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A sangre y celos. Juego limpio, de Chloe Domont

11 de octubre de 2023
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Samuel Castro- Miembro de la Online Film Critics Society. TW: @samuelescritor

Es emocionante poder escribir de una película para adultos, en estos tiempos tan adolescentes en que a un presidente se le ocurre que es más importante tuitear que gobernar. Emocionante ver la restricción de edad en una película distribuida en Netflix desde la semana pasada, recordando aquellos tiempos que esta generación cinéfila no vivió, donde ciertos títulos se pasaban en televisión abierta a horas difíciles para facilitarle la vida a los padres. Emocionante acercarse a una historia donde se habla de sexo de frente, sin eufemismos, y el sexo hace parte de la construcción sicológica de los personajes (como en la vida real), convirtiendo las escenas donde está filmado sin pudores, pero también sin fetichismos ni adornos innecesarios, en parte esencial de la historia.

La película es Juego limpio y todas sus secuencias están tan bien construidas en su ritmo, que no parece la ópera prima de su directora y guionista, Chloe Domont. A Domont se le nota el oficio adquirido dirigiendo episodios de series de primera categoría, como Suits, Ballers o Billions, pues es capaz de resolver con muy pocos recursos (un primer plano donde se necesita, una cámara que se enfoca en un objeto) escenas tan complicadas como la primera, cuando nos presentan a los personajes principales, Emily y Luke, que tienen sexo en el baño del salón donde se celebra una fiesta y que sólo se enteran de que ella está menstruando cuando terminan manchados de sangre. A ninguno de los dos parece importarles el incidente, pero lo que vemos es la primera muestra de un guion muy astuto, capaz de tocar temas trascendentales sin dictar cátedra o dar sermones. Porque, ¿qué tanto la naturalidad con la que asumen el percance, muestra que en realidad a Luke le importa Emily mucho menos de lo que dice el anillo con que le propone matrimonio?

Juego limpio consigue tocar la tecla precisa en temas de los que deberíamos hablar más, como la presión por los resultados en ciertos trabajos, de la que se agarran muchos jefes para justificar sus desmanes, o la constante competencia por dos metros cuadrados más de oficina. Pero es en el campo de las relaciones de pareja donde realmente adquiere el vuelo necesario para ser uno de los mejores títulos de este año, gracias a la fascinante actuación de Phoebe Dynevor, quien se convence y nos convence de que ascender debería traer para ella las mismas prerrogativas sociales, económicas e incluso sexuales, que los hombres han asumido como “normales” desde siempre. Un escalón por debajo de ella, pero logrando parecer creíble, Alden Ehrenreich nos desconcertará al encarnar las peores reacciones humanas, pero sobre todo masculinas, cuando los celos nos consumen. ¿A cuántos conocemos que serían incapaces de aceptar que su esposa tenga un mejor salario o que enloquecerían si sienten que ella es más exitosa?

Al final la sangre volverá a correr por el piso. Ya no es la misma persona la que sangra. Y la indiferencia no es vista ya como una cualidad. ¡Hay cine! Y del que emociona.

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