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Nos vemos en la calle

hace 4 horas
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  • Nos vemos en la calle

Por Paola Holguín - @PaolaHolguin

El 7 de marzo de 2008 quedó grabado en la memoria de quienes atestiguamos una de las expresiones más auténticas de carácter, patriotismo, y firmeza, pocas veces vistas en la política exterior, especialmente de nuestro País. Durante la XX Cumbre del Grupo de Río, celebrada en República Dominicana, el presidente Álvaro Uribe defendió con estoica suficiencia la legitimidad y legalidad de la Operación Fénix, en la que seis días antes —el 1º de marzo—, fue abatido el segundo cabecilla de las FARC, el terrorista Raúl Reyes.

Dicho éxito militar había desencadenado una grave crisis diplomática con Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, protestó con furia por el bombardeo al campamento Fariano ubicado en Sucumbíos, a escasa distancia de la frontera colombiana. En solidaridad, Venezuela y Nicaragua —entonces gobernadas por Hugo Chávez y Daniel Ortega— habían declarado la ruptura de relaciones diplomáticas con Colombia.

Tras horas de intenso debate, en el que quedó en evidencia la estrecha relación entre la organización terrorista y el gobierno ecuatoriano, el presidente Uribe logró zanjar diferencias con el bloque socialista de la región, al tiempo que mantuvo incólume la dignidad nacional y la legitimidad de una acción militar dirigida contra el terrorismo, no contra el hermano pueblo de Ecuador. Cuatro meses después, el 2 de julio, con información obtenida en dicha Operación, las Fuerzas Militares colombianas llevaron a cabo el más espectacular rescate de secuestrados: la Operación Jaque.

De esta manera, la balanza de la guerra contra el terrorismo se inclinaba decididamente a favor del Estado, gracias al sacrificio, el heroísmo y la valentía de los Soldados y Policías, así como de su Supremo Comandante.

Valdría la pena, entonces, preguntarnos hoy: ¿cuántos, y de qué magnitud, habrán sido los sacrificios del presidente Uribe en aquella aciaga época? Ni siquiera quienes tuvimos la honrosa oportunidad de trabajar a su lado podemos dimensionar lo que representó, para su vida personal, familiar y su espíritu, devolverle la esperanza a un Estado declarado fallido, donde la sociedad padecía, como ninguna, el flagelo del terror.

Más difícil aún nos resulta dimensionar la desilusión que le habrá significado la condena proferida en su contra, luego de haber soportado un proceso plagado de protuberantes irregularidades, que culminó en un fallo viciado por el evidente sesgo político, ideológico y la animadversión personal; celebrado con cinismo por los propios camaradas de Reyes, que como Timochenko, hoy son símbolo de la más absoluta impunidad y prueba de la asimetría con la que se trata a los bandidos frente a quienes les hicieron frente con incuestionable éxito.

Por ello, ha llegado el momento de tener un gesto de gratitud, solidaridad y gallardía, con quien, generosamente, dio un paso al frente para liderar al país cuando más lo necesitaba; con quien fue responsable de que las hordas terroristas no marcharan victoriosas por las calles capitalinas hacia la toma del poder, como lo hiciera Fidel Castro en La Habana.

Mañana 7 de agosto, salgamos a las calles para expresar nuestro apoyo al expresidente Álvaro Uribe, y nuestro rechazo a la instrumentalización de la justicia; salgamos a defender la democracia y las libertades, que son fáciles de perder y muy difíciles de recuperar; salgamos a honrar a nuestro Ejército en su día y a cada Soldado y Policía que ha expuesto su vida para salvaguardar la nuestra.

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