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Una cosa es tomar posición, otra, convertirnos en bochinche que anuncia refundar la patria. A cuidar, entonces, que sentimos y por quién lo sentimos.
Por Sergio Molina - opinion@elcolombiano.com.co
Colombia es un país de contrastes, casi siempre entre dos polos. Blanco y negro, creyentes y no creyentes, exaltados e indiferentes. Estribamos entre, “¡cójanlo, cójanlo!”, y “suéltenlo, suéltenlo”. No hay matices, seguimos divididos férreamente entre liberales y conservadores, fulgurantes y recalcitrantes. Más allá de la polarización, mutamos a encono y aniquilación. Intentamos vengarnos y sentir un fresquito a costa del que sea. Herencia tropical o romanticismo mal asimilado, pasionales y trágicos conmemoramos el martirio que nos enseñaron otras generaciones como lo cita Mauricio García Villegas en su libro, “El viejo malestar del nuevo mundo”, destacando que la rabia excesiva, perjudica al que la siente, más que al ofensor. En libro antecesor, “El país de las emociones tristes”, Mauricio García retrata lo que somos, apasionados y rabiosos. Somos cultura grandilocuente que sugiere, entre otras, celebrar hasta rabiar, un hincha que no diferencia entre juego y contienda, responde la anotación de su equipo, no solo con un grito animoso de ¡Goool!, sino con una exclamación colérica de, ¡Goool hp!, cargado de rabia. Toda pasión y fanatismo es sospechoso, promulga el estoicismo.
Si no caemos en cuenta de la irritabilidad y la exacerbación, flaco favor le hacemos a una sociedad necesitada de consensos y acuerdos, eso sí, sin volvernos cándidos leyendo a la ligera a 1 Corintios, 13 sobre el amor: “El amor es paciente... Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo perdona”. Cuidado ahí, aclaremos que el amor no es estúpido. Sensibles, sí, pero no confundir pasión con impulso, malentendimos lo de ser apasionados. Pasión (lat. passio-passiones), cuyo significado tácito es “sufrimiento”. Hasta hace poco teníamos establecido en el código penal colombiano el crimen pasional, que contemplaba la aniquilación al consorte por celos, argumentando intensa ira y dolor como atenuantes. Incluso tuvimos marca país con ese mal título de “Colombia es pasión” (Proexport 2005).
Pongamos las emociones en su justa proporción, una de ellas, el sentido patrio, a veces sugerido para llenarnos de cólera. Una cosa es tomar posición, otra, convertirnos en bochinche que anuncia refundar la patria. A cuidar, entonces, que sentimos y por quién lo sentimos. No escatimemos en pensar lo sentido, no sintamos por sentir, tampoco justifiquemos los desmanes con aquello de que somos humanos. La rabia no justifica ni explica la condición humana, al contrario, la rabia deshumaniza. La crispación de los últimos días de este mes de julio fue palpable, atentos a la sentencia de una juez de la república, estábamos ansiosos de fallo judicial, la mayoría en guardia, acuartelados por si había que asir un garrote o echar pa’l monte. Llenos de ira, antes que, de argumentos, a punto de salirle al que retara: “¿cómo es, pues?”. No lo digo con mala leche, el escenario me recordó lo descrito en el libro sagrado: “Pilato les preguntó por segunda vez: ¿a quién quieren que libere? Ellos, respondieron: ¡A Barrabás!”. Movidos por la rabia, condenaron al justo, eso somos. El resto del relato, ya lo sabemos.