Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
La historia del rock colombiano no siempre transitó por una carretera pavimentada como la que recorremos hoy. Su camino fue más bien un terreno pedregoso, lleno de atajos, invenciones y sonidos que se filtraban desde otros mundos. Podríamos decir que nuestro rock nació como un big bang tropical, pero visto a través de una ventana: la de un país donde las guitarras eléctricas, los amplificadores, las canciones en inglés, los cortes de pelo y los trajes ceñidos llegaban con retraso desde el norte. Todo ese universo provenía del seno de la cultura estadounidense, moldeada por raíces anglosajonas, pero en estas tierras tomó otro carácter.
Mientras tanto, acá teníamos guitarras de palo, voces de gorrión, historias del campo y una fuerza descomunal por crear. No había grandes escenarios pero sí una necesidad urgente de inventar una banda sonora propia.
Son varios los nombres que florecieron en aquella semilla incipiente de lo que luego llamaríamos “nueva ola” y, más tarde, rock nacional: Juan Nicolás Estela, Harold Orozco, Pablus Gallinazus, Juancho López, Óscar Golden, Billy Pontony, Christopher, Noel Petro, Mariano Sepúlveda, y grupos como Los Ampex, Los Speakers, Los Flippers, Los Yetis, Los Falcon o Los Golden Boys. Todos ellos ayudaron a empujar la historia hacia adelante, pero uno de ellos, solo puede reclamar, con justicia, el trofeo simbólico de haber grabado el primer rocanrol colombiano. Ese hombre se llamó Carlos Román.
Carlos Román Sulbarán nació en julio de 1919 en Cartagena. Antes de dedicarse a la música fue agente de policía, hasta que el destino lo llevó a Barranquilla. Allí, junto a su hermano Roberto, formó el dúo “Romancito y el Gran Romancito” y empezó a mezclarse con la efervescente vida musical del Caribe. Integró agrupaciones como Los Vallenatos del Magdalena y absorbió la esencia de la música popular costeña.
Pero el hecho trascendental, ocurrió cuando Carlos Román decidió crear su propia agrupación: La Sonora Vallenata. Inspirado en las grandes sonoras cubanas. En medio de esa búsqueda, junto al acordeonero Morgan Blanco, grabó un tema que cambiaría la historia de la música popular colombiana: Very Very Well, una composición de Antonio Fuentes, fundador del mítico sello Discos Fuentes.
La canción, grabada en 1958, tenía la base rítmica y el espíritu del rock and roll, pero su alma era completamente costeña. El acordeón se cruzaba con la guitarra eléctrica, el inglés burlesco, se deslizaba entre cumbias y sones, y el resultado fue algo insólito: un rock hecho con sabor a vallenato. Era el reflejo de un país que interpretaba a su manera las influencias extranjeras, que tropicalizaba todo lo que tocaba y lo convertía en fiesta.
Por eso puede decirse, sin temor a exagerar, que el primer rock de nuestro pueblo fue un vallenato. Very Very Well fue una parodia, un juego, una traducción libre del rock and roll que ya sonaba en los Estados Unidos. Pero, sobre todo, fue un acto de libertad creativa.
Aquel experimento de Carlos Román no solo abrió una puerta: nos enseñó que el rock también podía tener acordeón, podía hablar con acento costeño y podía bailar. Casi siete décadas después, esa lección sigue viva. Porque el rock colombiano, con todas sus mutaciones, siempre ha tenido una raíz mestiza, rebelde y profundamente popular.
Así que sí: el primer rock de nuestro pueblo fue un vallenato. Y no hay nada más rockero que eso.