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Seis meses después de la caída de Juan Guaidó y su gobierno interino, la oposición venezolana celebró unas elecciones primarias en las que la exdiputada María Corina Machado sería erigida como su líder absoluta, tras obtener casi un 93% de los votos. Su ascenso definitivo ha dado inicio al episodio de mayor incertidumbre que ha vivido la oposición desde la llegada de Hugo Chávez, al verse en medio del contexto más adverso que jamás ha experimentado tras la erosión de sus partidos más poderosos y el declive y desprestigio de sus grandes líderes.
Si Machado ha alcanzado tanto apoyo en medio de este panorama, ha sido por ser de las muy pocas figuras opositoras que no se han visto manchadas por el fracaso de guerras perdidas o el fantasma de la cohabitación y el colaboracionismo con el régimen de Nicolás Maduro.
No obstante, semejante pulcritud no es solo por incuestionables méritos políticos y morales, sino también por nunca haber estado en la posición de poder que ha alcanzado tras las primarias. Y es allí donde nacen los numerosos interrogantes en torno a su figura, especialmente al recordar el funesto desenlace de aquellos que han sido líderes de la oposición venezolana. Algunos en el exilio como Guaidó, y otros en la más lamentable infamia como Manuel Rosales o Henrique Capriles Radonski.
Ante la extrema condición de la política venezolana, el desenlace de Machado como la máxima líder de la oposición no tendrá medias tintas: será una de las figuras políticas más trascendentales en la historia moderna de Venezuela, o pasará al ostracismo al convertirse en la enésima decepción de un pueblo que quizás no soporte la muerte de otra esperanza.
La solución anunciada por Machado para salir del chavismo es la ruta electoral, contra la cual la exdiputada ha despotricado desde hace años, argumentando acertadamente el sinsentido de votar en dictaduras y el favor que esto le hace al régimen de turno. Sin embargo, desde que anunciara su participación en las primarias, Machado ha comentado que participará en las elecciones presidenciales del 2024 e incluso derrotará al chavismo en las urnas.
Durante mucho tiempo, Machado ha criticado a los numerosos candidatos presidenciales de oposición por no contar con una estrategia para cuando el régimen cometa fraude o desconozca los resultados. La forma de capitalizar el descontento popular y traducirlo en mecanismos de presión que resquebrajen estructuras dentro del régimen que puedan desembocar en su derrumbe.
La nueva líder de la oposición venezolana tendrá -a priori- un año para construir dicha estrategia para el llamado “día después”. Machado se verá en ese instante en la misma posición en la que otros líderes de oposición previos a ella han estado. Lo que ocurra luego será el punto de no retorno en su carrera política, tal como ocurrió con todos.
Machado se convertirá en la máxima figura de la reconstrucción de la democracia venezolana, o del histórico fracaso de la que posiblemente sea la última oportunidad electoral y convencional de salir del régimen.
