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Nueva era boliviana

El mismo monstruo de la inestabilidad política que se llevó a Evo, a antecesores y a sus sucesores, puede tragarse a Paz. Los bolivianos son impacientes con sus líderes.

hace 3 horas
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  • Nueva era boliviana

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Bolivia empieza una nueva etapa. Un camino no transitado en dos décadas. Le apuesta a dejar atrás la influencia que tuvo Evo Morales y su vinculación al Socialismo del Siglo XXI.

El nuevo presidente del país andino, Rodrigo Paz, se quejó de la condición en la que encontró las oficinas, desguazadas tras su triunfo, y convirtió el hecho en un símbolo del paso de sus antecesores por el Ejecutivo. Lo que descubrió -dijo Paz- es una “cloaca de dimensiones extraordinarias”. “Lo que nos han dejado no tiene ni el valor de llamarse Estado tranca (bloqueador-obstructor)”. La frase, pronunciada en rueda de prensa, cerró su primera semana de gobierno en la que sus ministros publicaron en redes sociales videos de oficinas desmanteladas, con bibliotecas y gabinetes vacíos, sin la documentación mínima para hacer un traspaso de poder.

Evo Morales subió al poder en el 2005, en la cresta de una ola de izquierda hemisférica que, en su versión más radical, contó con el apoyo ideológico y monetario de una Venezuela chavista y multimillonaria. Sus gobiernos, sostenidos además desde la transformación de la constitución para permitir reelecciones sucesivas, ahondó en la idea de un Estado plurinacional y una estabilización económica que, en sus primeros pasos, fue bien vista incluso por organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En el 2016 cuando Evo insistió en otro referendo para una nueva e ilegal reelección, se profundizó el declive del MAS (Movimiento al Socialismo) que terminó con su caída y siguió con el gobierno de la opositora Jeanine Añez -acusada de golpista-. Para el 2020, en otra carambola boliviana, el MAS regresó al poder en la figura de Luis Arce, pero finalmente la pelea intestina en la izquierda -con Arce por un lado y Evo por otro- dinamitó el partido y facilitó, el pasado octubre, el ascenso de Paz. Con el fin del dominio del MAS cayó la última ficha del dominó del socialismo del siglo XXI tras el autoritarismo de Caracas y la salida del poder del ecuatoriano Rafael Correa, refugiado en Bélgica desde el 2017.

Los primeros movimientos de Paz se enfocaron en reconstruir los vínculos con Washington. Anunció acuerdos con la DEA -expulsada en el 2008- e insistió en que su prioridad es que Bolivia “vuelva al mundo”. El político, del partido Demócrata Cristiano, habla de un capitalismo que reduzca cargas tributarias, de la descentralización del presupuesto en un país desigual y una drástica apretada del cinturón para hacer más pequeño el Estado.

Pero el trabajo está lejos de ser sencillo. El mismo monstruo de la inestabilidad política que se llevó a Evo, a sus antecesores y a sus sucesores, puede tragarse a Paz. Los bolivianos son impacientes con sus líderes. Son conocidas las disputas entre fragmentos de una nación que no se reconoce como unitaria. El nuevo presidente no puede dar un paso en falso o, más pronto que tarde, escucharemos la inconformidad social que bloquea carreteras y pide su dimisión.

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