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Todo está muy caro

En muchos países se habla ya de una crisis de asequibilidad. Un concepto que, aunque suene técnico, encierra una verdad sencilla: a la gente no le alcanza.

hace 2 horas
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  • Todo está muy caro

Todo está más caro. Esa es, quizá, la frase más repetida hoy en buena parte del mundo, en Medellín y en toda Colombia.

Es una realidad que se siente en el mercado, en el arriendo, en los servicios, en la compra de vivienda o en un simple café. Y lo que antes era una queja doméstica, casi rutinaria, se ha convertido en un tema político de primer orden.

Lo que está en juego ya no es solo el índice de inflación, sino algo mucho más profundo: la estabilidad emocional, financiera y social de millones de personas. Vivir, simplemente vivir, se ha vuelto más difícil.

En muchos países se habla ya de una crisis de asequibilidad. Un concepto que, aunque suene técnico, encierra una verdad sencilla: a la gente no le alcanza. En Estados Unidos, por ejemplo, el año 2020 marcó un antes y un después: desde entonces, los precios han subido un 25 %, un ajuste histórico tras la pandemia. Ciudadanos de todo el mundo vieron cómo, de la noche a la mañana, se perdió la tranquilidad que les daban décadas de inflación baja y estable. Un fenómeno que parecía solo de países del tercer mundo.

Aunque en muchas economías la inflación ya se ha ido frenando de nuevo, el impacto psicológico se mantiene. Ya no se trata únicamente de un asunto de política monetaria: es una herida abierta en la percepción de estabilidad de millones de personas.

El golpe más fuerte se ha dado en la vivienda. Las tasas hipotecarias, en niveles históricamente altos, combinadas con una oferta reducida tras décadas de baja construcción en la mayoría de grandes ciudades, han vuelto este bien cada vez más inaccesible, especialmente para los jóvenes. En ciudades como Dublín, Vancouver o Nueva York, alquilar una vivienda puede absorber más de la mitad del ingreso mensual de un profesional promedio. Comprar, directamente, para muchos se ha vuelto una ilusión. No pocos jóvenes enfrentan hoy la paradoja de estar más educados que sus padres, pero con menos capacidad para construir patrimonio.

Trabajadores con empleos estables viven al límite, haciendo malabares para pagar arriendo, servicios y alimentos, mientras enfrentan el peso adicional de no poder acceder a una vivienda propia. Todo esto frente a la percepción —a veces idealizada o desinformada— de que antes era mucho más fácil conseguir casa y llevar el mercado. Más que la pobreza en sentido estricto, lo que predomina es una ansiedad económica que se ha convertido en la emoción política dominante en múltiples latitudes.

Esa ansiedad está reconfigurando la política. En Estados Unidos, el fuerte crecimiento económico posterior a la pandemia, bajo el gobierno de Joe Biden, fue insuficiente para contener el malestar ciudadano frente al alza de precios. Aunque los indicadores macroeconómicos mostraban mejoras, la percepción ciudadana sobre el “costo de vida” estaba profundamente deteriorada. Donald Trump supo capitalizar ese descontento.

Algo similar ocurrió en Nueva York, donde Zohran Mamdani —un outsider con discurso socialista— ganó la alcaldía bajo la bandera de la asequibilidad. Su mensaje fue directo: “Una ciudad que podamos pagar”. Prometió buses gratuitos, congelamiento de arriendos y supermercados públicos y subsidiados. Su victoria demostró que, más que el eje izquierda-derecha, el “costo de vida” puede ser el factor que inclina una elección.

Este fenómeno no es exclusivo del mundo desarrollado. En Colombia no se ha logrado doblegar la inflación (la meta es 3% y vamos en 5,51%). Y en Medellín, el costo de vida ya es tema central: la ciudad está atravesada por la sensación de que la plata cada vez rinde menos. Según mediciones recientes, vivir en la ciudad resulta más caro que en Bogotá: los arriendos son, en promedio, cerca de un 7% más altos —y bastante más en ciertos barrios—. Los precios, además, se ven presionados por el auge del turismo, la llegada de nómadas digitales y la expansión de las viviendas de uso turístico, sumado a una baja construcción de vivienda en la ciudad y sus alrededores en la última década. Esa combinación ha vuelto más difícil acceder a una vivienda en zonas centrales y ha alimentado la percepción de que “todo está muy caro”.

Esto nos hace recordar la célebre frase que se convirtió en eslogan para ganar elecciones en Estados Unidos: “It’s the economy, stupid!” (“¡Es la economía, estúpido!”). Hoy, el grito silencioso del votante bien podría dar un leve giro: “¡Es el costo de vida!” el que se puede convertir en el eje de la próxima disputa política local y abrir espacio a promesas fáciles.

El reto de fondo será qué soluciones concretas puede ofrecer Medellín en materia de vivienda y, en general, de costo de vida para que la ciudad siga siendo habitable para sus propios residentes.

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