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Por José Guillermo Ángel R. - jasdasd@asdasdasd
Estación Calle Ancha (o si se quiere, engordadero), a la que llegan colores vivos, formas redondas, pinceladas seguras, representaciones de vírgenes cargando a un pintor niño, frutas y morcillas sobre mesas, botellas de licor y frascos con pastillas rojas, pueblos pegados a trozos de montaña, techos con teja romana (la que llaman española), gentes de todos los colores yendo por las calles o asomada a las ventanas, toros y toreros (no falta el rejoneador ni la mujer de cachumbo, lunar, peineta y abanico), músicos muy sonoros y bailarines, niñas con cara de lección o aburrimiento), grupos de mujeres luciendo sombreritos y collares, familias posando para que las pinten o fotografíen, gatos y perros redondos, hombres a caballo, antioqueños posando de Luis XVI y María Antonieta, beatas que compiten con los santos (algunas llevan entre sus manos las palmas del martirio), viudas luciendo su prole, prostíbulos con clientes y muchachas del oficio, gordas desnudas o montando bestias en una finca, Pedrito sobre su caballo de juguete etc. Llegan muchas figuras para que las gentes se vean y algunas en estatua para que se toquen.
Fernando Botero (que ya descansa en paz y sus cuadros van a ser más caros, pues ya no pinta más y entonces se volverán escasos), es un pintor cultural (como Diego Rivera, quizá como Toulouse Lautrec) y en sus cuadros y esculturas está representada la gente de estas tierras del caribe montañero en la que abundan los gordos buenos y malos acompañados por sus mujeres gordas y sus hijos gordos, y sus creencias gordas y desmesuradas (tal vez por la comida grasosa o los genes o el afán de hacer plata). Y de este mundo, abundante en colores y sin que falten procesiones, brota una imagenería de la que se pueden hacer muchas novelas locales, pues no hay nada que falte, sea en costumbres o pecados.
El realismo mágico, que se inicia con el nombre una exposición de fotografías en París (a la que Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier reaccionan escribiendo), da cuenta de desmesuras, dictadores delirantes y personas y animales que no saben si están en la realidad o hacen parte de algún canto de juglares o de un rezo. Y bueno, mientras los escritores las describen, Fernando Botero las pinta. Así que es un pintor del realismo mágico y ver cada pintura es entrar en una historia que no está lejana, que esta ahí y es marca propia. Y pasó, Fernando Botero se murió (a todos nos sucede), pero sigue vivo en colores y formas gordas, que son las más apetecibles a los ojos y a los dedos. No creo que haya que rezar por él.
Acotación: supongo que aparecerán eruditos en Botero, círculos boterianos, biógrafos que se centrarán en burdeles y hasta restaurantes que ofrezcan comidas con todas las calorías y proteínas. Cuando el muerto es famoso, muchos viven de él.