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Habida cuenta de su eclecticismo y de su flexibilidad, la tecnocracia colombiana no se identifica con determinado dogma económico.
Por Rodrigo Botero Montoya - opinion@elcolombiano.com.co
En su columna del martes 2 en La República, titulada Fútbol y Economía, Juan Carlos Echeverry afirma: “Estoy persuadido que en los últimos cincuenta años Rodrigo Botero Montoya jugó para la economía un papel tutelar similar al de Zubeldía en el fútbol”. Luego de describir los logros de la tecnocracia colombiana, el autor de la columna, sobresaliente representante de ésta recomienda Boterizar la economía, recuperar la buena pedagogía, la seriedad y la imaginación para cubrir toda la cancha productiva, dejar de perder y volver a ganar.
Sirvan estas líneas para agradecer las generosas palabras de Juan Carlos, y para hacer unas reflexiones acerca de la tecnocracia, la cual es percibida por algunos como rodeada de cierto misterio. Lo hago sin credenciales distintas a la de haber estado presente en su creación, y haber tenido alguna participación en su conformación posterior y en su consolidación.
Aunque la tecnocracia es de relativamente reciente aparición en el ordenamiento institucional colombiano, la opinión culta del país sabe que existe y conoce su actuación. Al tiempo que la valora, tiene dificultad para describir con precisión en qué consiste y cómo funciona. Eso explica la diversidad de definiciones que ha tenido.
El economista argentino Guillermo Calvo elogia su influencia y la asimila al servicio civil británico por su estabilidad, su naturaleza no partidista, su profesionalismo, y por la capacidad que tiene de speak truth to power, de decirle la verdad al poder.
Juan Luis Londoño le asigna la tarea de adoptar “lo que funcione”.
Roberto Steiner, refiriéndose a Fedesarrollo, la asemeja a un tesoro familiar, que una generación cuida, para transmitírselo a las generaciones siguientes.
Edgar Gutiérrez, crítico de la tecnocracia, la define como “el grupo cerrado que ha estado manejando la economía del país” del cual me declara ser el alto arcipreste.
Mi versión es la de “una élite meritocrática con una cultura propia, rasgos mentales comunes y normas no escritas de comportamiento, de reclutamiento, de inclusión y de exclusión. Los cognoscenti saben quién pertenece al grupo y quién no”.
Habida cuenta de su eclecticismo y de su flexibilidad, la tecnocracia colombiana no se identifica con determinado dogma económico. Más bien que representar una doctrina o una escuela, puede describirse como un estilo de manejo económico. Ese estilo incluye ciertas características relacionadas con la forma en la cual surgió en los años sesenta:
Una fuerte aversión al voluntarismo político, a las decisiones impulsivas tomadas a la bulla de los cocos. Se opone a los bandazos súbitos y a inducirle choques a la economía. La tecnocracia prefiere las señales del mercado al régimen de controles.
La política económica que le ha servido bien al país durante décadas es gradualista, prudente y predecible. Es compatible con la búsqueda de una inflación baja y estable, de la creación de empleo formal y del logro de un ritmo de crecimiento sostenible.