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El precio del tiempo – Para Juanfe

hace 13 horas
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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co

El capitalismo es tan maravilloso que funciona, aunque la mayoría de gente no entienda cómo lo hace y aunque muchas personas supuestamente instruidas –incluidos presuntos economistas– vean con sospecha, cercana a la abominación, el interés compuesto, la esencia misma del capitalismo.

El historiador financiero y periodista económico Edward Chancellor, en el libro cuyo título presta esta nota, señala que a lo largo de la historia “las mentes más brillantes de la humanidad se han alineado en contra de su existencia”. Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Dante y Shakespeare despotricaron contra el miserable usurero. Marx detestaba el interés, pero también Hitler.

Aristóteles es el principal responsable de la extendida incomprensión del interés, por imaginar este procede del dinero prestado, lo cual es antinatural pues la esencia del dinero, dice, es ser medio de cambio y no engendrar dinero. Pecunia pecuniam parere non potest es la forma en que la escolástica medieval retomará y hará suyo el error del Estagirita.

Santo Tomás de Aquino observó que el interés aumentaba o disminuía según que aumentase o disminuyese el período durante el cual se otorgaba el préstamo. Concluyó que el interés se pagaba por el uso del tiempo; pero, como el tiempo era un don de Dios a todos los hombres, nadie podía arrogarse el derecho de cobrar por él. De esa forma el Aquinate se alineaba con su maestro Aristóteles en la condena del interés, pero al mismo tiempo le abría la puerta a su cobro en caso de damnum emergens y lucrum cessans, que evidentemente están presentes siempre que se otorga un crédito.

La doctrina de Santo Tomás es la del hombre de la calle y está incorporada en la legislación comercial de la inmensa mayoría de los países del mundo, incluidas la prohibición del llamado anatocismo y la fijación de una tasa de usura máxima. El error fundamental de esta doctrina radica en suponer, porque la mayoría de los préstamos se hacen en dinero, que el interés es un fenómeno puramente monetario sin relación alguna con la valoración que de los bienes presentes y futuros hacen las personas.

Chancellor menciona hallazgos arqueológicos que indican que el interés es anterior al dinero acuñado y que estaba vinculado a “los préstamos de semillas y animales”, corrientes en el mundo antiguo. El interés solía pagarse en el mismo producto utilizado para el préstamo, por lo que existía el interés-trigo o interés-oveja.

Böhm-Bawerk y Fisher vincularon el interés a la teoría subjetiva del valor por medio del concepto de preferencia temporal, el cual básicamente significa que usualmente los mortales prefieren “un toma” a “un tendrás”. El interés, escribe Fisher, “está intrínseco a todas las compras y las ventas, y en todas las transacciones y actividades humanas que impliquen el presente y el futuro”. Rothbard lo expresa así: “las satisfacciones futuras siempre incluyen un descuento en comparación con las satisfacciones presentes”.

El interés está en el precio de todas las cosas. La incomprensión de esto es fuente de grandes errores en economía teórica y aplicada.

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