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Creo que podemos tener optimismo en las avenidas de crecimiento que tiene Antioquia en contraste a Nuevo León.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
En febrero de 2023, Elon Musk y Samuel García, gobernador de Nuevo León, realizaron un anuncio que parecía marcar un punto de inflexión para México: la inversión de USD 4.500 millones por parte de Tesla para construir una nueva planta en las afueras de Monterrey, la que parecía ser la cúspide del “nearshoring” en el norte de este país.
La capital de Nuevo León se ha consolidado como epicentro de la relocalización de la producción de muchas compañías globales que buscan trasladarse desde China para facilitar la exportación a Estados Unidos, una tendencia que se ha acelerado debido a las crecientes fricciones entre las dos mayores economías del mundo.
El boom del nearshoring en Monterrey, desde donde escribo esta columna, se percibe en las calles: los pilones de tres nuevas líneas de metro en construcción bloquean parte de la vista urbana, las ampliaciones de vías generan tráfico constante, y pancartas anuncian la construcción de seis carreteras nuevas que conectarán la ciudad con el resto de México y la frontera con Estados Unidos, que queda apenas a dos horas. En San Pedro Garza, que los locales insisten en destacar como el código postal más rico de América Latina, uno no parece estar en el mismo país.
Aunque Monterrey, la segunda ciudad de México, con su marcada vocación empresarial e industrial, comparte algunas similitudes culturales con Medellín, las diferencias se hacen evidentes al compararnos en qué tan profundo tenemos el bolsillo: en 2023, el estado de Nuevo León reportó un PIB per cápita ajustado por PPA de USD 43.000, más del doble que Colombia y casi dos veces el promedio de México, una cifra que lo coloca a la par de países como Croacia, Polonia o Portugal.
Sin embargo, después de unos días explorando su modelo de desarrollo y conversando con distintos actores de la región, mi envidia se ha moderado un poco: aunque el norte de México ha encontrado una mina de oro con el nearshoring, su estrategia a futuro se percibe frágil.
Según una encuesta del banco central, el 98% de las nuevas inversiones en el país se motivan por la cercanía a Estados Unidos y el 90% por el bajo costo de la mano de obra, mientras que solo un 15% se atribuye a condiciones favorables del gobierno para hacer negocios. Esta ventaja podría desvanecerse ante una posible guerra comercial con un nuevo gobierno en Estados Unidos, así como por la creciente competencia de países centroamericanas y del sudeste asiático que ofrecen costos laborales aún más bajos. Pero más delicado todavía: una ventaja competitiva que se sustente exclusivamente en la baja productividad (salarios bajos), no parece ser el mejor modelo para apostarle al desarrollo en el largo plazo.
Creo que podemos tener optimismo en las avenidas de crecimiento que tiene Antioquia en contraste a Nuevo León. Según “Antioquia Emergente” —un proyecto conjunto de Breakthrough, Comfama, EAFIT y Proantioquia— nuestra región tiene una ventaja comparativa en industrias creativas y en empresas medianas que exportan en segmentos long-tail, nichos especializados de alto valor. Mientras que en Antioquia el 40% de las exportaciones proviene de empresas con menos de 250 empleados, en México esta cifra es solo del 5%. Además, las industrias creativas y la manufactura long-tail, que representan apenas el 20% de las empresas antioqueñas, generan más del 50% de los empleos formales con salarios superiores a cinco salarios mínimos: un marcado contraste con un modelo de exportación mexicano sustentado en mantener bajos costos laborales y en economías de escala.
Si bien el desarrollo de Monterrey y Nuevo León es impresionante, en lugar de aspirar a la imposible tarea de imitarlos, Medellín y Antioquia deberían seguir apostando por consolidarse en los sectores en los que ya han demostrado ser competitivos: prometen un camino más sólido para el desarrollo a largo plazo.