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En un simbolismo grotesco, que no pasó desapercibido, el día elegido para las votaciones coincide con el de las celebraciones por el nacimiento del fallecido Hugo Chávez.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
El muy politizado y chavista Consejo Nacional Electoral de Venezuela definió el 28 de julio como la fecha en la que se celebrarán las elecciones presidenciales que pretenden encontrar el sucesor de Nicolás Maduro o, como esperan las toldas rojas del Partido Socialista Unido de Venezuela, darle brochazos de institucionalidad a la permanencia del heredero mediocre. En un simbolismo grotesco, que no pasó desapercibido, el día elegido para las votaciones coincide con el de las celebraciones por el nacimiento del fallecido Hugo Chávez. La decisión de los venezolanos que hasta hoy se pronostica manoseada tiene como gran protagonista a María Corina Machado, opositora inhabilitada por el evidente temor que despierta en el poder rojo sentado en Miraflores desde hace un cuarto de siglo.
Los meses que vienen y, en últimas, el día señalado, servirán como radiografía para el posicionamiento democrático de los gobernantes del vecindario. Desde el grito adolorido de la derecha hasta los sofismas de la izquierda que se niegan a soltarle la mano a un viejo amigo caído en desgracia. Con la notoria excepción de Gabriel Boric, en Chile, que desde sus primeros días como presidente fue contundente al condenar la forma y el fondo antidemocrático del chavismo, personajes como Andrés Manuel López Obrador o Gustavo Petro se escudan en un falso respeto por asuntos internos de otras naciones, actitud que no sostienen cuando meten de lleno sus ojos y sus bocas en las decisiones que los incomodan por gobiernos de otro signo político en América, Europa o Asia.
Más indignante aún es el caso de Lula Da Silva quien, respetado como un hombre que desde la izquierda tiende puentes de entendimiento con sectores de la derecha, se muestra siempre complaciente con Maduro y calla ante los excesos de Caracas. Él mismo, que se nombró víctima de una persecución política de Jair Bolsonaro que lo tuvo en la cárcel cerca de dos años, le dice a Machado que no es “tiempo de llorar” por la inhabilitación y que debería dedicar su tiempo a la búsqueda de un nuevo candidato. La frase, anacrónica y machista, sesgada e insultante, pesa por lo que dice y por lo que calla. El curtido político conoce muy bien la imposibilidad de su propuesta porque entiende a la perfección la envergadura de la corrupción venezolana. Sabe, como lo sabe medio mundo, que la democracia de su vecino es un juego con dados cargados y que la expresión popular es silenciada cuando responde a los intereses de la oposición. Machado representa una posibilidad real de romper el ciclo vicioso de la manipulación electoral y por eso mismo fue sacada del camino.
Petro, Amlo y Lula, hacen desde su esquina lo que critican en la otra. Venezuela es su punto débil. El chavismo es para el progresismo más intransigente una grieta por la que se le filtran sus evidentes defectos y sus claras contradicciones.