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Tardía declaración de amor

Este mes sugiero celebrar el del pasamanos, esa tierra prometida que buscamos quienes ennietecemos cuando subimos o bajamos escaleras.

hace 4 horas
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  • Tardía declaración de amor

Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com

El que nos va pierna arriba es un mes tres en uno, como un aceite que mandó la parada hace décadas. De los 7.900 millones de personas que contaminamos lo que queda del medio ambiente, pocos podemos celebrar en agosto el día del adulto mayor (¿), del abuelo y del pensionado.

Estoy preparado para que mi entorno me indemnice con regalos para honrar mi triple condición de mueble viejo. Para facilitar las cosas, notifico que me contento con un regalo; por culpa de esa gorda de Botero denominada inflación, el palo de la economía no está para cucharas despilfarradoras. Acepto escaleras, jirafas, pasos cebra y similares.

En este mes con piel de viento, sugiero celebrar también el del pasamanos, esa tierra prometida que buscamos quienes ennietecemos cuando subimos o bajamos escaleras.

Si primero fue el trino y después el ruiseñor, hace siete mil años primero apareció la escalera; el pasamanos le respiraba en la nuca.

Juan Antonio Mendoza, arquitecto de la Universidad Nacional, de Medellín, cuenta que “dentro del proceso de evolución de la escalera de uso cotidiano, surge la necesidad de adicionar un pasamanos o barandilla como solución a la necesidad de tener un apoyo que permitiera el desplazamiento seguro, ya fuera cargando elementos u objetos, o para tener la posibilidad de asirse y evitar resbalar mientras se transita por ellas”.

El degreiffiano Toto Mendoza, como le dice su red de afectos incluida su manifestación de perros y gatos envigadeños, agrega que “en los orígenes de la humanidad la escalera fue la primera solución para desplazarse de forma vertical entre distintos niveles; en este sentido, es incluso anterior al concepto de arquitectura y a las rampas o terraplenes”.

No solo para menesteres samaritanos sirven estas prótesis arquitectónicas. Hace unos meses, gracias al pasamanos, el mundo se enteró de que algo había pasado entre el presidente Macron y su esposa Brigitte. Primero presenciamos en vivo el empujón que ella le aplicó a su costilla cuando se disponían a bajar del avión presidencial.

Cuando descendían por la escalerilla del aparato, el macho alfa franchute, muy coqueto él, le ofreció el brazo a su exprofesora de literatura. Madame prefirió agarrarse del pasamanos. Imaginé que lo ocurrido entre el matrimonio Macron daría para una película estilo “Ascensor al cadalso”, de Malle. Mientras llega la rectificación o circulan las memorias del matrimonio dentro de una veintena de años, aventuro la hipótesis de que Macron pronunció dormido en el avión el nombre de una “femme fatal” que no era el de su mujer.

Pero avanzan los párrafos y me quedo corto para hacer del elogio del pasamanos que quién sabe de cuántas caídas – y alguna muerte segura- me habrá salvado. Bajando unas escaleras, agarrado del pasamanos, no saludo al papa de Roma ni al rabino de Jerusalén. Pasamanos, yo a usted lo amo.

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