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Europa ¿gira a la derecha?

La economía estancada, la falta de acceso a la vivienda, el miedo a la pérdida de identidad nacional y la nostalgia de un pasado, lo captan movimientos políticos que ven en la inmigración la causa del mal.

hace 9 horas
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  • Europa ¿gira a la derecha?

Europa se enfrenta a la que parece ser una de las mayores transformaciones de su historia reciente. Con paso firme y bastante rápido se adentra en un cambio de modelo de la ciudadanía que, si bien en un principio parecía un fenómeno puntual, ahora se extiende por todo el continente. Europa, donde el socialismo había primado –con tintes socialdemócratas– en las últimas décadas, se lanza ahora en brazos de una derecha que muchos coinciden en llamar extrema.

Ya no se trata de una moda como parecía en un principio. Las cuatro economías más ricas de esa zona del mundo así lo corroboran. El estancamiento de la economía, la falta de acceso a la vivienda, el miedo a la pérdida de identidad nacional y la nostalgia de un pasado que tal vez sí o tal vez no existió, han sido captados por movimientos políticos que ven en la inmigración la causa de todos sus males.

Uno de los discursos más potentes que comparten todas estas agrupaciones políticas es el de la antiinmigración, especialmente la anti-Islam. Pero la paradoja es que Europa necesita de los migrantes aunque no los quiera porque el descenso de la natalidad ha llegado a un punto de no retorno. Este choque entre necesidad demográfica y temor social alimenta la polarización y el auge del voto extremista.

Los europeos sienten miedo de la globalización creciente y de todas esas nuevas corrientes culturales que denominan ‘wok’. Esa mezcla alimenta un descontento que canaliza el voto hacia partidos de ultraderecha o extrema derecha, variando su intensidad según cada nación. Esto es cada vez más palpable, tanto en las urnas como en el ambiente político.

En España, movimientos relativamente jóvenes como Vox y Aliança Catalana crecen en intención de voto de manera constante frente a los partidos tradicionales. En Francia hace ya mucho tiempo que Marine Le Pen lidera todos los sondeos y ahora en el Reino Unido se ha disparado Nigel Farage, aprovechándose de la debacle conservadora. En Alemania, la gran coalición de democristianos y socialdemócratas dejó a Alternativa (AfD) como líder de la oposición y con un ascenso continuo en las encuestas. Y en Italia ya gobierna la formación de Giorgia Meloni.

Mucho se habla de que estos movimientos ganan terreno gracias a que los jóvenes sienten que han perdido el control sobre su presente y su futuro. Entre ellos han calado hondo esos mensajes centrados en la identidad nacional, el rechazo a la inmigración, la crítica a las “élites globalistas”, el recorte de la administración pública y la carga fiscal y la exaltación del orden y la seguridad.

Para la muestra un botón: en España según los últimos sondeos, el partido de Santiago Abascal, Vox, avanza con claridad en la franja de 25 a 34 años, mientras que entre los votantes de 18 a 24 se ha consolidado como la segunda fuerza en intención directa de voto. El 80% de las personas jóvenes no se siente escuchada por los políticos, y más del 70% considera que el sistema político actual no representa sus intereses.

El aumento del desempleo juvenil, los sueldos precarios y la imposibilidad de independizarse contribuyen a su desazón, por promesas incumplidas y desconfiados con la política tradicional. Decía hace poco Juan José García Escribano que si ser joven nunca fue fácil, hacerlo hoy en Europa se parece más a una prueba de resistencia que a una etapa de transición hacia la adultez.

Otras tesis explican que se trata del eterno movimiento en péndulo que define a la política: una vez a la izquierda, otra vez a la derecha. Al fin y al cabo las sociedades humanas mantienen un grado de insatisfacción del cual culpan a sus dirigentes y como efecto buscan una alternativa que les ofrezca algo diferente.

Así como en Colombia hemos visto que la izquierda de Gustavo Petro ofrece respuestas simples a problemas complejos, en Europa los candidatos de extrema derecha parecen acudir al mismo repertorio: discursos que privilegian lo emocional, lo directo y lo histriónico. Y parte de su clave ha sido el manejo de redes sociales como TikTok, Instagram y YouTube.

Indudablemente, el auge de la extrema derecha es un síntoma de inquietudes profundas que combinan identidad, economía y rechazo social. Quienes han percibido y canalizado estas preocupaciones lideran hoy el panorama político europeo. No solo por su capacidad de comprensión, sino también por su facilidad para captar la atención.

Lo que está por verse, y muy pronto, es si todo este giro representa un cambio estructural o se trata más bien de una protesta por el desgaste de la propuesta social que supo hacer un poco más igualitaria y libre a Europa.

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