influencia o respaldo, no es por errores propios sino por conspiraciones. Así se deslegitima cualquier límite, cualquier crítica, cualquier resultado adverso. La responsabilidad política es reemplazada por la victimización permanente.

Hay, además, un reemplazo deliberado de la política por la mística. Arauco, Neruda, astros, océanos y demonios ocupan el lugar de los datos, las razones y las instituciones. El presidente ya no argumenta: profetiza. Y cuando la profecía sustituye al debate, el poder se vuelve personalista y la deliberación pública se empobrece.

Conviene decirlo con claridad: estos mensajes no hablan de Chile. Hablan de Colombia y de 2026. Son el ensayo de un libreto que desconoce la alternancia, que convierte la derrota electoral en amenaza existencial y que prepara a la audiencia para “resistir” si el voto no acompaña. La advertencia no es alarmista; es preventiva.

La democracia no se defiende con espadas ni con épicas de asedio. Se defiende aceptando reglas, límites y resultados. Un presidente está llamado a bajar la temperatura, no a incendiarla; a explicar, no a demonizar; a respetar el voto, incluso cuando no le favorece.

Con la elección del domingo, Kast se confirma como presidente electo por mayoría. Mientras algunos confunden la derrota electoral con la idea de que perder elecciones equivale a la muerte y que ganar fuera del progresismo es fascismo, la democracia pierde su voz. La intimidación verbal no es debate: es preludio de autoritarismo.

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