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Petro sin visa pero

con megáfono

Petro sin visa, pero con megáfono. Triste metáfora de un gobierno que ha sustituido la seriedad del Estado por la ligereza del espectáculo. Y un recordatorio de que el ridículo también tiene costos.

28 de septiembre de 2025
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  • Petro sin visa pero con megáfono

El presidente Gustavo Petro protagonizó esta semana una de esas escenas que parecen sacadas de una serie de sátira política. En plena calle de Nueva York, megáfono en mano, arengó a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos a rebelarse contra su comandante en jefe. Contrario a lo que muchos pueden creer, no era un chiste ni una parodia: era el presidente de Colombia convertido en manifestante callejero.

Oigan pues: “Pido a todos los soldados del Ejército de Estados Unidos que desobedezcan la orden de Trump”, exclamó Petro con solemnidad. Para sus seguidores más devotos, seguramente fue un acto heroico; para muchos otros, fue patético. Un jefe de Estado medio disfrazado, ataviado con un pañuelo palestino y unas gafas oscuras que nunca antes el país le había visto, y dando órdenes en español a soldados que en su mayoría solo hablan inglés y no estaban presentes.

Más que un gesto de audacia, lo que quedó en evidencia fue la desconexión con la realidad: un presidente colombiano incitando a la insubordinación de las tropas de la primera potencia militar del planeta. En el mejor de los casos, los transeúntes lo habrán confundido con un predicador callejero o con uno de esos excéntricos que abundan en Manhattan.

El problema es que Petro no es un loquito más. No es un ciudadano anónimo con derecho a expresarse en las esquinas de Nueva York. Es el presidente de Colombia. Y en esa condición, sus actos no son anécdotas pintorescas, sino mensajes políticos con consecuencias reales. Por eso, más que el eco de su megáfono, lo que retumbó fue el anuncio del Gobierno de Estados Unidos: la cancelación de su visa. Un golpe diplomático que en últimas significa un descrédito para él, pues se une a esa macabra lista de mandatarios, a quienes les han quitado la visa, no propiamente por hacerle bien al mundo.

Petro asegura que no le importa. En la red X escribió que ese veto no lo afecta. Pero curiosamente en su consejo de ministros del 15 de agosto –en el que mantuvo casi dos horas a las cabezas del sector salud de pie a lado y lado suyo– había dejado ver lo contrario. “Me quieren quitar la visa cuando yo lo único que he hecho es lo mismo de Washington cuando se levantó en armas”, dijo molesto. De manera que sí le importaba, y mucho.

Tal vez por eso, y porque no lo recibieron ni a él ni a su gobierno en Washington para evitar la descertificación, se quiso anticipar con el espectáculo callejero. Al fin y al cabo parece serle útil un antagonista externo que le permita reforzar su narrativa de víctima.

Es importante subrayar que los ataques despiadados contra la población de Gaza –el tema que utilizó el presidente en su arenga callejera– son sin duda alguna condenables. Sin embargo Petro, antes que defender la dignidad del pueblo palestino, lo que hizo con su performance fue arrastrar la dignidad del pueblo colombiano.

Para defender de verdad y con eficacia a los palestinos toca hacer una tarea más ardua, que implica desplegar alianzas y diplomacia. Hacerlo en las calles solo confirma que Petro ha sustituido el gobierno –y la política exterior– por la propaganda y el espectáculo.

Así las cosas, más que un gesto de dignidad, el show del megáfono revela la dependencia de Petro de la confrontación como método de gobierno. Necesita un enemigo para cohesionar a su gente y distraer a la ciudadanía de los fracasos internos. Cada salida pública parece diseñada más para encender titulares que para resolver problemas de fondo.

Ya había ocurrido algo similar, un día antes, en la ONU, cuando Petro le hizo un homenaje a Stalin, el dictador responsable de uno de los genocidios más atroces del siglo XX. Así como su intento de negar lo inocultable: la existencia del cartel de los Soles, negar que el Tren de Aragua es un grupo terrorista o reconocer su fracaso en la lucha contra la cocaína.

¿Qué tal que el embajador de un país extranjero, en una calle de Bogotá, cogiera un micrófono y les dijera a los soldados colombianos que no le hagan caso al presidente en ejercicio? ¿Por ejemplo, que los invitara a que no le hicieran caso a Petro con su “paz total” o a que lancen un ataque contra un país vecino como Venezuela, que protege las bandas criminales?

En Nueva York, Petro fue uno más de los que protestan todos los días en las calles, tal vez nadie le prestó atención, pero en Colombia no podemos darnos ese lujo. Aquí no es un “loquito más con megáfono”. Aquí es el presidente de la República, y sus exabruptos tienen consecuencias reales.

Petro sin visa, pero con megáfono. Triste metáfora de un gobierno que ha sustituido la seriedad del Estado por la ligereza del espectáculo. Y un recordatorio de que el ridículo también tiene costos.

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