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La pelea que tiene casada la administración Trump contra la élite de las universidades de su propio país le va a hacer un daño a Estados Unidos que no tiene precio.
La cruzada de Donald Trump contra un grupo selecto de universidades y centros de estudio a los que acusa de fomentar ideologías antiestadounidenses, marxistas y de “izquierda radical”, está alcanzando niveles que rayan con el absurdo y, como todas sus medidas, genera ondas expansivas que alcanzan los más lejanos rincones del mundo.
La última medida ha sido la decisión de suspender hasta nuevo aviso todas las entrevistas para obtener un visado de estudiante en las embajadas y consulados de ese país, mientras el gobierno decide cómo va a someter a todos los alumnos que soliciten dicho visado a una investigación sobre lo que ha publicado en sus redes sociales. Así quedan en el limbo miles de estudiantes extranjeros que ya habían sido aceptados en diferentes universidades de Estados Unidos y que esperaban tener su permiso o renovarlo. Ninguno tiene la certeza de poder comenzar a estudiar el próximo año lectivo.
Si la batalla de Karánsebes se conoce como la más absurda de la historia, porque enfrentó a tropas del ejército austríaco contra sí mismas, pensando que combatían contra los enemigos otomanos, la pelea que tiene casada la administración Trump contra la élite de las universidades de su propio país le va a hacer un daño a Estados Unidos que no tiene precio.
Desde enero, cuando asumió como presidente, Donald Trump se fue lanza en ristre contra una serie de universidades que forman parte de lo que en el país se conoce como la ‘Ivy League’, es decir instituciones privadas, con sede en el noreste del país, consideradas de vanguardia, en las que prima la excelencia académica y que tienen procesos muy selectivos de ingreso y admisiones.
Su primer castigo lo infligió contra la universidad de Harvard, a la que golpeó más duramente con los recortes. Le suspendió cerca de 9.000 millones de dólares en financiamiento. Luego siguió con Columbia a la que canceló 400 millones de dólares, alegando que no abordó el auge del antisemitismo en el campus. Congeló más de mil millones de dólares de fondos a la Universidad de Cornell, a la que investigaba por supuestas violaciones a derechos civiles; y pausó subvenciones y contratos a la Universidad de Brown por 510 millones de dólares.
A la Universidad de Princeton, le suspendió decenas de becas de agencias federales como el Departamento de Energía, la NASA y el Departamento de Defensa. Y la Universidad de Pensilvania fue notificada de recortes por 175 millones de dólares por permitir a un atleta transgénero competir en su programa de natación. El Departamento de Educación también envió cartas a 60 facultades y universidades, advirtiéndoles que son investigadas por acusaciones de antisemitismo.
Y como de todas ellas, la única que ha conseguido hacerle frente es la de Harvard, prohibió que este centro admita estudiantes extranjeros -que son el 27% de sus alumnos-, aunque esta decisión ha sido suspendida cautelarmente por una jueza federal. Ahora Trump se dispone a cancelar todos los contratos federales con Harvard, por un valor de unos 100 millones de dólares.
Su furia obedece a que el presidente de Harvard, Alan Gerber, anunció el 14 de abril que la universidad no solo no iba a acatar las demandas de la Administración sino que las combatiría ante los juzgados. “Ningún gobierno —independientemente del partido que esté en el poder— debe dictar lo que las universidades privadas pueden enseñar, a quién pueden admitir y contratar y qué áreas de estudio e investigación pueden seguir”, señaló en su momento Gerber.
Lo respalda el hecho de que Harvard es la universidad más rica y más solvente del mundo, pues dispone de un fondo patrimonial de 53.000 millones de dólares y recibe donaciones millonarias. Eso les permite resistir presiones políticas y económicas que ponen a temblar a otras universidades y que en parte justifican el hecho de que algunas, como Columbia, hayan tenido que aceptar todas las exigencias de Trump.
Sin embargo, la posibilidad de que a Harvard le impidan recibir estudiantes extranjeros trasciende fronteras. Esta universidad matricula a unos 6.800 estudiantes extranjeros en su campus de Cambridge, en el estado de Massachusetts. La mayoría estudian posgrados y proceden de más de 100 países. Según datos de Colfuturo, el año pasado estudiaron con beca en esa institución 44 estudiantes colombianos.
Trump ha decidido ejercer una mayor presión sobre esta universidad para que a las demás les quede claro el mensaje. Las deportaciones de estudiantes extranjeros que participaron en protestas de apoyo a los palestinos, pero que no cometieron ningún delito, son muestra de ello. Recortar indiscriminadamente la investigación médica, científica y tecnológica que realizan distintas facultades de este centro académico, es otra forma de coerción. Pero al final, el daño se extiende a toda una nación que tradicionalmente ha sido líder en innovación y que no se entiende sin el aporte creativo e intelectual de cientos de miles de estudiantes extranjeros.
Veremos quién vence en esta lucha por la libertad de expresión y de enseñanza. .