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El perdurable regalo del amor

El Niño Dios siempre nos ha llenado de regalos, a pesar de las dificultades, ausencias, enfermedades y todo aquello que puede ensombrecer el espíritu humano.

hace 10 horas
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  • El perdurable regalo del amor

Por Mauricio Restrepo Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

En una madrugada de diciembre de 1973, mi madre nos llevó a la Estación del Ferrocarril. Con la destreza de quien ha enfrentado la adversidad, nos subió al Expreso del Sol que nos llevaría hacia la Costa. El traqueteo de las ruedas se convertiría en la banda sonora de una epifanía: un viaje no solo geográfico, sino hacia la comprensión de la verdadera riqueza humana.

El tren, que parecía resistirse a abandonar la ciudad, salió lentamente de la Alpujarra. Las casas humildes de techos de lata que bordeaban la carrilera parecían querer colarse por las ventanas junto con los primeros rayos del sol. Dentro de esas moradas precarias, una escena se repetía: niños riendo y jugando con muñecas rotas o carritos sin llantas. Su bullosa alegría era una película que pasaba ante mis ojos, una sinfonía de risas que contrastaba brutalmente con el paisaje de ranchos de madera. Parecían ajenos al monstruo de metal que amenazaba con entrar en sus vidas, imperturbables en su juego.

Sin embargo, mi mente infantil seguía anclada en esos pequeños. “¿Mamá, a ellos, tan pobres, el Niño Dios les trae regalos? Todos la miramos, y ella nos miró a nosotros. “Sí, a muchos sí... yo los vi, estaban abrazados a sus mamás, y eso es amor”. Con la lógica irrefutable de un niño, repliqué: “Pero el amor no es un regalo. ¿Cómo lo trae el Niño Dios, si Él solo trae juguetes?”. Ella nos abrazó y besó, y en ese instante de afecto puro, lo entendí para siempre.

Aquel tren terminó su viaje. Ese instante ya no existe, al igual que mis queridos padres Elisa y Manuel, y mi hermano Juan. Esos abrazos y besos trascienden el tiempo y la ausencia, dándome el mejor aguinaldo de cada año. La lección de mi madre resuena con fuerza: “Porque el amor nunca sobra, y si sobra, que repartan”.

El Niño Dios siempre nos ha llenado de regalos, a pesar de las dificultades, ausencias, enfermedades y todo aquello que puede ensombrecer el espíritu humano. La verdadera magia de la Navidad no reside en el papel de regalo, sino en la conexión humana, en la capacidad de dar y recibir afecto sin condiciones.

Destapemos ese aguinaldo de amor inagotable. Acerquémonos a los presentes, busquemos a los ausentes en el recuerdo. Porque, como aprendí de niño, las manifestaciones de cariño no son aguinaldos envueltos. El amor se entrega así, con la misma alegría radiante e inagotable de esos niños que vi pasar desde la ventana.

De ahí en adelante, entendí que los mejores regalos de mis padres eran un acto de creación, paciencia y entrega. Es la luz que ponemos en las vidas de los demás. El amor es el único regalo que, cuanto más se da, más crece. Y la estrella de mi madre brillará eternamente en nuestros corazones, recordándonos a todos que siempre nos iluminará el camino, no como un gesto excepcional, sino como una forma permanente de habitar el mundo.

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