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Lo bueno de la adolescencia

Hoy escribo esto en una casita campesina oculta entre las montañas. Tras dar muchas vueltas he decidido volver a pasar la mayoría de mi tiempo entre ellas.

hace 4 horas
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  • Lo bueno de la adolescencia

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Se visten igual, se peinan igual, hacen hasta lo imposible porque sus cuerpos luzcan de la misma manera. Escuchan la misma música, compran ropa en la misma parte, ven las mismas series, comen lo mismo, piensan lo mismo, van a los mismos lugares. Por supuesto estoy hablando de los adolescentes. Hace años un grupo de chicas se burló de una niña que exhibía orgullosa un par de trenzas. Lo más suave que le dijeron fue «campesina». ¿De dónde creerían ellas que cultivaban las verduras con las que se mataban haciendo dietas?

Recuerdo que el colegio a veces me llamaban montañera por el hecho de vivir en una finca y no tener televisión. Un día le mencioné a mi madre lo mucho que me molestaba y ella dijo: «y cómo más quiere que le digan si vivimos entre montañas. ¿O acaso prefiere vivir en un apartamento sin quebradas, sin aire limpio, sin silencio, sin árboles, sin pájaros, sin huerta, sin frutales, sin vista, sin caminatas y sin cascadas?». Esa fue la primera vez que vi las montañas. Me refiero a verlas en serio, con consciencia de su hermosura y su grandeza. Nos ofrecían tantas posibilidades que ni siquiera necesitábamos televisión para entretenernos.

Si bien mi percepción sobre el entorno donde vivía se modificó a partir de ese momento, no me atrevía a admitirlo ante el grupo. Cuando dije que los adolescentes buscan ser todos iguales me refiero a que yo también lo quería. Necesitaba sentir que encajaba en lo que se consideraba normal, incluso aunque mi «anormalidad» hubiera comenzado a interesarme. Cómo me hubiera gustado que en aquel momento alguien me dijera que justamente aquellas cosas que te impiden pertenecer a un grupo homogéneo son exactamente las mismas que después de los treinta te convertirán en alguien único y especial. El mundo no necesita más de lo mismo, necesita gente con otras miradas, otras particularidades, otras preguntas, otras lógicas, otras sensibilidades, otras maneras de actuar. Ten cuidado porque lo que en la adolescencia te hace encajar, en la mediana edad te convertirá en alguien olvidable, idéntico a otros tantos álguienes indistinguibles unos de otros.

Patti Smith dijo una vez: «No busques ser cool. Sé apasionado, sé comprometido, sé tú mismo. La autenticidad es más punk que cualquier chaqueta de cuero». Lástima que los adolescentes tiendan a masificarse y se pierdan la posibilidad de pensar individualmente para entender verdades como esa, porque cuando finalmente la entienden, ya han reprimido tanto su autenticidad que rara vez logran rescatarla y hacer algo útil con ella. Algo útil como, por ejemplo, ser ellos mismos.

Hoy escribo esto en una casita campesina oculta entre las montañas. Tras dar muchas vueltas he decidido volver a pasar la mayoría de mi tiempo entre ellas. Me enorgullece la idea de ser montañera. No veo televisión hace doce años y todavía me peino con trenzas.

A los adolescentes sólo les diría que no se preocupen, que la adolescencia solo tiene una cosa buena y es que se acaba.

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