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Samuel Castro
Mientras deseamos que pequeñas joyas que se vieron casi por milagro en el Festival de Cine de Cartagena (que sigue luciendo caótico y perdiendo relevancia con una muestra llena de secciones desperdigadas e inconexas, y continúa con el embeleco de no tener competencia oficial) como Corsage, de Marie Kreutzer, Interdit aux chiens et aux italiens, de Alain Ughetto, y los documentales Todos nuestros latidos están conectados a través de estrellas que explotan, de Jennifer Ransford, y Toda una vida, de Marta Romero, lleguen a nuestras salas de cine para que todos podamos verlas en pantalla grande, como se lo merecen por su calidad, plataformas como Star Plus siguen estrenando títulos correctos, adultos, como El estrangulador de Boston, de Matt Ruskin, que parecen no tener mucha cabida en una cartelera comercial cada vez más adolescente y pirotécnica.
La película aprovecha con acierto dos tendencias de los últimos años: una historia central donde los personajes principales son mujeres, en roles narrativos que hace algunos años les habrían sido ofrecidos únicamente a hombres, y ofrecernos la crónica del cubrimiento periodístico de unos crímenes reales que se produjeron en Boston a comienzos de los años sesenta.
Los personajes reales son las reporteras Loretta McLaughlin y Jean Cole, que desde un periódico de segunda línea, el Boston Record American, bautizaron al asesino y le dieron la relevancia que se merecía a unos crímenes que a lo mejor habrían sido tramitados lentamente y sin urgencia por la policía, de no ser por la presión mediática que ellas supieron iniciar, pues la mayoría de las víctimas eran mujeres que vivían solas.
El primer vínculo lo hace Loretta, quien se da cuenta de las similitudes de algunos crímenes y gracias a su perspicacia escapa del destino que tenía asignado en el periódico: escribir reseñas de electrodomésticos.
Keira Knightley, cada vez mejor como actriz, sin algunos gestos que se habían vuelto costumbre, logra darle profundidad a McLaughlin y expresarnos los conflictos familiares que generaba en su hogar y con su familia, dedicar tiempo a su oficio “robándole” horas a las tareas domésticas.
Compartir esas vivencias será lo que afianzará su relación con Cole, la siempre justa Carrie Coon, con quien hará una pareja que nos recuerda a otros dúos de periodistas, como el de Woodward y Bernstein en All the president´s men.
Sin embargo, como pasaba también en aquel clásico moderno, en cierto momento el guion se confunde por querer abarcar demasiado, y abandona a su suerte hilos argumentales que se antojaban potentes, como el de la incompetencia de la policía, lo que implica desperdiciar a los personajes que encarnan Alessandro Nivola y Bill Camp.
Donde mejor funciona la película es en la dinámica de las colegas y en la rutina de la investigación, y donde menos, en la explicación del crimen. Pero ambos temas construyen una película mucho más interesante, madura y profunda que la que insinuaba su título.