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¿Qué es el terror sino el desamparo? Gritarle al vacío o quejarte ante todos sabiendo que nadie, ni un dios, ni una autoridad, ni un vecino, te van a hacer caso. Tal vez por eso Demián Rugna, el director argentino de “Cuando acecha la maldad”, escogida como mejor película en el Festival de Sitges de 2023 y estrenada el viernes pasado en Netflix, confesó en alguna entrevista que su inspiración para la trama había surgido de una serie de noticias acerca de los efectos que estaba causando algún agente químico usado por la agricultura industrializada, sobre la salud de unos campesinos de un paraje perdido de la pampa. Piensen en las polémicas que hemos vivido en Colombia sobre el glifosato y verán que en Latinoamérica compartimos terrores parecidos.
Porque cuando acompañamos a Pedro y a Jimi, los hermanos que protagonizan la historia, a la estación de policía más cercana, para denunciar que hay un “embichado” en una casa vecina a la de su parcela, reconocemos la displicencia de los agentes a cargo y esa superioridad de los que están armados y tienen al estado a su favor, sobre los más humildes: “Ustedes no saben lo que vieron”, les dicen como si nada. Los hermanos se quejan de que la familia del “embichado” había avisado hacía más de un año de lo que estaba pasando y que apenas habían mandado a alguien ahora a solucionar el lío. Un enviado de la ciudad cuyo cuerpo cortado por la mitad habían descubierto aquella mañana.
Lo del “embichado” es el primer destello del principal logro de “Cuando acecha la maldad”, que es crear una mitología. Las buenas sagas de terror (porque seguramente aquí comienza una saga) terminan convirtiéndose en universos que reconocemos al apelar a unas costumbres y unas reglas que los espectadores vamos aprendiendo con el pasar de las películas, y que se van subvirtiendo a medida que la saga evoluciona (como cuando alguien decidió que los zombis podían correr a toda velocidad). La madre de Pedro y de Jimi, alma bendita, le contará a su nieto menor algunas de esas reglas, mientras huyen con lo puesto hacia ninguna parte, como les pasa a los desplazados de nuestros países latinoamericanos, porque esta maldad que los despedaza, sanguinaria y caníbal, se esparce detrás de ellos como un virus. Veremos a lo largo de la hora y media de esta película que se va en un suspiro porque jamás nos da chance de vislumbrar una esperanza, que este virus se apodera de los seres que normalmente son las víctimas de las violencias más crueles: los niños, las mujeres embarazadas, los animales. Y que, como toda violencia, busca incubarse en la sociedad (por eso también usan el verbo encarnar al definir sus acciones) para después reproducirse.
Tal vez habría que reprocharle a “Cuando acecha la maldad” su desorden narrativo, con personajes que entran a última hora y algunas incoherencias en la aplicación de sus reglas internas. No importa. Es mucho más valioso haber conseguido nuevas definiciones del terror. De ese desamparo tan tristemente cotidiano.