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La experiencia británica demuestra que los medios públicos tienen sentido si son independientes. Petro ha demostrado que esa condición está lejos en el sistema de medios públicos colombiano.
La reciente renuncia del director general de la BBC, Tim Davie, tras el escándalo producido porque el canal público tergiversó a Donald Trump, ha reabierto un debate sobre los medios financiados por el Estado en las democracias modernas.
En un documental de la BBC se hizo una edición manipulada de un discurso de Trump –el del 6 de enero de 2021– y fue presentado como una incitación directa a la violencia. El episodio desató una tormenta política que terminó con la renuncia de los máximos responsables editoriales de la cadena británica. El presidente Trump, eufórico, anunció su “victoria” frente a una BBC a la que calificó como “100% fake news”.
No es este el único tropiezo reciente. La creciente percepción de un sesgo ideológico ha erosionado, para parte del público británico, la credibilidad de un medio que durante años ha sido considerado un referente mundial en cuanto a la calidad de su información y su imparcialidad. Cada vez más sectores políticos y voces de peso están poniendo en duda la capacidad de la BBC para sostener su neutralidad –ese bien escaso y frágil– en una sociedad británica cada vez más polarizada.
La BBC, sin embargo, no es cualquier medio. Narró la historia del siglo XX. En la huelga general de 1926 fue la voz de un país paralizado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el canal por el cual los británicos —y buena parte de Europa— escucharon las arengas de Churchill. Y con los años, se convirtió en una institución global con audiencias de cientos de millones en decenas de idiomas. Casi nada.
A pesar de sus tropiezos recurrentes —desde escándalos que han llevado a la salida de varios directores hasta grandes polémicas respecto a su rol en el debate, hace unos años, sobre el Brexit—, la BBC conserva un nivel de confianza envidiable. Según el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, alrededor de dos tercios de los británicos que se identifican con la izquierda o el centro político confían en BBC News, frente al 47 % de los que se ubican en la derecha.
La exigencia de imparcialidad a la BBC, que está atada al cobro obligatorio a los hogares, es ahora objeto de debate. Pero incluso sus críticos más ácidos coinciden en algo: sin la BBC, el ecosistema informativo británico perdería uno de sus últimos baluartes frente a la desinformación.
Ese es, justamente, el mayor valor de un medio público: ser un ancla de credibilidad en tiempos de posverdad. La BBC no es perfecta —ningún medio lo es—, pero su misión está orientada, al menos en teoría y con frecuencia en la práctica, a servir al público.
En un mundo en el que las redes sociales amplifican la mentira, contar con un servicio público de noticias confiable como la BBC, que además tiene una reputada y amplia cobertura informativa internacional, es un activo valioso para la sociedad que debería preservarse.
Y ahí es donde el contraste con Colombia no solo resulta doloroso: roza lo trágico. Mientras en Londres se debate cómo blindar la independencia editorial del canal público, en Colombia presenciamos cómo RTVC muta para convertirse en el articulador de una maquinaria de propaganda. Bajo la dirección de Hollman Morris, el sistema de medios públicos colombiano ha dejado de lado su deber de pluralidad para convertirse en un megáfono del gobierno de Gustavo Petro.
A esto se suman denuncias internas —documentadas y persistentes— sobre presiones, censura y precarización laboral. Lo que debería ser una plataforma de pluralismo ha sido cooptado por una lógica de lealtad ideológica. Y si bien se alega que hoy hay más espacio para comunidades históricamente invisibilizadas, coincide con que, bajo este mandato, las únicas voces que parecen tener garantizado el micrófono en RTVC son las que repiten el libreto oficialista.
Mientras en la BBC el debate es si un medio público puede seguir siendo confiable en una sociedad cada vez más dividida, acá en Colombia con la degradación de RTVC bajo el gobierno de Petro y la dirección de Hollman Morris, la discusión urgente es otra: ¿vale la pena mantener un sistema de medios públicos si su misión es hacer eco del poder de turno?
La experiencia británica demuestra que los medios públicos sólo tienen sentido si son, ante todo, independientes. Tristemente, Petro ha demostrado que, en su arquitectura actual, esa condición está lejos de estar garantizada en el sistema de medios públicos colombiano. .