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Entiendo, por supuesto, que muchos se incomoden de que a estas alturas del siglo XXI a alguien le dé por recordar a una escritora del siglo XVI, más si ostenta como títulos de nombradía y singularidad el haber sido monja y escritora mística.
Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
Hace ocho días, la cercanía del primero de octubre, día de santa Teresita, me llevo a hablar de “esa muchacha francesa”, como me atreví, tal vez con más amor que acierto, a referirme a Teresa de Lisieux, santa Teresita. Hoy, vísperas del 15 de octubre, día de la otra Teresa, la grande, Teresa de Ávila, quiero evocar, también con fervor y devoción, a esta “fémina inquieta y andariega”, como calificó en vida el nuncio apostólico del Papa en España, Nicolás Ormaneto, a la gran mística y escritora española.
Teresa de Ahumada nació en 1515 y murió en octubre de 1582. Y no obstante que han pasado más de cuatro siglos, la santa española sigue siendo un personaje inquietante. Una mujer inquieta e inquietante desde el punto de vista humano, espiritual y literario. Una mujer a quien siempre es enriquecedor acercarse y en cuya vida y obra siempre se encuentran cosas nuevas.
Entiendo, por supuesto, que muchos se incomoden de que a estas alturas del siglo XXI a alguien le dé por recordar a una escritora del siglo XVI, más si ostenta como títulos de nombradía y singularidad el haber sido monja y escritora mística. Supongo que me van a tildar de anacrónico y “biato”. ¿Quién tiene alientos hoy para ponerse a leer una prosa de la España clásica, en la que se trata una temática espiritual y mística que ya no llama la atención y en la que el tema central es Dios y sus relaciones con el ser humano? Hay temas que a la gran mayoría de la gente no le gusta que sean ventilados en la prensa, como este de Dios.
A pesar de que todos estamos agarrados al clavo caliente de la interrogación sobre el Absoluto, a muchos nos parece una “jartera” (y así lo decimos a los cuatro vientos) hablar o que nos hablen de Dios. Y en realidad a la mayoría lo que nos choca es que se nos hable de Dios en forma magistral, como quien expone una tesis de filosofía o de teología adornada de una oratoria fofa.
Santa Teresa, precisamente, ha perdurado en la lectura de sus obras porque es todo lo contrario de ese hablar mayestático sobre Dios. Lo que ella cuenta es una aventura. Una aventura de mujer en un mundo machista y de machistas. Y lo cuenta de una forma ágil, sin recovecos intelectualistas, sino poniendo en cada palabra la carne sobre el asador. Escribe como habla. Es el suyo un estilo coloquial, de interrogación directa al lector, quien termina comprometiéndose en ese extraño viaje hacia la interioridad.
Por lo demás, leer a Santa Teresa de Ávila será siempre una gran experiencia literaria. Sus páginas tienen la frescura del habla popular de su época, y sorpresivamente, logra tales recursos y hallazgos literarios que su lectura acaba convirtiéndose en un hábito del que no es fácil desprenderse. No hay sino una forma de comprobar si un escritor es bueno o malo: leyéndolo. Esa es mi invitación con santa Teresa.