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La dupla de la libertad

hace 18 horas
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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co

Las dictaduras modernas no llegan en uniforme ni anuncian su arribo con bayonetas. Se instalan lentamente, concentrando poder, vaciando de contenido a las instituciones y sometiendo a los territorios mediante el control del presupuesto, la estigmatización política y la erosión del orden público. El federalismo no es una nostalgia académica ni una consigna regionalista: es el último dique institucional contra la tiranía. Y hoy, ese dique tiene nombre propio: Antioquia.

Durante los dos primeros años de gobierno de Andrés Julián Rendón y Federico Andrés Gutiérrez, el Departamento y su Capital han construido una alianza territorial deliberada, consciente de que la autonomía no se proclama: se ejerce. No se trata de oposición retórica al Gobierno Nacional, sino de algo más profundo y peligroso para el autoritarismo: gobernar bien sin pedir permiso.

El caso del Metro de la 80 es ilustrativo. A pesar de compromisos formales de cofinanciación, el Gobierno Nacional incumplió los giros pactados, poniendo en riesgo una obra vital para Medellín. El mensaje fue inequívoco: quien no se alinea, no recibe. Frente a esa lógica propia de los regímenes autoritarios, la respuesta local fue institucional, firme y pública. Antioquia recordó que el presupuesto no es un premio ideológico, sino una obligación constitucional. Y ganó.

Más elocuente aún fue la financiación conjunta de los nuevos trenes del Metro. Ante la ausencia total de recursos nacionales, Alcaldía y Gobernación decidieron asumir la compra de 13 trenes nuevos con recursos propios. No hubo súplica ni intermediarios políticos. Hubo autonomía. Y eso, para cualquier proyecto autoritario, es inadmisible: territorios que funcionan sin el centro son territorios ingobernables para el dictador.

La historia se repitió con el Túnel del Toyo, infraestructura estratégica para conectar a Antioquia con el mar. Frente a la desidia de la Nación, Medellín y Antioquia asumieron compromisos financieros extraordinarios para evitar que la obra quedara varada. Allí se evidenció una verdad incómoda para el autoritarismo: el centralismo frena; el federalismo avanza.

En el ámbito energético, la conciliación que permitió cerrar los litigios de Hidroituango fue otro acto de madurez institucional. Mientras desde la Casa de Nariño se politizaba la tragedia y se reescribía la historia para señalar enemigos internos, Antioquia optó por la estabilidad jurídica, la defensa de EPM y la responsabilidad de largo plazo. Gobernar no es incendiar; gobernar es cerrar crisis y proteger instituciones.

Todo esto ocurre, además, en un contexto de abandono deliberado de la seguridad y el orden público por parte del Gobierno Nacional, escudado en la ambigüedad moral de la llamada “paz total”. Mientras el centro relativiza la autoridad y concede estatus político a estructuras criminales, Antioquia ha reafirmado una convicción elemental: sin ley no hay paz, y sin autoridad no hay orden ni libertad.

Las dictaduras necesitan un centro omnipotente y territorios obedientes. La libertad y la democracia, en cambio, necesitan regiones con carácter, capaces de decir no, capaces de gobernar, capaces de resistir. Antioquia está resistiendo y Colombia se está salvando gracias al liderazgo de Andrés Julián y Federico Andrés, insuperable dupla de la libertad..

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