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Aunque uno siempre puede aplicarle aquellas preguntas esenciales del periodismo a cualquier película, con los remakes varía invariablemente el orden de las mismas. Por qué, es la primera pregunta en esos casos. ¿Qué razón lleva a alguien, y en este caso además a un autor más que probado como Steven Spielberg, a tomar una obra que ya existía y fue importante en su momento, y rehacerla para audiencias contemporáneas 60 años después? Puede que sea cierto, como ha dicho en alguna entrevista, que “West side story” fuera el musical más memorable de su vida, pues a los once años aprendió las letras de las canciones. Pero a estas alturas y si damos una mirada más amplia sobre su obra de las últimas décadas, ese “antojo” suena demasiado espontáneo para ser cierto.
A partir de 1997, cuando dirigió “Amistad”, es como si Spielberg hubiera decidido comentar la sociedad en la que vive apelando a la recreación de otros momentos de la historia. Lo hizo en “Munich” para hablar del clima de revanchismo que imperaba en Estados Unidos después del 11 de septiembre; en “Lincoln” cuando quería decir que algunos fines sí justificaban los medios; en “Puente de espías” para reflexionar sobre lo que consideramos “patriotismo” y con mucha urgencia en “The post” para recordarnos la importancia de los medios para el correcto funcionamiento de la democracia. ¿Por qué pensar que es “West side story” el vehículo escogido para hacer este comentario? Porque el director se asocia de nuevo con Tony Kushner, el talentosísimo dramaturgo que escribió “Angels in America”, con quien había trabajado justamente en “Munich” y “Lincoln”.
Entonces, al volver a narrar esta historia de amor a lo Romeo y Julieta entre una pareja de jóvenes enamorados cuyo romance no puede ser por hacer parte de pandillas rivales, una de descendientes de inmigrantes europeos y otras de puertorriqueños de segunda generación, Spielberg está diciéndole a su público que no puede ser que Estados Unidos no haya resuelto todavía tensiones raciales que tienen más de 60 años. Al corregir el origen de su casting, para que los latinos en realidad sean latinos y no blanquitos oscurecidos con betún, como en la versión original de Jerome Robbins y Robert Wise, está dándole ejemplo a Hollywood, que continúa menospreciando a la minoría más importante del país en sus repartos. Convirtiendo las piezas en las que intervienen los latinos en inolvidables explosiones de color y de creencia rabiosa en “América” (“si trabajamos duro saldremos adelante”) les recuerda a sus conciudadanos que esos latinos mueven la maquinaria del país, que son ellos los que han traído con su música, sus comidas y sus tradiciones, una diversidad que se ha convertido en riqueza.
Las copias que se ven en los cines gringos, por orden de Spielberg, no llevan subtítulos en las secuencias en las que se habla en español, para que sólo se rían quienes entienden el idioma, ese idioma que es el segundo más hablado de Estados Unidos y que todos deberíamos conocer, nos recuerda. Sin esos latinos bilingües, Estados Unidos ya no podría ser, nos dice de nuevo. Más alto y mejor que hace 60 años. A ver si por fin alguien entiende.
Aunque uno siempre puede aplicarle aquellas preguntas esenciales del periodismo a cualquier película, con los remakes varía invariablemente el orden de las mismas. Por qué, es la primera pregunta en esos casos. ¿Qué razón lleva a alguien, y en este caso además a un autor más que probado como Steven Spielberg, a tomar una obra que ya existía y fue importante en su momento, y rehacerla para audiencias contemporáneas 60 años después? Puede que sea cierto, como ha dicho en alguna entrevista, que “West side story” fuera el musical más memorable de su vida, pues a los once años aprendió las letras de las canciones. Pero a estas alturas y si damos una mirada más amplia sobre su obra de las últimas décadas, ese “antojo” suena demasiado espontáneo para ser cierto.
A partir de 1997, cuando dirigió “Amistad”, es como si Spielberg hubiera decidido comentar la sociedad en la que vive apelando a la recreación de otros momentos de la historia. Lo hizo en “Munich” para hablar del clima de revanchismo que imperaba en Estados Unidos después del 11 de septiembre; en “Lincoln” cuando quería decir que algunos fines sí justificaban los medios; en “Puente de espías” para reflexionar sobre lo que consideramos “patriotismo” y con mucha urgencia en “The post” para recordarnos la importancia de los medios para el correcto funcionamiento de la democracia. ¿Por qué pensar que es “West side story” el vehículo escogido para hacer este comentario? Porque el director se asocia de nuevo con Tony Kushner, el talentosísimo dramaturgo que escribió “Angels in America”, con quien había trabajado justamente en “Munich” y “Lincoln”.
Entonces, al volver a narrar esta historia de amor a lo Romeo y Julieta entre una pareja de jóvenes enamorados cuyo romance no puede ser por hacer parte de pandillas rivales, una de descendientes de inmigrantes europeos y otras de puertorriqueños de segunda generación, Spielberg está diciéndole a su público que no puede ser que Estados Unidos no haya resuelto todavía tensiones raciales que tienen más de 60 años. Al corregir el origen de su casting, para que los latinos en realidad sean latinos y no blanquitos oscurecidos con betún, como en la versión original de Jerome Robbins y Robert Wise, está dándole ejemplo a Hollywood, que continúa menospreciando a la minoría más importante del país en sus repartos. Convirtiendo las piezas en las que intervienen los latinos en inolvidables explosiones de color y de creencia rabiosa en “América” (“si trabajamos duro saldremos adelante”) les recuerda a sus conciudadanos que esos latinos mueven la maquinaria del país, que son ellos los que han traído con su música, sus comidas y sus tradiciones, una diversidad que se ha convertido en riqueza.
Las copias que se ven en los cines gringos, por orden de Spielberg, no llevan subtítulos en las secuencias en las que se habla en español, para que sólo se rían quienes entienden el idioma, ese idioma que es el segundo más hablado de Estados Unidos y que todos deberíamos conocer, nos recuerda. Sin esos latinos bilingües, Estados Unidos ya no podría ser, nos dice de nuevo. Más alto y mejor que hace 60 años. A ver si por fin alguien entiende.
Samuel Castro
Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter:
@samuelescritor