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EL JARDÍN DE LAS DELICIAS: El sabor de la vida, de Tran Anh Hung

12 de mayo de 2024
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  • EL JARDÍN DE LAS DELICIAS: El sabor de la vida, de Tran Anh Hung

Cuando empiezan a cocinar en esta casa ubicada en la campiña francesa en la que transcurrirá la mayor parte de El sabor de la vida, de Tran Anh Hung, la luz espléndida de la mañana llena el espacio y habita sus rincones. Hay una clara intención del director vietnamita, secundado por su cinematógrafo, Jonathan Ricquebourg, en asociar esa transformación de los alimentos con aquello que ilumina nuestra vida, ya sea la felicidad que brinda dedicarnos a lo que nos gusta, o el amor correspondido.

Ambas fortunas las tiene Dodin Bouffant, el personaje central de esta historia, un chef reputado (“el Napoleón de la cocina francesa” lo llaman en algún momento) que no tiene necesidad alguna de trabajar. Lo único que parece ocupar su tiempo es la creación culinaria, que desarrolla a cuatro manos junto con su cocinera, Eugénie, que como veremos a lo largo de reposadas secuencias de preparación de platos, filmadas con un deleite casi hipnótico, traduce mejor que nadie sus ideas de la receta en el papel a la realidad. Con ella también tiene ese amor que mencionamos, pues ambos sostienen una relación sentimental que va más allá de las convenciones sociales. Ni siquiera duermen en el mismo cuarto, pues Eugénie prefiere que el contacto físico sea un impulso de ambos, una culminación de un deseo y no una obligación contractual. El último diálogo de la película expresa con exactitud la belleza de su relación.

Bajo la afición por la buena comida, encarnada en la película por el grupo de amigos que rodea a Bouffant, todos gastrónomos como él, siempre late una búsqueda de los placeres de la vida que muchos encuentran ilógica. ¿Por qué dedicar horas y horas a construir un plato memorable que será devorado en minutos? ¿Qué sentido tiene pagar pequeñas fortunas por menús de degustación que no se pueden replicar en la cocina de nuestras casas? La respuesta la da la misma cinta en un diálogo entre Eugénie y Dodin, exagerado pero comprensible: un plato nuevo trae más felicidad a la humanidad que el descubrimiento de una nueva estrella. Ojo. No es que sea más útil o que le sirva más. La felicidad no tiene nada que ver con el sentido práctico de la existencia. Tiene que ver con sentirnos exultantes, henchidos de alegría. Luminosos.

No tiene sentido ver con afán una película como El sabor de la vida. No sólo porque Tran Anh Hung filma con el mismo ritmo parsimonioso de El olor de la papaya verde, la película de 1993 que le dio reconocimiento global, sino porque la película misma privilegia el tiempo bien empleado como la razón de ser de nuestras vidas. Veinte años han trabajado juntos Dodin y Eugénie y apenas ahora deciden casarse. En una época que parece vivir un culto a la velocidad, esta historia es pura rebeldía. Porque lo que vemos en pantalla, gracias a las estupendas actuaciones de Juliette Binoche y Benoît Magimel es ese amor perdurable al que podríamos aspirar: un amor como el fuego que mantiene tibia la cena, como la luz del verano, hecho de llamaradas magníficas y eternas.

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