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Recuerdos

hace 6 horas
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  • Recuerdos

Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA

Es de noche. Tras otro día tremendamente agotador el hombre llega al fin al apartaestudio para descansar. Aún se está acostumbrando al pequeño lugar, que no es ni del tamaño del antejardín del que hasta hace poco fue su hogar.

Nada era igual, pero la sensación de vacío lo llenaba todo. Era quizá lo que más le costaba aceptar. Saca una cerveza de la nevera y se sienta en el sillón. No enciende las luces. Intenta relajarse. Cierra los ojos. Recuesta su cabeza en el espaldar. En su mente están los recuerdos. En una mano sostiene la lata fría. Con la otra, acaricia la cabeza de su perro.

Hasta que cayó en la cuenta de que ya no tenía perro.

Así funciona tu mente. Usualmente todo vuelve y a todo vuelves. Muchísimas veces es la trampa de tu memoria. Te traiciona y te devuelve a un lugar en el que en el peor de los casos ya no quieres estar, o en el mejor, al que no quieres regresar. Habitas en tu mente sin importar donde vivas.

Los recuerdos también parece que muerden con rabia. Lo que fue. Lo que perdiste. La rutina que ahora extrañas. Ese “tú” que existió cuando sentías que todo estaba en su sitio y por eso ya nada es igual, aunque lo que dolió, vuelva a hacerlo. Es un tema de neurociencia. Las memorias no son archivos en tu cerebro. Son reconstrucciones. Tu mente no es que simplemente los almacene, sino que los recrea.

Ella no te repite la historia, revive la experiencia. Es por ello que en los momentos más difíciles no solo recuerdas el sufrimiento. Tú vuelves a sufrir y eso duele distinto, duele más, porque entre otras razones, ya no puedes hacer nada por cambiar lo que en el pasado quedó, pero sí, para que cada noche no aparezcan las sombras a recordarte lo que falta, sino todo lo que has tenido capacidad de avanzar.

Ese algo empieza por aceptar ver la escena nuevamente, pero con una intención distinta. Es tomar ese mismo recuerdo, el que cada vez vuelve con fuerza, y desarmarlo con compasión. Quitarle con propósito el juicio cruel, el reclamo venenoso, la nostalgia cortopunzante y quedarte con lo que te aporta, con todo aquello que te hace consciente de todo el coraje que te mantiene en pie. Nunca será bueno ver y respirar desde la herida.

Inténtalo en el papel. Escribe el recuerdo tal como suele venir a tu mente. Luego, reescríbelo desde otra voz, como si se lo contaras a alguien que amas, como si hablaras desde la compasión o desde tu yo presente. Hazlo en tercera persona. Cambia el tono, no los hechos. Esto obliga al cerebro a reinterpretar el evento desde otro marco emocional, reduciendo la carga negativa y activando nuevos circuitos de sentido. Hazlo sin prisa. Una vez. Dos. Hasta que duela menos.

En ese gesto, aunque parezca mínimo, hay algo de libertad y eso, algunas noches basta para dejar acariciar una bestia en la oscuridad.

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