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Diego Agudelo Gómez
Critico de series
Aparece una serie sobre superhéroes, una más que llega a engrosar la lista de producciones sobre personajes con dones divinos, aunque esta tiene algo que la diferencia, algo que la separa años luz de las demás. Si en el universo de DC, por ejemplo, los protagonistas son metahumanos que actúan como paladines en defensa de todo lo moralmente correcto, si en la mitología de Marvel cada héroe es un compendio de angustias que comparten cuerpo con habilidades extraordinarias, si en las elucubraciones más retorcidas con las que Alan Moore concibió a Watchmen los pobladores de su mundo sombrío son enmascarados sin escrúpulos que combaten por sus propios intereses, en The Boys, serie emitida en Amazon Prime, la mayoría de los héroes esconden detrás de sus vistosos trajes almas con verdadero humor de cloaca, sus poderes los elevan por encima de los seres humanos y actúan como miembros de una raza superior con la potestad de aplastar a quienes apenas alcanzan la estatura de una hormiga, nosotros, los mortales.
En el mundo de The Boys existe profusión de superhéroes, controlados por una corporación cuya sede es un rascacielos que se eleva en la mitad de Nueva York. La empresa maneja la imagen de cada paladín con un enorme equipo de publicistas, maquilladores, guionistas y community managers. Es la encargada de un monopolio cuyo principal producto son Los Siete, una especie de liga de la justicia liderada por un trasunto de Capitán América con Superman llamado Homelander.
Cada miembro de Los Siete irradia bondad en los carteles publicitarios que inundan la ciudad. En apariencia, salvan del peligro a los indefensos, le ponen el pecho a cualquier manifestación de maldad, mantienen a raya a los enemigos de una nación que permanece en la línea de fuego de los conflictos globales. Sin embargo, las acciones que cometen en secreto son dignas de los villanos más ruines: Homelander, vanidoso y omnipotente es capaz de atacar un avión en pleno vuelo, eso sí, no le niega un cálido saludo al niño que lo mira por la ventana antes de achicharrarlo con los rayos láser de sus ojos.
Los verdaderos héroes de la serie y a quienes hace alusión el título, conforman un grupo de mercenarios que han sido víctimas de los daños colaterales de las hazañas de los superhéroes que la gente idolatra. Entre ellos está Hughie Campbell, un ciudadano común y corriente que cierto día se descubre sosteniendo las manos cercenadas de su novia. Mientras le daba un beso, en plena calle, un enmascarado con el poder de la súper velocidad la atropella y la convierte en una piñata de sangre, vísceras y huesos dislocados. La tragedia de Hughie es el detonante de una serie de acontecimientos encaminados a descubrir el oscuro secreto que hay detrás de una industria que capitaliza cada superpoder de sus campeones.
La serie es una parodia polémica de las narrativas clásicas de este tipo de historias. Quienes ostentan uniformes fantásticos y nombres espectaculares tienen una imagen pública inmaculada, abanderados de la virtud, en privado son los exploradores más acuciosos de perversiones extremas. Sin habilidades sobrehumanas, Hughie y sus cómplices deberán recurrir al ingenio y una buena cantidad de explosivos para derrocar sobre todo a la corporación que pretende extender la hegemonía de los superhéroes a todos los ámbitos de la vida. Sacar a la luz pública una verdad tan incómoda será un desafío cuya imposibilidad genera las secuencias más intensas de esta primera temporada, en las cuales los realizadores no escatimaron en poblar las escenas con violencia cruda y humor negro.