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hace 5 horas
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Por esas casualidades divertidas que a veces tiene el calendario de estrenos, llegó a las salas de cine colombianas “Mente maestra”, de Kelly Reichardt, una película sobre el robo a un museo, la misma semana en que los noticieros televisivos tuvieron que encabezar sus titulares con la noticia del asalto, a plena luz del día, del Museo del Louvre. Y digo que es divertida la coincidencia porque el subgénero de las películas de robos (donde hay varias obras mayores, como “Rififí”, de Jules Dassin, o “El aura”, de Fabián Bielinsky) nos ha hecho creer que se necesitan elaboradas coreografías y planes inmaculados, pensados por mentes criminales privilegiadas, para que los atracos salgan bien. Al ver los reportajes noticiosos tenemos que darle la razón a Reichardt, pues parece que su visión sencilla y algo desabrida de un robo ejecutado a la buena de Dios, está más cerca de la vida real de lo que hubiéramos querido creer.

Sin embargo, esa sencillez que es una de sus marcas de estilo como autora cinematográfica (vean “First cow” en Mubi, una obra mucho más redonda), deja de ser interesante para el espectador cuando la aplica con idéntica frialdad para retratar las vidas de James Blaine Mooney, la supuesta mente maestra del título, de su familia y de las otras personas con las que Mooney interactuará antes y después del robo. Porque una cosa es desarmar las convenciones del cine y mostrarnos a un hombre que decide robar en el museo local porque está cansado de que le critiquen sus pocas ganas de ser productivo (y ahí habría una defensa del ocio y una mirada incisiva al “modo de vida estadounidense” que puede sostenerse desde lo teórico) y otra muy distinta pretender que una serie de conversaciones y de acciones ejecutadas con desgano, pasen por la revisión en profundidad de las motivaciones de su protagonista. El guion de Reichardt nunca logra que comprendamos por qué Mooney prefiere huir que quedarse con su familia o qué lo llevo a pensar que el robo era su mejor opción, ni consigue que personajes que parecían interesantes como sus padres o su esposa, sean algo más que elementos decorativos. Todo termina convirtiéndose en el desperdicio de un reparto talentoso, que incluye a Bill Camp, John Magaro, Hope Davis y Alana Haim, y en el lucimiento forzado de un protagonista como Josh O’Connor que hace todo lo posible por sumarle interés a escenas y diálogos que no lo tienen, como aquellas miradas que debe llenar con algún sentido en su viaje en bus.

Christopher Blauvelt en la fotografía y Rob Mazurek componiendo una partitura llena de sonoridades jazzísticas (un homenaje al talento improvisador de los grandes ladrones) hacen que no sea una completa decepción la visión de “Mente maestra”, pero como dice el secuaz de los mafiosos locales que amenaza a James en una de las secuencias: “De cualquier forma, que te sirva de experiencia para la próxima vez”. Ojalá Kelly Reichardt haya leído con atención su propio guion.

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