x

Pico y Placa Medellín

viernes

3 y 4 

3 y 4

Pico y Placa Medellín

jueves

0 y 2 

0 y 2

Pico y Placa Medellín

miercoles

1 y 8 

1 y 8

Pico y Placa Medellín

martes

5 y 7  

5 y 7

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

6 y 9  

6 y 9

El Nobel de Paz a María Corina, Petro y la dictadura

El presidente del Nobel no tuvo rodeos para señalar al régimen de Maduro como lo que es: una dictadura brutal. Respaldar, como lo hace Petro, al sátrapa no es una postura política: es una traición moral.

hace 2 horas
bookmark
  • El Nobel de Paz a María Corina, Petro y la dictadura

Durante la entrega del Premio Nobel de la Paz a la líder opositora venezolana María Corina Machado, no solo se escuchó su valiente mensaje leído por su hija, sino también un discurso demoledor del presidente del Comité Noruego del Nobel, Jørgen Watne Frydnes.

Un discurso que no tuvo rodeos para señalar al régimen de Nicolás Maduro como lo que es: una dictadura brutal. Pero, sobre todo, una intervención que dejó al desnudo a quienes —por afinidad ideológica, por intereses geopolíticos o por simple cálculo político— han sido cómplices activos o pasivos de esa tragedia que desangra a Venezuela.

Desde el momento en que se conoció el nombre de la galardonada, se sabía que asistir a la ceremonia era imposible. Machado, virtual triunfadora en las elecciones a través de Edmundo González, se mantiene hoy en la clandestinidad. Su delito: simbolizar la esperanza democrática de millones de venezolanos. En su nombre, su hija leyó un discurso sereno y firme, en el que exaltó los valores de la libertad, recordó la gesta electoral de 2024 y clamó por el regreso de la diáspora a una Venezuela libre. Y al final de la jornada, en un acto simbólico, María Corina apareció fugazmente en el balcón del hotel en Oslo: sola, pero respaldada por la dignidad de su pueblo.

Sin embargo, lo que realmente marcó la ceremonia y estremeció a la comunidad internacional fue la intervención de Frydnes. Porque no se trató solo de un homenaje a la oposición venezolana: fue una denuncia frontal al régimen y, sobre todo, a quienes lo han sostenido durante años, incluso desde países democráticos que han optado por relativizar los crímenes de Maduro en nombre de una supuesta neutralidad o de un dudoso antiimperialismo.

El presidente del Comité Nobel fue tajante. Nombró a Cuba, Rusia, Irán, China y Hezbollah como responsables de haber provisto al régimen venezolano de los medios para fortalecer su maquinaria de represión. Calificó a Venezuela como un Estado autoritario y brutal. Y, en un gesto sin precedentes, se dirigió directamente a Nicolás Maduro, exigiéndole que reconozca los resultados electorales, renuncie y permita una transición pacífica. No hubo diplomacia edulcorada, no hubo eufemismos. Fue una interpelación política y ética de las que ya no se oyen en muchos foros internacionales.

Este discurso debería ser lectura obligada para todos los que, como el presidente Gustavo Petro, han optado por mirar hacia otro lado, justificar lo injustificable o incluso alinearse con la narrativa del chavismo. Porque lo dicho en Oslo no es una simple opinión: es una sentencia moral. Cuando Frydnes denunció que la comunidad internacional le falló a Venezuela por aferrarse a narrativas cómodas —como la del socialismo igualitario, la resistencia al imperialismo o la excusa de que todo es una lucha entre potencias—, estaba también señalando a los que hoy gobiernan a Colombia y siguen extendiéndole la mano a Maduro sin exigirle nada a cambio.

La complicidad tiene muchas formas. Está la abierta, de los regímenes autoritarios que han alimentado al monstruo. Pero está también la cobarde, de los gobiernos que callan, minimizan o negocian principios a cambio de conveniencias geopolíticas. A todos ellos, el Nobel de la Paz les ha lanzado una pregunta que los deja sin escapatoria: “¿Por qué nos resulta tan difícil preservar la democracia, una forma de gobierno concebida para proteger nuestra libertad y nuestra paz?”.

Frydnes, el presidente más joven en la historia del Comité Nobel, ha dado una lección de coherencia. Recordó que la democracia no es un adorno retórico ni una opción entre muchas: es la única forma de garantizar la dignidad humana. Y que quien solo defiende libertades para sus aliados políticos no ha entendido ni la democracia ni la libertad.

El Nobel a María Corina Machado no fue solo un reconocimiento a su lucha, sino un espejo incómodo para una región donde florecen los populismos autoritarios, los presidentes perpetuos y las estructuras que socavan el Estado de Derecho bajo la coartada de un pueblo que, en realidad, nunca eligió vivir sin libertades.

Mientras tanto, millones de venezolanos siguen padeciendo las consecuencias de este régimen: el hambre, el exilio, la censura, la represión. Y aunque la imagen de Machado en ese balcón fue breve, sus palabras y las de Frydnes han dejado una marca profunda. Nos recordaron que no hay neutralidad posible frente al autoritarismo. Que callar es consentir. Y que respaldar, como lo hace Petro, a un sátrapa como Maduro, no es una postura política: es una traición moral.

La democracia no es un lujo de las sociedades acomodadas. Es la base para toda forma de paz duradera. Y si quienes dicen representarla no están dispuestos a defenderla, entonces están del lado de quienes la destruyen.

Sigue leyendo

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD