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Putin o 25 años de terror

Su cuarto de siglo en el poder está marcado por no pocos hechos violentos que van desde Chechenia hasta Ucrania y que incluyen envenenamientos, secuestros y desapariciones.

08 de enero de 2025
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  • Putin o 25 años de terror

El presidente ruso, Vladímir Putin, acaba de cumplir 25 años al frente de Rusia y gracias a la reforma constitucional será el líder de ese país hasta 2036. Su cuarto de siglo en el poder está marcado por no pocos hechos violentos que van desde Chechenia hasta Ucrania y que incluyen envenenamientos, secuestros y desapariciones.

Formado en la KGB de la era soviética, tuvo una rápida carrera política en el entorno de Anatoli Sobchak, alcalde de Leningrado, y en 1999 se convirtió en el primer ministro de Boris Yeltsin. Aunque al principio simpatizaba con las ideas neoliberales que llegaban del oeste, pronto construyó una narrativa que alertaba de los peligros de un Occidente en decadencia, que gobernaba en solitario y que amenazaba los principios básicos de estabilidad y seguridad, que en su caso representaba la expansión de los límites de la OTAN hacia el este.

Putin le ha marcado el paso a Occidente en un cuarto de siglo en el poder. Siempre ha desdeñado a Europa, a la que ve como un campo de batalla del cual quiere recuperar ciertos territorios, y su gran obsesión es medirse con Estados Unidos de potencia a potencia.

Durante estos años ha ejercido casi como un zar, ha exprimido los recursos del país y ha puesto en jaque el equilibrio nuclear. La Rusia de hoy es imperialista e iliberal debido a la cruzada autoritaria y represiva en la que se ha embarcado este hombre para sostenerse en el poder. Y si bien durante años el país fue un petroestado que dependía de los hidrocarburos, ahora está sumida en una economía de guerra que es la base de su líder.

El esfuerzo militar en Ucrania lo ha debilitado y ahora debe atender otro frente que es Siria, donde el régimen de su aliado Bashar Asad se ha desmoronado obligándolo a mover sus bases estratégicas a Libia. Sin embargo hay que reconocer que ha sido lo suficientemente hábil como para sortear el aislamiento que se le impuso gracias al apoyo de China, Irán y Corea del Norte, con lo cual su capacidad de daño sigue siendo inmensa.

Si algún rasgo democratizador quedaba en la Rusia que heredó de Yeltsin, 25 años después ya no hay nada. Putin ha silenciado o eliminado a la oposición, ha socavado las instituciones hasta convertirlas en órganos a su servicio y ha amordazado a la prensa. Y para más inri, en el 2020 se sacó de la chistera una reforma de la Constitución que le permitirá estar en el Kremlin hasta el 2036.

Vale la pena recordar algunos de los hechos violentos que se han vivido durante la era Putin. La guerra de Chechenia que desató en 1999 como Primer Ministro para vengar la invasión del Daguestán y la muerte de 300 ciudadanos rusos, la de Osetia del Sur en el 2008, la anexión de Crimea en el 2014.

Luego está el manejo que le ha dado a secuestros tan graves como el de un teatro con 850 rehenes. Allí decidió lanzar un gas no identificado que no solo incapacitó a los secuestradores sino que mató a cientos de inocentes. O lo que sucedió en un colegio de Beslán secuestrado en 2004 en el que murieron 334 rehenes debido a la intervención policial.

También están casos misteriosos como el asesinato de la reconocida periodista de investigación Politkóvskaya, justo el día del cumpleaños de Putin, o la muerte de Nemstov, destacado veterano de la oposición. Y el envenenamiento en Londres de Litvinenko, un antiguo funcionario del FSB que había huido. Y entre los casos más sonados está la muerte del opositor Navalni en prisión, en una colonia penal situada más al norte del Círculo Polar Ártico a la que lo llevaron después de padecer toda clase de torturas.

Casos como el derribo en 2014 del avión MH17 que hacía la ruta Amsterdam-Kuala Lumpur, en el que murieron sus 298 pasajeros más la tripulación. El ocurrido con Azerbaijan Airlines hace una semana, en el que murieron 38 personas, tuvieron una respuesta de negación de responsabilidades por parte de Rusia, hasta que la evidencia externa demostró lo contrario. O el misterioso accidente aéreo de 2023 en el que murió Prigozhin, líder de la rebelión Wagner que marchó hacia Moscú para protestar contra los jefes militares rusos que no los apoyaban.

Ni qué decir de la falta de sensibilidad de Putin cuando se hundió en el año 2000 el submarino nuclear Kursk con sus 118 marineros y él con sus vacaciones en Sochi como si nada.

Pero lo que marcará sin duda como uno de sus peores legados es el ataque a Ucrania que este 24 de febrero cumple ya tres años. Esta invasión, que Putin comenzó alegando defender los intereses de seguridad de Rusia, se ha convertido en el conflicto armado más grave de Europa desde la Segunda Guerra Mundial y ha generado ondas expansivas en todo el mundo.

En Putin se repite la historia de un adicto al poder, al que la ambición lo despoja del adjetivo de ser humano, tal y como ha ocurrido con otros nefastos personajes a lo largo de la historia. Su historia sirve de referencia para entender por qué, en el vecindario, tenemos que evitar a los dictadores y defender de la mejor manera posible la democracia.

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