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Tendríamos que poder expulsar de la sala del cine a aquellos que usen el celular durante las funciones de esta historia. O al menos poder poner un aviso que dijera: “Más respeto, que estás viendo la última película de Michael Caine”. No solo porque sería algo que probablemente Caine aprobaría sino porque a su personaje en la película, como a todos los que pasamos de cierta edad, le mortifica la falta de civismo y cortesía por los demás que se exhibe hoy como si fuera algo de lo que sentirse orgulloso.
Caine protagoniza esta historia que agranda, con las buenas maneras que suelen tener los guionistas británicos, una pequeña anécdota que realmente ocurrió en 2014 y que la prensa convirtió en historia de primera plana. El veterano de la Segunda Guerra Mundial Bernie Jordan “se escapó” del hogar de ancianos donde vivía y cruzó por sus propios medios el Canal de la Mancha, para asistir en Francia a la conmemoración número 70 del desembarco de Normandía, que ese año se iba a hacer con la magnificencia que merecía el aniversario.
El guionista William Ivory le agrega todos los detalles necesarios para que la película consiga trascender la noticia y hable de temas más universales, agregando personajes y motivaciones al viaje. Lo importante es que lo consigue sin convertirla en un pastiche dulzón, gracias a una concepción de los personajes que no idealiza nada: Bernie está tan impedido para andar que necesita caminador; la enfermera que cuida a su esposa en el geriátrico ve en ella a la figura materna con la que no cuenta en casa; el simpático compañero de andanzas que Bernie consigue en el viaje es un alcohólico lleno de culpas. Y gracias a ellos la película nos permite pensar sobre esa etapa terrible de la vida, antes del fin, cuando tendremos que lidiar con lo que hicimos y dejamos de hacer y cuando revivir los recuerdos del pasado es la mejor forma que tendremos de aguantar las penurias de ese presente en que nuestros cuerpos ya no nos sostendrán como antes.
Aunque Michael Caine ofrece una gran interpretación, a la altura de su inobjetable y exitosa carrera, es Glenda Jackson como Irene, su esposa, la que nos deslumbra en la que también fue su última película. Es extraordinario ver a una actriz en plenitud de forma actoral, utilizando todos los recursos que tiene para conmovernos: una mirada, un gesto con sus manos, un cambio en su voz. Puede ser una ilusión de espectador o el talento de Oliver Parker, el director de la película, pero cuando Irene baila consigo misma recordando su noviazgo con Bernie a través de unos flashbacks muy bien utilizados, es como si Jackson rejuveneciera en pantalla.
El último escape consigue al final, con economía de recursos y ternura, lo que muchas grandes producciones no logran nunca: tocarnos el corazón haciéndonos pensar, sin pesimismo aunque también sin idealismo, en esa puerta que está esperando por todos. Una puerta que es mejor atravesar bien acompañados, yéndonos de la fiesta cuando todavía tengamos ganas de bailar.