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Arte filoso: El cuadro robado, de Pascal Bonitzer

hace 14 horas
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  • Arte filoso: El cuadro robado, de Pascal Bonitzer

Honra su oficio mayor en el cine Pascal Bonitzer, el de guionista que ha escrito diálogos incluso para Jacques Rivette, en su nueva película como director, El cuadro robado, estrenada esta semana en Colombia. Honra su oficio siendo capaz de presentar casi hasta en lo más íntimo a dos de sus principales personajes, André Masson, alto cargo en la sucursal parisina de una importante casa de subastas, y Aurore, una ejecutiva más joven que hace las veces de asistente, en apenas un par de escenas, gracias a unos diálogos filosos y nada obvios, que serán lo mejor de una cinta que, a pesar de lo interesante de su historia, no brilla de igual manera en otros aspectos, como su diseño de producción o su fotografía.

El escollo fundamental que encontrará el público luego de esa presentación es que ninguno de los dos personajes es agradable, o al menos buena gente, y los actores, Louise Chevillotte y Alex Lutz, no utilizan ninguna argucia para hacerlos más simpáticos a nuestros ojos. El mercado del arte en las altas esferas es un mundo despiadado, parece decirnos Bonitzer, y la única manera de alcanzar el éxito en él es siendo una fiera. Sin embargo, la película funciona porque también deja claro Bonitzer que Masson se rige por un estricto código ético, que es el que lo impulsa a pelear por su cliente, un muchacho que hace el turno nocturno en una planta química y que por casualidad se ha dado cuenta de que el cuadro que cuelga en la casa que compró para su mamá, y que incluía hasta las cortinas y los muebles del dueño anterior, es una pintura del pintor austriaco Egon Schiele que se daba por perdida.

Aunque Bonitzer construye una ficción y aprovecha a sus personajes para reflexionar un poco sobre el honor, el prestigio y lo que te hace respetable o no frente a los demás, en realidad se basa en una anécdota real de hace 20 años, cuando un ciudadano francés llamó a Christie’s a confirmar que en su apartamento tenía Los girasoles marchitos, de Schiele, y tuvo la gentileza de aceptar de inmediato que el cuadro fuera restituido a la familia del coleccionista Karl Grûnwald, propietario de la pintura hasta 1946, cuando los nazis lo confiscaron. El director y guionista tampoco falla a la hora de incluir la explicación histórica sin que se sienta fuera de lugar y permitiendo que el público se emocione por el proceso que lleva a cabo André para conseguir el mejor precio en la subasta del cuadro.

No se ha establecido al detalle lo que ocurrió con la persona que avisó sobre el Schiele, pero Bonitzer quiere darnos una lección moral y permite que los buenos sentimientos sean recompensados, en una suerte de declaración que cualquiera entiende: para que en la vida real haya finales felices, dependemos de la buena voluntad de todos, incluso de personajes despiadados en otros ámbitos, como André y Aurore. E incluso entonces, el triunfo de los honrados debe disfrazarse un poquito, porque parece que no estamos hechos para alegrarnos con la felicidad de los demás.

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