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Así como hay escenas que definen el carácter de una ficción cinematográfica, hay momentos en los documentales que resumen las ideas que desarrollan en su narración. En Sally, el muy buen documental estrenado la semana pasada en Disney+, ese momento es una rueda de prensa realizada en un auditorio de la NASA en 1983, en la que un periodista, con el descaro conocido de los que ejercen mal el oficio y con un machismo que por fortuna hoy resulta escandaloso y grotesco, se atreve a preguntarle a la doctora Sally Ride, escogida ya en aquel momento para ser la primera mujer estadounidense y tercera en la Historia en viajar al espacio, como parte de la tripulación del Transbordador Espacial, que si cree que, llegado el caso de un problema durante su misión, ella va a llorar.
La indignación que sentimos en ese instante se replicará en distintos momentos, pues uno de los dos grandes temas que Cristina Costantini, directora y coescritora, desarrolla en Sally, es lo especialmente duro que puede ser el mundo con las mujeres que se atreven a destacarse en campos tradicionalmente masculinos, todavía más si esas mujeres son queer. Para lograrlo utiliza un material de archivo de altísima calidad (en la NASA, con un sentido histórico infalible, hacían registro de todo lo que podían) que muestra tanto la dura preparación de Sally para ser astronauta, como la interacción con sus compañeros de promoción, que se dificultaba por los prejuicios de una institución donde el porcentaje femenino era ínfimo, y por la competencia salvaje que todos aceptaban para alcanzar el reconocimiento público, ese “ser los primeros” que tanto alentamos en la ciencia, el deporte y en casi todos los campos.
Costantini posee un talento admirable para conseguir conversaciones francas e íntimas con sus entrevistados y un sentido narrativo igual de bueno al seleccionar lo que debe aparecer. Porque para el segundo tema que desarrolla en Sally, que es la elección de una figura pública de mantener oculta su intimidad y su identidad sexual, sólo puede apelar en este caso a lo que dicen sus allegados: su pareja, su hermana, su exesposo, incluso su mamá, que parece entender más que nadie el feroz carácter reservado de su hija. Lástima que esa misma agudeza no la muestre al utilizar unas puestas en escena para recrear ciertos recuerdos, que francamente chillan frente al resto del material, sobre todo cuando los comparamos con secuencias hermosas, como la que recrea con animación una carta de Sally. Pero el resultado es tan luminoso y clarificador que los defectos son los obstáculos de una misión que sale bien: describir la complejidad de una persona admirable.
ÚLTIMA TOMA: Ha muerto otra pionera, en este caso del cine de nuestro país, la infatigable y admirable Camila Loboguerrero, que será recordada por su inmenso amor al cine y por esa franqueza con la que enfrentaba las vanidades y los egos pretenciosos, tan comunes en la cultura colombiana. Si el cielo existe, tiene sala de cine. Y en ella ya está sentada Camila, feliz viendo buenas películas.
