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Alexánder Obregón Rentería, la historia de un falso positivo judicial. Capítulo dos: la trampa

  • Capítulo 1: La voz del loco

    Alexánder Obregón Rentería, la historia de un falso positivo judicial

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    Capítulo 1

    La voz del loco

    Por Daniel Rivera Marín | 08-04-2022 FOTOS: Julio César Herrera

    Alexánder Obregón Rentería es un profesor de 52 años que por una venganza terminó en la cárcel, de donde logró salir por sus propios medios después de demostrar su inocencia. La prisión le dejó un rastro de locura y una búsqueda incesante de justicia.

    Alexánder está loco. Loco pero cuerdo. Alexánder siempre tiene los ojos puestos sobre quien habla con una furia palpitante. Hace cinco años que lo conozco y desde entonces me ha atravesado esa mirada temible, como si él fuera un ave de presa y yo una tórtola herida. A veces echa la cabeza para atrás y pone los ojos en blanco como si estuviera drogado o a punto de desmayarse y entonces ahí aparecen los ojos del lunático. Siempre está vestido muy desprolijo pero limpio, con pantalones holgados y camisas rotas que le caen frescas sobre una panza rotunda. Y habla muy duro, su voz pasa por encima de cualquier sonido como un camión y se refiere a sus enemigos con palabras y expresiones rimbombantes: estólidos, rémoras infectas, coprófagos, alambriqueros, saltapatraces, sodomitas. Sus enemigos hablan de él como de negro hijo de puta, loco, bochinchero. Sus enemigos no son poca cosa: criminales, fiscales, policías.

    Nació el 11 de octubre de 1969 en el barrio Antioquia, de Medellín, por entonces una invasión a la que habían ido a parar prostitutas y borrachos, asesinos y traficantes de cigarrillos. Florana Rentería —la madre— fue amiga, porque vivía en la misma cuadra, de Griselda Blanco, la mujer que convirtió el tráfico de marihuana y cocaína en un negocio internacional y quien adiestró a Pablo Escobar en los oficios del narco; Flor se hizo famosa porque cocinaba pescados suculentos y caldos de carnes como nadie más. Álex, que no era un niño muy bello, consiguió varias novias por cuenta de esa gracia; su madre le decía: “Traiga a esas niñas, que aquí las enamora”. Siempre pasaba. Del padre, que se llamaba Darío Obregón, no hay muchos recuerdos: trabajaba, bebía y algunos jefes le pagaron trabajos con libros, libros que Álex terminó leyendo como un poseído.

    “¿Venganza, Daniel? Lo que yo quiero es una mínima retribución”. — Dice Alex

    alex obregon

    Flor —como la recuerda Álex— era una mujer dura que no permitía que nadie se la montara, que nadie viniera a mostrarle los dientes y menos por ser negra. Conminaba a todos sus hijos —Darío, Brody, Martín, Geovany, Alexánder— a que no permitieran el más mínimo chiste sobre su piel, sobre su pobreza, sobre sus restos. En pandilla se defendían como perros de monte y la madre a veces encabezaba la pelea: con un machete en la mano repartía planazos. Aún entre risas, y sin nada de estupor, Álex recuerda la vez que fraguó con su madre la venganza a un niño que en la escuela se comía el desayuno de sus compañeros; entre los dos hicieron un sánduche de mierda que comió con engaños en el recreo, nunca más intentó robarse las loncheras de nadie. Pero Flor también obligaba a sus hijos a leer, leían a Cervantes, a García Márquez, a Borges, a Proust, así que de ahí viene la lengua filosa de todos los hijos, a quienes se recuerda por una inteligencia desbordada. Así como Álex es un palabrero mayor, que insulta con solo retórica, que enreda a sus enemigos con palabras que parecen sacadas del Siglo de Oro Español; su madre hacía lo propio: echaba maldiciones enrevesadas, injuriaba a su antojo, era toda una bruja. Cuarenta años después de esa infancia de libros y rabias, de maldiciones y peleas, a Álex lo recorre aún la veta de la venganza como un deseo de la carne. Pero Álex no quiere la venganza de la sangre. Cuando le preguntan responde: “¿Venganza, Daniel? Lo que yo quiero es una mínima retribución”.

    alex obregon

    “Cómo le parece que cuando me capturaron me dijeron: ‘lo cogimos en fragancia’, dizque en fragancia, le dije a ese tipo que era un ignorante, un burro”. — Dice Alex

    La necesidad de venganza lo ha vuelto loco. En cinco años perdió casa, mujer, familia. Dice: “Estos asquerosos me quitaron hasta los deleites en el sur del ombligo”. Cuando ve una mujer rotunda pasar por la calle: “Yo tengo un gran poder, pero no lo puedo ejercer. A mí me gustan las mujeres que me asfixien, que me ahoguen”. No solo ha perdido el sexo, perdió el empleo y los amigos. Ahora su voz siempre es violenta y llena de rabia, le sube por el túnel de la garganta como un ventarrón por un cañón. Tiene la voz del loco, por eso en la Fiscalía de Medellín los desprecian, porque se lanza contra ellos con su lenguaje farragoso y duro, los de seguridad no ven en él la verdad, ven el rastro de la demencia. “Yo estoy loco, Daniel, pero no he llegado a confundir el caviar con la mierda”.

    El ángulo de la locura tiene fecha: 20 de febrero de 2015. Después de pasar una noche en los juzgados de Medellín a Álex se le ordenó ir a la cárcel mientras corría un juicio en su contra por extorsión. En la tanqueta en la que iba con otros nueve hombres, todos con hasta treinta testigos en su contra por amenazas, extorsión, hurtos, porte de armas y asesinatos, lo señalaban: “¿Y este quién es? ¿Y este parcero qué hace aquí?”. Álex solo tenía un testigo en su contra, un vecino al que había increpado para que pagara un dinero, pero este vecino que se llama Jairo Pérez Luna planeó en su contra una argucia para no pagar. Álex fue perseguido por policías durante meses: le decían negro hijueputa, negro malparido, basura negra; cuando bebía cerveza en una esquina del barrio, le pedían —solo a él— los documentos; lo requisaban, lo jodían, y él que había sido criado por Flor para no dejarse tocar los testículos por nadie, los careaba, les hacía ver su ignorancia de la ley y la palabra. “Cómo le parece que cuando me capturaron me dijeron: ‘lo cogimos en fragancia’, dizque en fragancia, le dije a ese tipo que era un ignorante, un burro”. Todos sabían en la tanqueta que al negro, al profe, lo habían enredado.

    alex obregon

    Era un profesor a sueldo; había estudiado Historia en la Universidad de Antioquia pero nunca se graduó porque odiaba los computadores, lo que le impidió escribir la tesis; había pasado por la carrera de Periodismo, pero tampoco quiso terminar. Concluyo: entraba a la universidad para alardear de sus conocimientos, para demostrar que era capaz de ganar discusiones con los profesores y compañeros, y luego abandonar. Ha sido un malabarista de la necesidad: dio clases en colegios y en los últimos años de oficio tuvo en los bolsillos unos cuantos vagos que no aprendían ni con cincel. Pero ahora no puede dar clases, nadie emplea como profesor a un exconvicto, aunque haya estado en la cárcel sin condena. Este hombre vive de la misericordia. Es un menesteroso.

    Tengo una historia particular con este menesteroso. Con ese hombre de manos frías y temblores; que vive de arrimado en una casa donde dos mujeres le han dado posada, y esas mujeres le tienen miedo a su historia. Él, como no les puede pagar por la habitación, cocina para ellas, cocina con la misma sazón que le enseñó su madre Flor; a una de ellas le ayuda con las tareas de la universidad, le enseña a escribir con claridad. Detrás de la cocina, en la habitación del servicio, Álex tiene cajas amontonadas en las que guarda tutelas, demandas, investigaciones de la Fiscalía, derechos de petición, todos esos papeles forman lo que parece el cuarto de arrumes de un juzgado. Tiene ahí decenas de cuadernos en los que ha escrito a mano solicitudes a la justicia. Todas piden lo mismo: que se reconozca su inocencia y que una serie de fiscales, investigadores judiciales, defensores del pueblo sean por lo menos destituidos.

    “Por esto me pueden matar, pero que me maten, yo no tengo miedo”. — Dice Alex

    alex obregon

    El viernes 19 de enero de 2017 recibí una llamada de este hombre: “Mi nombre es Alexánder Obregón y por un garlito que me tendieron terminé en la cárcel injustamente”. Dijo más, pero habló como los locos, que narran sin un principio: cuentan desde la mitad como si el interlocutor supiera el contexto. Entre todo estaban estas palabras: 2015, la captura de una banda en el barrio Robledo El Diamante de Medellín, casi un año en prisión, inocencia. Le dije que nos viéramos. Dos días después apareció en la oficina donde trabajaba. Llevaba en un morral tres carpetas con documentos sobre su proceso judicial. Su cara: ojos saltones, pelo al rape —que vi después de que se quitara un gorro azul índigo—, una cicatriz oblicua en la mejilla derecha, los labios carnosos, la nariz chata. Aunque estaba acalorado, cuando nos dimos la mano y noté que sudaba frío —durante cinco años tendría las manos de un muerto—. Dijo: “Por esto me pueden matar, pero que me maten, yo no tengo miedo”. Es excesivo, pero recordé dos cosas; lo primero fue el cuento La forma de la espada, donde Borges dice del personaje: “Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa”; lo segundo fue la novela Prisión perpetua, de Ricardo Piglia: “Los convictos son filósofos naturales. Saben que no existe otra verdad que la existencia siniestra de una conspiración. Captan en la apariencia engañosa de la realidad las redes microscópicas que permiten reconstruir su esencia oculta”.

    alex obregon

    —¿Quiere tomar agua?—Yo le agradecería algo de comer, porque caminé más de cien cuadras para cumplir esta cita. He estado en varios medios de comunicación, estuve en ese canal Cosmovisión, pero nadie me oye. Excúseme si soy muy conchudo, ah. Mientras esperábamos un café y unas galletas de paquete le dije que me contara cuál era su historia. Pero yo ya había decidido no creerle nada. Las palabras enrevesadas, la cortesía fingida, todo me hacía creer que era un loco. Es un dilema del periodista siempre, desde antes decide qué creer o no, aunque eso cambia con el tiempo y después de cinco años sé que Alexánder dijo la verdad.

    —Mi nombre es Alexánder Obregón Rentería. Fui víctima de un falso positivo policial-judicial. Todo empezó en el año 2015 y hasta el 23 de enero del año 2016, cuando salí absuelto y recuperé mi libertad. Fui víctima de un falso positivo policial judicial, lo repito, en cabeza del fiscal especializado para la época fiscal 38 especializado, Víctor Emilio Arroyave Lopera, aunado a la presencia de su fiscal de apoyo, César Augusto Sarmiento Niebles, la auxiliar de fiscalía Diona Pulgarín Álvarez. Yo no soy abogado, pero sé leer.

    “Daniel, yo salí solo de la cárcel”. — Dice Alex

    alex obregon

    Dijo todo mientras de la mochila sacaba un Código Penal. Me lo acercó, como si fuera un vendedor —“Daniel, yo salí solo de la cárcel”—. Me tocó levemente y las manos estaban totalmente frías; miraba como un poseído, como una víctima de su propio cuerpo, parecía un enfermo terminal de cáncer que ya ha perdido la razón. Se pasaba con las palmas abiertas por la parte posterior de la cabeza —“Yo no puedo creer que esté contando esta historia por fin”—. Me llamaron sus palabras: calculadas, confusas, serviles, melifluas, alambicadas, sardónicas, maledicentes, rencorosas, libidinosas, como si se tratara de Raúl Gómez Jattin, un poeta de lo oscuro.

    Contó su historia. La contó como una bala, como una espada afilada, con lengua furiosa y hábil, como un brujo que se para en una roca y dice su evangelio inverso. Lo dijo como un predicador que solo está interesado en la revelación que recibe en la cabeza. Habló como quien porta designio, profecía, naturaleza; ciego que abre los ojos, volcán de muchos fuegos, catástrofe, temblor, fin.

    ***

    Fui docente hasta el 20 de febrero del año 2015, pero voy a retroceder esto un año antes. El 20 de febrero del año 2014 yo me encontraba en las horas de la tarde sentado en un lugar donde siempre llegaba a departir con unos amigos en el barrio Robledo El Diamante, exactamente en el cruce de la calle 80 #86 03. En ese entonces funcionaba ahí un expendio de carnes de razón social Carnes Diego. Estábamos ahí departiendo con varias personas, alrededor de seis personas, incluyendo a la actual mamá del niño mío. Ahí llegaron dos policías de nombre John Henry Suárez Velandia y Andrés Hernando Riascos Gómez, pertenecientes al cuadrante 37 15 63, del barrio López de Mesa, adscritos a la Estación de Policía Castilla. Estos señores me dijeron que los acompañara al CAI para arreglar un problema de un dinero que supuestamente me debía el señor Jairo Pérez Luna y les contesté: “Él a mí no me debe nada, pero le debe a un amigo mío, al que timó con la venta de una libreta militar”.

    ¿Que quién es Jairo Pérez Luna? Ya le digo, voy para allá. Jairo Pérez Luna es el arquitecto diabólico de todo este entramado en donde hay, hasta el momento, 73 funcionarios públicos involucrados. ¿Quién es Jairo Pérez Luna? Jairo Pérez Luna es un timador de poca monta, suplantador de militares. Él tiene unos hijos que sí son militares, se llaman John Wilson Guisao Corrales y Juan Camilo Guisao Corrales. Tiene una cuenta en redes sociales con la que vende libretas militares; los hijos le prestan un uniforme y un arma para que se presente uniformado en las plataformas sociales, especialmente en esta que inventó este señor de Zurckerberg; lo ve usted ahí con ese uniforme, portando un fusil, y le cree todo. Se trata de la pantalla perfecta para que este señor pueda timar a las personas con trámites de libretas militares, salvoconductos de armas de fuego; incluso vende municiones y armas.

    Resulta que un día encontré en mi barrio a Juan Felipe Botero Galvis, era un hombre que yo conocía hace muchos años. Me preguntó dónde vivía Jairo Pérez Luna, desde donde estábamos son tres casas en línea diagonal. Yo le dije: “Juan, te timó” y él me dijo que qué era eso y yo le dije: “Lo tumbó, lo engañó, ese viejo es muy ladrón”. Le señalé la casa, él fue a tocar y el señor no salió. Bueno, Juan me comisionó y me dijo: “Vos que estás en el barrio, por qué no le hacés un recorderis a ese señor a ver si me paga” y yo le hice tres recorderis. El tercer recorderis fue tres días antes de que llegaran los policías al lugar donde yo departía con los amigos; ese día ese señor me esgrimió una pistola, me amenazó que me iba a matar y que no iba a pagar absolutamente nada. Esgrimió el arma desde un tercer piso, donde vive este señor; en el primer piso estaban los dos hijos de él y estaban armados, los muchachos ese día no dijeron absolutamente nada. Entonces después de ese alegato con este señor, a los dos o tres días aparecieron los policías que le menciono, John Henry Suárez Velandia y Andrés Hernando Riascos Gómez, en esa época pertenecientes al cuadrante 37 15 63. Ellos llegaron de forma muy educada, “don Alexander, profe, usted por qué no baja con nosotros al CAI para que arregle el problema que tiene con don Jairo. Yo me negué, fui bastante radical y les dije “yo por allá no voy a ir, pero las personas que estaban ahí me convencieron”. Bajé al CAI. Al bajar al CAI, el obtuso policía me dijo que quedaba capturado en “fragancia por extorsión”. “Fragancia”, él me dijo fragancia. Entonces yo me le reí en la cara y le dije “vea, como yo sé que usted no sabe el significado de la palabra que le voy a traer a colación, usted es muy obtuso, o sea bruto, no se dice fragancia, el término es flagrancia”. Bueno, lo que sea, ahí me va a disculpar pero voy a utilizar palabras bastante soeces de grueso calibre pero fue lo que me tocó vivir y lo que he vivido. Me dijo “ah, no te preocupés negro hijueputa que de todos modos vas pa Bellavista”, y yo le dije “no creo, mañana a esta hora ya estaré afuera”.

    ***

    Durante cinco años estuve postergando esta historia. Primero me justifico: siempre que me veía con Álex él tenía una nueva arista que le crecía a la historia como un hijo enfermo al tronco de un árbol. Una nueva demanda, un derecho de petición, el descubrimiento de un policía que le negó un recurso legal en una oficina mugrosa del centro de Medellín. Pero un día en los pasillos del Palacio de Justicia de Medellín alguien me habló de Alexánder, dijo: “Ese loco tiene razón, a ese loco lo pisotearon como a un muerto y ahora tiene a un fiscal cogido, arrinconado”. Se refería al fiscal Víctor Emilio Arroyave Lopera.


    Capítulo 2

    La trampa

    Por Daniel Rivera Marín | 30-04-2022 FOTOS: Julio César Herrera

    El 29 de febrero de 2015 Álex ingresó a la cárcel El Pedregal, en el occidente de Medellín, por las mentiras y la venganza de un vecino de su barrio al que él señaló como extorsionista. Desde ese momento no olvidó nunca al fiscal —“Tomás de Torquemada, siempre lo voy a recordar así”—. Lo reseñaron en la cárcel cuando era mediodía. Alexánder nunca había tenido tanto miedo, le ordenaron que se sentara mientras a los otros diez detenidos les tomaban fotografías y datos, entre tanto le dolía el estómago y empezó a sudar frío, sentía agujas en las plantas de los pies y le pidió permiso al guardián para ir al baño, “creo que me va a dar diarrea”, pero no lo dejaron moverse. Pasaron una o dos horas hasta que pudo ir al inodoro. Luego entró al patio número uno. Caminaba lentamente y sintió un olor a orín que le inundaba la nariz, los reos gritaban como locos y amenazaban con violaciones. La primera noche no tuvo colchón y durmió en el suelo, en el pasillo mugriento. Tuvo miedo de cerrar los ojos, pensaba que lo podían violar y cuando estaba a punto de dormir le empezó a picar el cuerpo: decenas de chinches lo picaron y con el paso de los días su piel quedaría en carne viva.

    alex obregon

    “Fue horroroso todo lo que pasó, desde ese momento tuve problemas para bañarme, me daban terror los baños”. — Dice Alex

    Pocos días después del ingreso a la cárcel, un grupo de hombres del patio lo mandó a llamar. Algunos de ellos habían sido miembros de la banda criminal La Oficina de Envigado y en el patio detentaba el poder absoluto. Le dijo que había mandado a llamar a cuatro negros que habían sido recluidos en las últimas tres semanas, que entre ellos había un violador y querían averiguar quién era para darle una bienvenida a toda regla. “Queremos saber si nos llegó una puta nueva”. El cacique y sus dos ayudantes montaron una fiesta en el baño: había whisky y rayas de cocaína. Les hicieron preguntas a los cuatro, Álex temió que lo confundieran con el violador, pero en la cárcel ya sabían muy bien cuál de ellos era. Lo desvistieron y lo violaron, mientras los otros tres hombres—entre ellos Álex— observaban temblorosos y pensaban que el turno les llegaría. “Fue horroroso todo lo que pasó, desde ese momento tuve problemas para bañarme, me daban terror los baños. Sucedió que en medio de todo eso pasó algo horroroso y con mis manos me tocó recoger excremento y del corredor del baño llevarlo a la taza del inodoro; en una de esas me resbalé y me transformé involuntariamente en un coprófago”. Semanas después, hombres abusaron de Álex en las duchas, un tema del que ahora solo habla en clave mientras se lleva las manos a la cara —las manos frías— para revolverse los ojos: “Las descripciones que yo puedo hacer me causan un escalofrío extremo, y allá me llevaron las tareas desobligantes de un fiscal mentiroso, un mitómano patológico”.

    alex obregon

    Álex empezó a enloquecer. Temía ir al baño y quedarse dormido en las noches. Y mientras crecía la zozobra también sus ganas de venganza, de retribución. En marzo de 2015 conoció al representante de Derechos Humanos del patio, un abogado que estaba a punto de cumplir su condena: “Me preguntó si yo tenía formación académica. Le dije: soy analfabeta pero me gusta leer; al tipo le dio risa. Él me propuso que lo reemplazara en sus funciones. Así me convertí en el representante. Me transformé en un referente por los intentos y concreciones para reivindicar a los internos en esas mazmorras deshumanizadas. Al mismo tiempo encontré una fuente de dinero. En la cárcel por todo se cobra y entonces yo era el que realizaba los escritos para que el instituto penitenciario permitiera las visitas de familiares y las visitas conyugales; ese dinero servía para suplir las necesidades de personas que estaban en la calle y dependían de mí”.

    ***

    Alexánder Obregón está atomizado: su cabeza, su pensamiento, su discurso. Cuando habla de los crímenes por los que lo querían condenar y que lo llevaron a la cárcel —y en la cárcel lo llevaron a la locura—, lo dice todo en desorden. Alexánder es una bibliografía judicial vuelta de revés. Así que conviene hacer una cronología. El 20 de febrero de 2014 lo llevaron con engaños al CAI del barrio López de Mesa y, una vez allí, le leyeron sus derechos, en un procedimiento por fuera de la ley; el Policía le dijo que había sido capturado en “fragancia” por extorsión. El 21 de febrero de 2014, un jueves soleado, tuvo audiencia de control de garantías; la captura se determinó como ilegal; salió a la calle a las 12:57 del mediodía: el cielo estaba pleno de luz azul como una sábana bien extendida; ya en su casa recordó a Flor, su madre, quien desde el más allá le dijo que un negro no podía dejar que nadie lo pisoteara. El 22 de febrero de 2014 salió a la calle y buscó a los patrulleros que lo habían llevado al CAI, les dijo que la situación no se iba a quedar así, y amenazó con demandar a Jairo Pérez Luna, “el arquitecto diabólico de esta captura letrinosa”. El 4 de julio de 2014, Alexánder estaba con sus amigos tomando cerveza y viendo en una tienda el partido Colombia-Brasil, eran los cuartos de final de la Copa Mundo, hasta allí llegó el policía John Henry Suárez Velandia y después de una pelea verbal, le dijo: “No te preocupés, basura negra hijueputa, que cuando yo quiera te llevo a la Sijin y te hago individualizar”. El 18 de agosto, Suárez cumplió su palabra; llegó el patrullero Andrés Hernando Riascos Gómez en un motocicleta a una esquina del barrio donde Alexánder conversaba con unos amigos —iba acompañado por la patrullera Jéssica Mazo Ramírez—, le pidieron la cédula y luego lo llevaron casi a rastras hasta la Sijín en el barrio Caribe. Mónica —su pareja— lo convenció de ir con los policías y lo acompañó; le reseñaron el delito de concierto para delinquir agravado, pero quedó libre, como si todo se tratara de un juego; esas reseñas, esos movimientos soterrados aparecerían luego como un maleficio. Seis meses después, el 20 de febrero de 2015, fue capturado como cabecilla de la llamada Odín Robledo. Se trató de la captura definitiva. Esos son datos gruesos. El expediente. El quid. La nuez. Pero como dice el refrán: el Diablo está en los detalles. Y estos detalles tienen sus giros retorcidos.

    El caso revolvió una venganza y también racismo, un racismo que había conocido siempre. Desde que era un niño, Álex escuchaba a su madre que le machacaba todos los días: un negro se tiene que hacer respetar, un negro tiene que hacer valer de lo que está hecho. “Imagínese Daniel que Flor me puso a leer a Kafka cuando yo era niño. Imagínese eso: una negra enseñándole a un negro, los dos pobres, a leer a Kafka. Y eso fue como una profecía, porque yo leí El proceso, esa novela en la que todo se estrella con el sistema, así como yo ahora me estrello”.

    Después del 18 de agosto de 2014, Álex se dio cuenta de que había caído en una trampa, pues el paso por el CAI donde había dejado sus datos y su firma sin un crimen aparente no indicaban más sino que la venganza se le arrimaba como un perro fiel. Era evidente que Jairo Pérez Luna tenía poder para tenderle el garlito. Desde entonces y hasta el día de hoy, Pérez Luna aparece en redes sociales con fotos vestido de militar; se trata de fotos añosas, viejas, en las que se presenta como un veterano de guerra. Jairo Pérez, su hijo biológico, dice que es pensionado de las fuerzas militares; Juan Camilo y Jhon Wilson Guisao Corrales, hijos de crianza, son soldados en servicio, adscritos a la IV Brigada. Con esos familiares, con esas fotos, Jairo se había hecho con una buena imagen para venderse como tramitador de libretas militares, un documento que nadie puede tramitar. Por las lomas del barrio Robledo El Diamante, todos saben que en esa casa alguien hace negocios: tramita libretas, vende lotes o cafeteras industriales. El caso: a quien Álex le pidió de vuelta un dinero por una libreta militar que nunca se tramitó no era un rival pequeño, pues los policías del cuadrante solían pasar las tardes en esa casa tomando gaseosa con pan, desde esa misma casa los hijos de Javier le blandieron pistolas a Álex para que no continuara cobrando el dinero de su amigo. En esa casa transformaron ese cobro en una extorsión mentirosa.

    ***

    Un año, dos años, tres años después de que nos encontráramos por primera vez, Álex seguía contando la misma historia. Era abrumador: no le entendía y me demoraría mucho en entenderlo. Además, todo era brumoso, porque Álex recita de memoria hasta los números de identificación de sus victimarios y, como ya he dicho, narra sin hilo conductor. No se le puede preguntar por un día específico porque empieza a dar nombres indiscriminados: es el aleph de su propio caso. Pero su locura —que yo juzgaba como una cosa eterna— cambió para mí una mañana de marzo de 2019. Nos vimos en la librería Grammata, adonde Álex llegó diciendo que cuando caminaba cerca al estadio un grupo de policías lo persiguieron para preguntarle por qué los tenía tan arrinconados, pero nunca logré entender qué de todo ese delirio era verdad. Desde los anaqueles de la librería salió Wilson Mendoza, el dueño, un tipo con bastante experiencia. Se sorprendió cuando vio a Álex, se saludaron. Resultó que Álex había sido su cliente muchos años atrás cuando Wilson administraba la librería de la Universidad de Antioquia. Los dos se sorprendieron y luego, en algún momento de distracción, Wilson me dijo: “¿Qué le pasó a ese hombre? ¿Está loco? Él siempre fue muy extrovertido, pero brillante”.

    Ese día Álex volvió a hablar de la madrugada del 20 de febrero de 2015, cuando no lograba conciliar el sueño y, de repente, sintió ruidos en el balcón de la casa, voces, respiraciones agitadas y alguien tocó la puerta. Todo el día anterior había visto personas extrañas, carros rondando.

    —Ellos ingresaron a las tres de la mañana, eran miembros de la Sijín y recuerdo a una mujer rubia. Se montaron al balcón. Yo con la tranquilidad del caso les abrí. Fui muy culto con ellos. “Al suelo”, me gritaron, y yo les dije que no. Al suelo no. Yo no salía de mi estupor, pero era un estupor consciente, todo estaba relacionado con la vez que esos policías me llevaron a la Sijín. Hicieron una requisa silenciosa, no encontraron nada, ni siquiera dinero. Yo fui el primero que capturaron de esa operación, porque según ellos yo administraba las finanzas de las extorsiones, entonces imagínese la expectativa que tenían. Llegué y me mostraron el organigrama, donde mi nombre aparecía bien arriba. Al momento entraron a Alejandro Suárez Agudelo, yo con él jamás me había tomado un tinto, pero si lo veía por ahí. Me dijo: “¿Usted qué hace aquí?”. No sé. “Jum, lo empapelaron”. Después empezaron a llegar esos otros pelaos. Los de la Sijín les dijeron “vean a su apá” y empezaron los roces con esos pelaos, porque ellos decían que quién era ese churrusco, hasta que Alejandro dijo que me dejaran quieto porque yo era un profesor. Allá vi a mis verdugos pavonearse como pavos reales —En ese momento se dio cuenta que los policías lo llamaban “Pana”. Su alias no era más que la palabra con que saludaba a sus amigos de libación: pana.

    El escrito de acusación dice que alias Pana participaba activamente en la banda delincuencial el Diamante, que extorsionaba y “atacaba la tranquilidad pública”, y para todo ello señalaba a un solo “declarante”. En todos los documentos hay una anomalía que la juez que dictó años después de la preclusión iba a señalar: todos los testigos que mencionaron ataques directos de la banda —a una mujer le quemaron su pequeña tienda—, nunca reconocieron a Álex. El declarante era el testigo estrella Jairo Pérez Luna, el hombre que durante dos años montó una venganza. El fiscal Víctor Emilio Arroyave Lopera —un hombre que ha llevado los casos de bandas criminales completas, quien es conocido por su ojo inquisidor, por no dejar pasar ni el más mínimo delito en sus investigaciones— no podía ignorar que algo fallaba en su escrito de acusación, sin embargo, un día después de la captura, le dijo a Alexánder que se declara culpable, que firmara un preacuerdo, o de lo contrario lo metería en la cárcel 16 años.

    El registro de la Fiscalía dice que la pesquisa policial empezó en julio de 2013, querían saber los comportamientos de la banda “La imperial o banda de la cruz roja”. Investigador: subintendente Wálter Alexánder Castro Lizarazo. Se trató de un trabajo tozudo: todo el proceso tuvo 57 testigos que brindaron testimonios, que señalaron a cada uno de los diez capturados. Pero con Álex pasó algo extraño: solo una persona lo identificó como extorsionista. El acta de reconocimiento fotográfico y videográfico del 18 de septiembre de 2014 dice que solo lo reconoció un hombre, un testigo estrella: Jairo Pérez Luna. El hombre de la venta de libretas militares dijo: “Este sí es el que tiene el desorden en el sector de El hueco de Robledo el Diamante, yo fui víctima de él por extorsión, me pedía vacunas y que le fuera pagando, y me amenazaba de muerte. Él extorsiona y pide vacunas a todo el mundo, al comercio y controla la venta de arepas allá en Robledo el Diamante, él tiene el grupo del hueco que extorsionan, roban y venden de microtráfico, él maneja una parte ahí”.

    Alexánder no se declaró culpable y lo acusaron de concierto para delinquir con fines de homicidio, desplazamiento forzado, extorsión y tráfico de estupefacientes. El fiscal Arroyave Lopera aseguró con un testimonio, con un solo hombre como testigo, que Alex había sido capturado en “calidad de dirigente”. Dirigente: jefe, capo, mandamás, duro, apá.

    Pongamos un ejemplo. En el escrito de acusación, mientras Juan Manuel Molina Nohava —que se declaró culpable— tenía acusaciones juramentadas de siete personas que se declaraban como víctimas de sus extorsiones y amenazas, Álex solo tenía una: se trataba de la acusación de un hombre con el que tenía conflictos permanentes, un acreedor. Un chisme que en el barrio era bastante conocido.

    ***

    En su época de estudiante, Álex había leído el Código Penal, tenía algún conocimiento básico y no se dejaba engañar por los tecnicismos que escuchaba en las audiencias. Cuando conoció a la abogada de oficio Xiomara Forero —me dijo en una única conversación por correo electrónico: “Álex salió solo de la cárcel”— decidió hacerse cargo de su defensa. “Ella era una mujer tímida y algún día yo le puse una tarea: que entrevistara a unos amigos que sabían que yo no era un pandillero y que Jairo Pérez Luna estaba mintiendo, pero no lo hizo, los abogados de oficio solo se preocupan porque uno les firme una planilla para poder cobrar su sueldo. En ese momento me di cuenta de que todo dependía de mí. En ese momento saqué algo de mi personalidad: yo intento sobresalir entre la manada de primates”.

    Como delegado de Derechos Humanos, Álex se acercó a la directora de la cárcel, Liliana María Vélez, y de su oficina se robó dos libros Procedimiento penal colombiano y el Código penitenciario y carcelario. “El primer libro lo leí tres veces y el segundo me lo aprendí casi de memoria. Tengo que decir que soy cleptómano cuando me conviene, y esos libros eran vitales para poder salir de la cárcel. Yo nunca entablaba mucha conversación con la abogada, yo bajaba y la miraba y pensaba que era una palurda. Ella era una mujer muy tímida, que vestía como una mujer de los años 70. Ella defendía a otros internos y todos querían cambiarla. Alguna vez yo le dije que era muy incapaz y salió de allá llorando. Esa es la suerte de muchos presos que no pueden pagar una defensa. Yo no pude pagar, un amigo me cobraba 30 millones de pesos, de dónde me iba a sacar esa plata”.

    Álex escribió todas las preguntas del interrogatorio contra Jairo Pérez Luna; desde la cárcel buscó a todos los testigos que sabían de su inocencia. Una mujer le llevaba libros de hermenéutica para entender el Código Penal y, de paso, la minuta de su captura y de los procedimientos policiales en los que había caído. Mientras tanto, tenía el control de la cárcel a través de la defensa de los Derechos Humanos, levantó protestas que mejoraron la comida y las condiciones de las celdas; escribía derechos de petición para obtener documentos vitales en la defensa de decenas de reos. Una noche, mientras en una hoja de bloc hacía los planos de su caso escuchó gritos cerca y vio como la hoja se le manchaba de coágulos morados, él se levantó furioso y se percató de que a un vecino le habían clavado varias puñaladas en el abdomen. Siempre escribir era un delirio: la violencia, las violaciones, el olor a marihuana y bazuco, pero de eso dependía su salida de la cárcel y el sustento de la familia.

    “Reconozco que por todo lo descrito me pagaban los reclusos, inclusive hasta por escribir poesías o llamar a la compañera o a la novia de algún interno con la que había algún rifirrafe, yo las convencía de que fueran a las visitas conyugales. Cuando me volví “derechos” y los internos vieron que yo sabía escribir bien, que había leído las leyes, me cambió totalmente la vida. Yo podía gastar, escribiendo en una semana, seis, siete blocs o más, todo lo hacía a puño alzado. Hago la aclaración: yo todo lo hago así, le tengo fobia a los controles de los televisores, soy un total analfabeta. Imagínese que me puse a elaborar un listado y yo mismo me encargaba de los internos que tenían que ir al médico; elaboraba una lista y buscaba que les cumpliera. Logré que un interno de la comunidad LGBTI pudiera ingresar su maquillaje, todo eso a través de peticiones a jurídicas. El día que me dieron la libertad, desde la reja los internos estaban llorando, a mí me conmovió eso, eran unas personas que están allá y que usted les ve como esa agresividad, esa fortaleza, y muchos de ellos lloraban: “¿Ahora quién nos va a defender?”.

    ***

    Mientras Álex estaba en la cárcel, Mónica Atehortúa Correa esperaba un hijo. Sería el tercero o el cuarto de Álex. El embarazo fue traumático, ella sufría delirios de persecución y se llenaba de miedo cuando veía a los policías pasar por su casa. Jairo Pérez Luna la amenazaba y le prometía que haría todo para que su novio se quedara preso, le advertía que ya no tenía escapatoria. El niño, hoy con seis años, sufre ataques de epilepsia y retraimientos largos que le han impedido un buen desarrollo del habla. Álex habla de él y llora con dolor, con dolor y deseo de venganza.

    Aunque ahora no tienen ninguna relación, Mónica guarda las cartas que, desde la cárcel, Álex le escribía a su hijo no nacido, todas de puño y letra, con la caligrafía en mayúsculas sostenidas atravesando los renglones sin remordimiento.

    ***

    alex obregon

    18/08/2015

    Hola príncipe. ¿Cómo estás? Todos esperamos tu feliz arribo. Deseamos conocer de primera fuente, que nos relates tus aventuras en esos países lejanos, tu mamá se encuentra en el atardecer de sus anhelos, deseo ver tu hermoso rostro colmado de sonrisas y sueños. Ahh el ceño, no olvides de no fruncir el ceño, podrías intimidar a los contrarios y propios, me ha resultado difícil salir del castillo de rejas azules, pero muy pronto fusionaremos fuerzas y destrezas en el arte de la vida.

    ¡Felicidades!Mónica, no olvides que siempre estoy ahí como un superhéroe que te protege. Te amo.

    Fecha ilegible

    Hola Estimado Amigo: ¿cómo te encuentras? Que en esas tierras por las que andas no te hayas olvidado de mí, poseo una ansiedad extrema... que raya con la de un orate, tengo que hablar personalmente contigo y que me relates tus aventuras en ese país llamado vientre, cuando llegues a estos dominios de inequidad, quiero que me comuniques el porqué de tal nombre; cuando lo escuché por primera vez, no puedo negártelo, experimenté un grado alto de ansiedad. No olvides que tu progenitor es un pretoriano dispuesto a enfrentar a los dragones de..., si es necesario con tal de protegerte. Mi señor, mi rey, soy su humilde pero fiero servidor. Mischikory, todos en el reino estamos a la expectativa de tu arribo, deseamos saber si estás bien y que me hagas el favor de comunicarme esto por nuestro medio telepático, como te lo dije la última vez que hablamos, me encuentro en un viaje con mi peculiar destino, pero confío que nos sentemos en la mesa de los príncipes azules, y así ambos podamos gobernar y divertirnos en el mundo. No he podido comprarte los tenis de príncipe, pero tengo planeado entregártelos el día que el señor destino me libere, ya que me tiene encerrado en un castillo de infinidad de rejas azules y muros de concreto, donde el xxxx es opuesto al vuestro mi amado y respetado zultán. Mi orgulloso emperador, quiero pedirle de forma muy respetuosa que cuando llegue a estas multifacéticas tierras no frunza el ceño, para que nuestros contrarios y súbditos no empiecen a especular y te confundan con este humilde SERVIDOR.

    P.D: esta es la forma correcta de escribir sultán, con S, no con Z, me disculpas.

    alex obregon

    ***

    Alexánder Obregón Rentería salió de la cárcel el sábado 23 de enero de 2016. La jueza Ángela María Posada Hernández determinó que podía continuar con el juicio en libertad. El 15 de febrero hubo sentencia absolutoria. En las consideraciones, la jueza va al corazón de todo el caso: le pregunta a la Fiscalía por qué no interceptó las supuestas amenazas telefónicas que Alexánder le hacía a Jairo Pérez Luna, por qué los dos investigadores judiciales que dieron testimonio relacionaron esa presunta extorsión con que Alexánder era miembro de la banda de El Diamante, por qué no tuvieron en cuenta que el verdadero capo aseguró que este no era un delincuente y, sobre todo, por qué se confiaron de Pérez Luna “que es una persona conflictiva y con comportamientos censurables”. La jueza concluyó dos cosas: “Hubo una investigación bastante deficiente por parte de los investigadores de policía bajo la dirección de la Fiscalía”, y “no es que el despacho considere que el señor Alexánder Obregón Rentería es inocente, sino que hay muchas dudas como para condenar, pues el único testigo de la Fiscalía no es creíble”. Finalmente se absolvió a Álex, que ya estaba loco y obseso y no pararía. La historia seguiría corriendo.

    ***

    Un día de 2021 llamé al fiscal Víctor Emilio Arroyave Lopera. Fue rápido, le pregunté que si podíamos hablar del caso de Alexánder Obregón Rentería. Me preguntó: “‘¿Usted sabe cómo ha hostigado a la fiscalía? ¿Sabe que viene y nos dice que nos tiene demandados, sodomizados?”. Le dije que sí, que sabía, le pregunté si sopesaba que sin pruebas había mandado a un hombre a la cárcel. Terminó con esto: “No puedo hablar de los casos por instrucciones del Fiscal General de la Nación”.

    ***

    El 23 de marzo de 2022, Álex me escribió por Whatsapp para asegurarse de que publicara su historia: “Daniel. Fui caminando a El Poblado diez veces de las cuales cuatro lo hice ida y vuelta, las otras seis conté con su deferencia; debo aclarar que esas cuatro veces no se concretaron encuentros entre el lunático y el periodista. El profesional, por su librohólica inclinación, no asistía debido a sus múltiples compromisos.El librohólico y el orate no concretaron citas en 74 oportunidades y el periodista ha dejado en el tablero de este ONO OZAKI 43 promesas de publicación , hasta el día de hoy (22/3/22) el señor de ceño fruncido y barbijo, se nutrió con una composición literaria. El delirante se ha desplazado ida y vuelta a Envigado, a la despensa de producción del señor en cuestión, en tres oportunidades. Gracias”.

    ***

    CRÉDITOS

    Editor y periodista: Daniel Rivera Marín

    Fotografías: Julio César Herrera

    Diseñador web: Tobias Mira A.

    El Colombiano

    © 2022. EL COLOMBIANO.

  • Alexánder Obregón Rentería, la historia de un falso positivo judicial. Capítulo dos: la trampa
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