Pico y Placa Medellín
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No se imaginan cómo me atormenta el sonido de la motosierra, la madera cuando se quiebra y el golpe seco sobre la tierra.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Como suelo hacerlo en las vacaciones, en el receso de mitad de año o diciembre, comparto un par de historias que surgen Desde el cuarto:
Los ladrones son los árboles
El vecindario se despertó alarmado, hubo intento de robo en el primer piso del edificio de enfrente la noche anterior. Cuentan las voces, los diarios humanos que, al parecer, los sospechosos se ocultaron detrás de los árboles que desde hace unos meses algunos sugerimos los dejaran crecer para que viviéramos mejor en esta ciudad donde nos estamos ahogando con tantos carros y polución. “Es que esos árboles tan grandes se prestan para las fechorías”, dijo un vecino indignado. “Es que desde que esos árboles crecen, uno ve hasta mariguaneros por ahí delinquiendo entre las ramas”, dijo una señora que, por lo visto, sufre de fantasías, porque yo que camino tanto por ahí, a distintas horas, sin miedo alguno, ni he llegado a ver a un sospechoso ni jamás he podido oler la enigmática yerba, ni he tenido el gusto de saludar a un buen vecino fumador. Como en los mejores tiempos de la inquisición, es necesario buscar un culpable, y como no hablan, los árboles siempre serán buenos sospechosos. ¡Que quemen los árboles!, por poco dicen los vecinos indignados, que si no disfrutan el aire un poco más limpio y la vegetación, bien pueda, se vayan a vivir a tantos lugares de Medellín donde los árboles brillan por su ausencia y gozan de proyectos inmobiliarios gigantescos. Es como esa gente que compra proyectos con nombres pomposos: Refugios del bosque, Hojas claras, qué sé yo, y lo primero que hace es acabar con los bosques. Los culpables nunca serán los árboles.
Casita de campo
El hombre compró su lote en el campo, hizo la casa tan grande como su terreno no se lo permitía. La añoranza de la ciudad, el ruido, sobre todo, hizo que instalara televisor enorme y parlantes para conquistar varias hectáreas. Se conectó con su internet satelital, pero nunca se conectó con la naturaleza. Como si fuera poco, los árboles enormes que daban sombra y le proporcionaban un encanto particular a la vivienda, empezó a cortarlos porque le caían muchas hojas sobre el techo de su casita de campo. No se imaginan cómo me atormenta el sonido de la motosierra, la madera cuando se quiebra y el golpe seco sobre la tierra.
Una vecina valiente salió y le dijo que si seguía haciendo eso llamaba a la policía. Obviamente, él no tenía permisos para hacerlo, pero en este país muchos se creen con derecho de hacer lo que les da la gana sobre la naturaleza. Mi vecina y yo nos sentamos a llorar los árboles muertos. ¿Cuándo será que entendemos la virtud de los árboles?, me dijo ella. ¿Cuándo entenderemos que la naturaleza estaba primero?, le dije yo. Y nos abrazamos como si fuéramos el último bosque sobre esta tierra.