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Una casa sin control de gasto se va a la ruina

Lo que exigía el momento, tras la pandemia, era prudencia y austeridad. Lo que eligió este gobierno fue la expansión sin control, el gasto electoral y la centralización del poder presupuestal.

11 de junio de 2025
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  • Una casa sin control de gasto se va a la ruina

Esta es la historia de una familia como tantas. En ella, el hombre de la casa recibe su salario y, antes de terminar el mes, ya se lo ha gastado todo. Por eso la familia tiene que endeudarse para cubrir los gastos. Mes tras mes, la escena se repite. Hasta un momento en que cuando llega el siguiente sueldo, ya lo deben todo. Ante semejante riesgo, la mujer de la casa decide poner reglas: limitar el gasto, fijar techos para las deudas y, sobre todo, evitar que el hogar se hunda. Esas reglas, que ella impone con sentido común, salvan a la familia del colapso.

Esa mujer sensata, en el caso del país, es la regla fiscal. Y el hombre derrochador, son los presidentes de turno que, a veces, como es el caso de Gustavo Petro, quieren gastarse todo lo que tengan a su mano y más.

Ahora la noticia, la mala noticia, es que el gobierno del presidente Petro suspendió por tres años la regla fiscal. Como si el país pudiera vivir sin límites, como si endeudarse sin medida no tuviera consecuencias.

Con este paso, Colombia podrá pedir préstamos sin tope para gastar más. Pero los mercados no son ingenuos. Ven al país como a esa familia que no administra bien su dinero y por tanto empiezan a cobrar intereses más altos. En términos simples: si seguimos así, los ingresos del país pueden terminar diluyéndose en el hoyo de la deuda.

Ahora bien, ¿para qué quiere más plata el Presidente? El Congreso ya le ha aprobado los mayores presupuestos de la historia: $1.435 billones en tres años. Le dieron una reforma tributaria para recaudar $20 billones anuales. Con la emergencia económica en La Guajira y la conmoción interior en el Catatumbo se habilitaron nuevos impuestos. Y recientemente activó una especie de reforma tributaria encubierta con el anticipo de la retefuente, que le añadirá entre 7 y 13 billones más. Petro está exprimiendo al país, sin mayor prudencia.

Las voces de alarma están sonando más fuerte que nunca. Analistas advierten que el próximo gobierno recibirá una crisis fiscal de proporciones bíblicas, como dicen los exministros de Hacienda Juan Carlos Echeverry y José Manuel Restrepo. Este último advirtió que estamos transitando la misma trocha de Argentina en la época del kirchnerismo con déficits crónicos, populismo fiscal y colapso económico. Proyectan que en 2026 el país heredará el peor descuadre fiscal, con 7,8% del PIB y que la deuda superará el 63% del PIB.

La desesperación del presidente por obtener más recursos es evidente, y peligrosa, sobre todo en un ambiente preelectoral. No olvidemos que logró concentrar en el Gobierno buena parte del manejo de los recursos del sistema de salud. Lo mismo quiere hacer con las pensiones. Y con la suspensión de la regla fiscal, tendrá un cheque en blanco para endeudarse sin controles.

Grave también que la activación de la “cláusula de escape”, una herramienta extraordinaria pensada para emergencias como la pandemia, haya sido avalada por el Comité de Política Económica y Fiscal (Confis). ¿Dónde está la emergencia ahora? Ninguna. La única urgencia que enfrenta el país es la de recortar el gasto: el Comité Autónomo de la Regla Fiscal ha solicitado al Gobierno reducir por lo menos $46 billones.

Pero el nuevo ministro de Hacienda, Germán Ávila, ha dejado claro que su papel no es contradecir al Presidente. Y eso marca una diferencia. Mientras sus antecesores protegieron la regla fiscal, él ha cedido.

El primer campanazo ya sonó: el dólar subió en un día 52 pesos, alcanzando los $4.200. Pero eso es apenas el comienzo. Se encarecerá la deuda, se endurecerán las condiciones financieras, y el Banco de la República tendrá menos margen para reducir tasas de interés. La inflación podría repuntar. En 2024, solo en servicio de deuda se deberán pagar $112,5 billones, el 22% del presupuesto nacional. Un costo gigantesco para un Estado que debería estar gastando en educación, salud e infraestructura.

Lo que exigía el momento, tras la pandemia, era prudencia y austeridad. Lo que eligió este gobierno fue la expansión sin control, el gasto electoral y la centralización del poder presupuestal. Si a ello se suma una administración ineficiente, el resultado no será otro que la ruina financiera de un país que no puede darse el lujo de tropezar en la misma piedra de tantos otros en la región.

Es hora de volver a ponerle reglas a la casa. Porque cuando se gasta sin medida y se endeuda sin freno, tarde o temprano se apagan las luces.

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