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El monstruo equivocado en el lugar equivocado

Crecimos pensando que evitar caminar solas por lugares poco transitados nos mantendría a salvo, nadie nos advirtió que el 92% de los casos de abuso son ocasionados por alguien que está en la foto familiar.

08 de septiembre de 2024
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  • El monstruo equivocado en el lugar equivocado
  • El monstruo equivocado en el lugar equivocado

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Un hombre desconocido, una manga sola y alejada, un arma. Casi todas las niñas de mi generación crecimos temiéndole a lo mismo, no nos lo decían claramente pero, en el fondo, intuíamos que el hombre, la manga y el arma sólo significaban una cosa: la posibilidad de ser abusadas sexualmente. A una de mis mejores amigas la violaron de esa manera y se demoró más de veinte años en ser capaz de contármelo. Crecimos pensando que evitar caminar solas por lugares poco transitados nos mantendría a salvo, nadie nos advirtió que el 92% de los casos de abuso son ocasionados por alguien que está en la foto familiar y que el 86% de esos abusos ocurren dentro de la propia casa. La lista de abusadores la encabezan padres, seguidos de cerca por padrastros, abuelos y tíos. Me queda la sensación de que estuvimos buscando al monstruo equivocado en el lugar equivocado.

El Centro internacional de la infancia en París define el abuso sexual infantil como cualquier clase de placer sexual con un niño, niña o adolescente por parte de un adulto desde una posición de poder o autoridad, haya o no contacto físico. Lo anterior tan solo muestra otra arista sobre la que también estuvimos equivocados. El abuso sexual no necesariamente incluye manoseos o penetración por cualquier orificio natural, sino también voyerismo, exhibicionismo o exposición a pornografía o situaciones adultas. Recién ahora entiendo que fui abusada de niña y que seguramente muchos de ustedes también lo fueron y se han negado a aceptarlo por la sencilla razón de que no hubo un hombre desconocido, ni una manga aislada, ni un arma.

Fui abusada a los doce años por un hombre que, durante unas vacaciones en Cartagena, me espiaba con binoculares mientras me ponía el vestido de baño. Fui abusada por cada uno de los exhibicionistas que a diario se paraban desnudos en la reja del colegio. Fui abusada por aquel hombre que, en un semáforo, comenzó a masturbarse frente a mí. Fui abusada por el profesor de gimnasia que me manoseaba. Fui abusada por un familiar que, con la excusa de quitarme el frío, me metía las manos por debajo de la camisa. Fui abusaba por el hombre que llamaba por teléfono a decir guarradas cuando yo contestaba, pero si lo hacían mis hermanos, colgaba. Mientras más escribo, más abusos recuerdo y caigo en cuenta de que, al igual que mi amiga, nunca se los he contado a nadie. No me extraña que el 90% de los casos no se denuncien. Cuesta mucho admitirlo y verbalizarlo, ya ni digamos poner una denuncia.

En un mundo en donde el abuso y la impunidad son la regla, habría que aplaudir a las instituciones que lo combaten con prevención, rutas de apoyo y programas para sanar a las víctimas de este flagelo. Una de ellas es la FAN Fundación que, en 60 años, ha atendido a casi 400.000 niños, niñas y sus familias. Conocer de cerca su labor me ha enseñado que nuestro silencio es la principal arma de los abusadores. Celebro que existan este tipo de fundaciones, pero celebraría más si llegara un día en que no las necesitáramos. Mientras eso ocurre no nos quedemos callados.

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