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Travesía sin sentido y sin destino. El gran viaje de tu vida, de Kogonada

hace 16 horas
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  • Travesía sin sentido y sin destino. El gran viaje de tu vida, de Kogonada
  • Travesía sin sentido y sin destino. El gran viaje de tu vida, de Kogonada

Si suelen viajar en taxi habrán notado que desde algún tiempo hay una clase especial de conductores que abandonaron toda intención de conocer la ciudad o de aprender las mejores rutas para llegar a una dirección. “Lo que diga el Waze”, dicen. Y arrancan. Supongo que son del mismo tipo de personas que creen en la sinceridad del suspiro de satisfacción que hace el influencer de turno en TikTok luego de probar una receta que preparó y que claramente —porque se veía, porque así no se hace, porque no utilizó los ingredientes adecuados— debió quedar intragable.

Para esas personas, creo, está hecha El gran viaje de tu vida, la película estrenada el jueves en Colombia, dirigida por el video ensayista convertido en director, Kogonada. En la historia, o mejor, en lo que pretende Seth Reiss, el guionista, hacernos creer que hay una historia, aunque sea más bien algo que un neohippie “manifiesta” como propósito de vida, o un compendio de conclusiones que le lee a su cliente un “experto en constelar”, Colin Farrell encarna a David, un tipo que va tarde para una boda y que se ve obligado a alquilar un carro para llegar a tiempo. El problema del tono semifantasioso de la película (por favor, no se atrevan a decir realismo mágico cuando la describan) es que a nadie parece importarle. David, tan tranquilo, como si le pasara todo el tiempo, le hace caso a un GPS que opina sobre las indicaciones que da y que en algún momento lo incita, sin dar mayores detalles ni ser cuestionado, a realizar el viaje del título, que incluirá, por supuesto, volver a encontrarse con Sarah, la bellísima rubia con la que intercambió algunas frases —que tenían de inteligente y sexy lo mismo que tienen de gracioso los chistes que cuentan los políticos— y que parece cargar con una tristeza que le impide ser feliz.

Hay un momento de la película en que vislumbramos la esperanza de que mejore, como un rayo de luz en medio de la lluvia, para usar la metáfora visual más recurrente de la cinta. Sarah se burla de cierta frase de David y él de cierto sentimentalismo de ella y el diálogo se siente honesto y bien construido. Pero la escena dura poquísimos segundos y enseguida aparece otra de las puertas mágicas (hay puertas mágicas, aunque todo iba de carros que tomaban rutas y GPS parlanchines, no pregunten) que los lleva a episodios específicos de su vida, esenciales para ser como son, aunque el guionista parece más bien un consejero matrimonial muy conservador, sermoneándonos a todos en el público y diciendo que no podremos construir una familia (tres hijos dice David que soñaba tener cuando niño) si no le confesamos al otro todos nuestros miedos y nuestras vergüenzas.

No es casual que entre Farrell y Robbie no haya una sola escena donde se sienta algún impulso erótico o un mínimo deseo carnal. Porque cuando descubrimos que la culpa de sus malas relaciones sentimentales la tienen sus padres y el pasado, el objetivo de la película ya se alcanzó. Esto no iba del amor entre ellos. Iba de encontrar buenas excusas para no asumir nuestra responsabilidad. De culpar a Waze cuando nos choquemos.

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