Pico y Placa Medellín
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Diego Agudelo Gómez
Crítico de series
Todos podemos contar una historia de amor como si fuera una comedia romántica. La candorosa etapa del cortejo, ese periodo inicial de encandilamiento en el que empezamos a recorrer y reconocer el cuerpo del otro, encontrar el placer del entendimiento, la cercanía de la conversación, la dicha de estar en silencio y en calma mientras un tornado de emociones remueve todo por dentro. Por supuesto, en esos relatos se pueden incluir esos momentos críticos en que algo se requiebra en los cimientos, el mundo entero empieza a derrumbarse, la fractura abre abismos, la visión se ensombrece, todo llega a los oídos con ruidosa interferencia, muere la música, la belleza se esconde, como si siempre se cambiara de acera para no saludarnos. Y después de esa tempestad de desamor, puede producirse un reencuentro, una reconciliación que nos eleva a una cumbre, se respira aire fresco, con tranquilidad podrían aparecer los créditos de nuestra historia, la palabra fin arrastrando al elenco de protagonistas, un vivieron felices para siempre en cuyos puntos suspensivos podamos adivinar periodos de indestructible sosiego.
Aunque las historias de amor también podrían contarse como cuentos de terror, relatos de locura y desvarío, lúgubres sagas en las que los héroes no tienen respiro ni redención.
Entre estos dos extremos caben miles de variables, tantas como parejas existen en el mundo. Escapando de esas fórmulas narrativas están las historias impredecibles, algunas carecen de clímax, otras nunca abandonan la cúspide de los paroxismos, el trazado de la línea temporal en algunas es demasiado amplio; en otras, es tristemente breve, un punto que no alcanzó a convertirse en línea. Estas historias de amor se sienten reales, invitan a la risa sin pretender humor, mueven a las lágrimas sin ser abiertamente trágicas. Así son las historias que se cuentan en True Love, la serie de Amazon Prime de ocho capítulos que adapta algunos de los ensayos publicados en la columna del New York Times del mismo nombre.
Cada historia, pulcramente contada en 30 minutos, aborda algunas de las formas del amor en la actualidad. El creador de una aplicación para citas cuenta su ruptura, una mujer bipolar se desliza por despeñaderos emocionales que la dejan lacerada y postrada en cama, una pareja gay intenta adoptar un niño y en el proceso encuentran a una vagabunda extraordinaria, una pareja de esposos intenta salvar su matrimonio dedicándose a una afición común, los fiascos de una primera cita terminan con una arteria abierta y una serie de confesiones íntimas en la cafetería de un hospital, una joven editora encuentra en el portero de su edificio al amigo más incondicional. Las historias elegidas para esta primera temporada dibujan un paisaje complejo del que participan todas las generaciones, lo que demuestra que al amor fulgura con distinta intensidad en cada etapa de la vida.
Recomiendo especialmente el capítulo protagonizado por Anne Hathaway, que al principio se muestra como una Rita Hayworth exuberante, esa típica belleza hollywoodense a la que no le queda mal ir al supermercado vistiendo una llamativa camisa de lentejuelas, una mujer tocada por la gracia cuyo andar por el mundo contagia en los demás una dicha musical. Elocuente, vibrante, divertida, una musa encarnada. Sin embargo, el sol poco alumbra en la vida de Lexi porque la mayoría del tiempo su estado emocional la incapacita, la depresión puede dejarla en cama durante días, no parece posible que tanta desdicha quepa en un cuerpo. Este episodio nos acerca un poco a comprender lo que experimentan tantas personas que batallan diariamente con la depresión y al mismo tiempo intentan encontrar compañía, sea la del amor o la de la amistad.
Las historias de esta serie me abrigaron, me provocaron conmoción y ternura, espolearon mi lujuria y despertaron el deseo de complicidad, esa palabra que es el santo grial de las relaciones.