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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com
Toga y birrete. Es el día del grado del colegio. ¿Lo recuerdas? Cuando subes a recibir tu diploma, los únicos aplausos que generalmente escuchas -desafiando siempre la instrucción de esperar al final de la ceremonia para hacerlo- son los de mamá y papá. O los de mamá o los de papá, si es que alguno falta.
Muchísimas veces los acompaña un “¡bravo!”, sin pudor y a lo que el pulmón le permite a la emoción. Con descaro hay quienes incluso se atreven a hacerlo mientras, además, se ponen de pie. Es que el orgullo en ese momento, de verdad que no cabe en el pecho y desconoce intencionalmente las reglas que intentan contenerlo.
Supongo que si un juez, a la salida del auditorio, interrogara a los padres y les preguntara cómo se declaran por haber quebrantado el silencio y la solemnidad del evento, dirían felices y sin titubear “orgullosamente culpables”. Así nos sentimos. Doy fe, y eso que hasta ahora llevo un grado de jardín y otro de primaria acompañando a mi hijo. Qué emoción. Es un momento de brindar reconocimientos y recibir honores. Es una oportunidad sensiblemente ideal de agradecimiento. Como aquellos dos breves videos que creí, aunque por motivos diferentes, me harían llorar.
En uno, el joven es llamado y -no sé cómo, no sé de dónde- saca un cilindro gris de gas, de esos como de 20 libras, se lo echa al hombro y camina con orgullo por la pasarela de caras entre sorprendidas, confundidas y las de preocupación que anticipan que alguna payasada juvenil tendrá lugar. Al subir a la tarima -cilindro incluido- recibe el diploma. Camina, gira al público y con lagrimas, señala algún punto entre el cielo y la tribuna. Lo suyo es un tributo a su padre que trabajando como repartidor de gas logró pagarle ese colegio. Tampoco sé si lo señala a él en la tribuna o a él en el cielo.
En el otro, la joven sonríe cargando a su bebe y con su diploma en la mano. Su mamá, la abraza mientras coge de una puntita el cartón que tiene estampado el nombre de su hija, la que a tan temprana edad ya la convirtió en abuela. Algo que, viendo otras publicaciones, no impidió que la continuara apoyando y también se entregara al cuidado de su nieta. El orgullo que siente, lo delata esa sonrisa tan distintiva de quien honestamente se alegra por los logros de quien se ama. Tomada la foto que con seguridad estará destinada a la mesa de noche de la señora, su Facebook, su foto de perfil de WhatsApp y el grupo de la familia; la joven se aleja y le tira -literalmente- el diploma en la cara mientras le dice algo como “ahí tiene su diploma”. Pocas veces se ve a través de los ojos como se rompe un corazón. Esta es una de ellas, pero esta no es una columna sobre grados.
Es sobre el agradecimiento.