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Cuando somos islas: Super happy forever, de Kohei Igarashi

hace 7 horas
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  • Cuando somos islas: Super happy forever, de Kohei Igarashi

Es verano en Estados Unidos y estamos en vacaciones escolares en Colombia, lo que implica que la cartelera vive uno de esos momentos del año en que los estrenos ajenos a los caminos comerciales más transitados, poblados de dinosaurios y superhéroes, son más difíciles de encontrar. Por fortuna las plataformas de streaming nos ofrecen una alternativa a la algarabía propia de estos días, con películas tan delicadas y poco estridentes que él sólo hecho de que estén ahí es una bienvenida anormalidad.

Una de ellas es Super happy forever, de Kohei Igarashi, estrenada en MUBI la semana pasada, que ironiza desde el comienzo con su título, originalmente en inglés, pues en realidad se enfoca en las maneras en que vivimos la tristeza en un mundo que nos pide constantemente estar felices; la soledad en medio de una multitud de la que no podemos escapar; y la experiencia de la inmigración que nos obliga a esconder la nostalgia del lugar del que venimos, para encajar con facilidad.

La historia a través de la cual se hace esta reflexión es simple. Sano y Miyata visitan la ciudad de Izu en 2023, pero en realidad lo hacen para recordar la última vez que estuvieron allí, cinco años antes, cuando Sano conoció a Nagi, la joven que se convirtió en su esposa y que ya no lo acompaña. Izu es un sencillo balneario japonés, famoso por sus aguas termales, de esos que se llena solamente durante un momento del año, como tantos que conocemos en Colombia, con hoteles pequeños y piscinas con forma de ballena llenos de toboganes para los niños. No es sencillo vivir ningún duelo, pero puede complicarse aún más si estás en un lugar al que le gente va a divertirse. Sano está tan triste y tiene tanta rabia con el mundo, que empieza a hacerse incómodo incluso para los espectadores. Justo en ese momento Igarashi, que también es el guionista, decide movernos en el tiempo a ese primer encuentro, donde vemos que, por supuesto, hay mucha menos magia de la que solemos recordar cuando idealizamos nuestros recuerdos.

Igarashi le brinda a su historia un ritmo pausado, con secuencias que no tienen afán, apropiado para acompañar a estos jóvenes tímidos que no saben muy bien cómo relacionarse entre sí y que podrían representar a una generación que prefiere enviarse mensajes de texto o de voz, a conversar frente a frente. Tal vez por eso pone en boca de Sano la evaluación de su propio matrimonio, diciendo que fue egoísta y menos amable de lo que merecía Nagi. La historia, sin embargo, se decantará hacia un personaje secundario, quien tuvo contacto casual con los protagonistas, pero que sufre también el destino de Izu en temporada baja. Al final, la sencillez de la propuesta, como un poema de versos sin metáforas, brinda una lectura desde varios ángulos de un tiempo en el que los lazos de conexión son muy frágiles y tal vez no estamos bien preparados para afrontar las pérdidas. Un tiempo en el que nuestros seres queridos terminaron siendo apariciones fantasmales y fotos sin rostros.

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