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La última jugadita

Triste retrato de un gobernante que se creyó inmenso y terminó siendo diminuto por poner la ambición por encima del deber, hasta ser abandonado por los suyos.

03 de octubre de 2023
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  • La última jugadita

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

¿Por qué renunció Quintero? ¿Por qué abandonó uno de los cargos de mayor prestigio y responsabilidad del país en un momento coyuntural en el que su deber era garantizar el correcto desarrollo de las elecciones, rendir cuentas de su gobierno y hacer un buen empalme con su sucesor? ¿Es simplemente una jugada electoral para apoyar a sus desabridos e impopulares candidatos? ¿Es una maniobra para intentar esquivar a la justicia? ¿Es un testimonio de su cobardía?

Probablemente la respuesta sea “todas las anteriores y otras más”, pues su estilo siempre ha sido actuar desde lo turbio. Es triste, pero los ciudadanos nos acostumbramos a que todas las acciones de Quintero generaran sospecha y esta última jugadita no es más que la corroboración de que su estilo de hacer política es cínico y sombrío.

Sin embargo, yo tengo más preguntas: ¿De qué sirve el poder sin honestidad? ¿De qué sirve la astucia sin ética? ¿De qué sirven los miles de seguidores en redes sociales si, al final de cuentas, se recibe el desprecio de la gente a la que se juró servir? ¿De qué sirve un gran espectáculo si, en la escena de cierre, el público encuentra al protagonista bañado en vergüenzas y ahogado en su ambición?

Es el triste final de un personaje que se disfrazó de independiente y despertó ilusiones, prometió futuros a los jóvenes y terminó abucheado por un pueblo que le dio su confianza, pero antes de terminar la primera escena contaba los días para verlo salir. Triste retrato de un gobernante que se creyó inmenso y terminó siendo diminuto por poner la ambición por encima del deber, hasta ser abandonado por los suyos. Es el retrato de la decepción y de la pequeñez. Es una triste pinturita.

La historia dirá que Quintero pasó por la alcaldía de esta tierra -que nunca pareció amar- y salió por la puerta de atrás con un récord histórico de desaprobación, una gestión pobre en resultados y una nutrida colección de investigaciones por detrimento patrimonial, tráfico de influencias, constreñimiento, malversación de recursos públicos y participación indebida en política, además de los constantes llamados de atención por maltratar a la prensa y la frecuente persecución a los activistas y a los políticos que nos atrevimos a denunciarlo.

La historia también dirá que - y esto nos ha de quedar de lección -, ante la sospechosa inoperancia de los órganos de control locales y nacionales, fueron la veeduría ciudadana y el control político los que acorralaron y nos dejaron ver el traje nuevo de un emperador inescrupuloso que intentó opacar la primavera sembrando a Medellín de mentiras y trampas.

Nos queda como moraleja saber que no podemos entregar nuestro futuro a personajes populares pero carentes de responsabilidad y coherencia, que no podemos abandonar el papel ciudadano de la veeduría y que cualquier alcalde, sea quien sea, debe estar controlado por un Concejo que entienda que su misión no es aplaudir y callar. Es decir, hay que informarse y votar de forma responsable: recordemos que la democracia es algo más que ir a las urnas.

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