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Agua en la Tierra: un bien vital que podría no renovarse

Este líquido está en peligro y, con él, toda la vida en la Tierra. ¿Lo habrá en otros planetas?

  • Cascadas naturales en el municipio de San Carlos, Antioquia. FOTO Juan Antonio Sánchez
    Cascadas naturales en el municipio de San Carlos, Antioquia. FOTO Juan Antonio Sánchez
  • Encélado, luna de Saturno, es una bola de hielo que, en su polo sur, tiene volcanes de agua. Foto: NASA
    Encélado, luna de Saturno, es una bola de hielo que, en su polo sur, tiene volcanes de agua. Foto: NASA
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05 de junio de 2021
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Cuando usted abre una llave de la cual brota agua, no es común que piense que ese líquido viene de algún lugar y que podría estar agotándose en cantidad y calidad. Cuando leyó hace un par de semanas en las noticias que el iceberg más grande del mundo se desprendió del continente antártico, probablemente lo vio como algo lejano y no analizó que este derretimiento incide en los ríos de todo el mundo, incluso en los de su ciudad. Y cuando escucha mencionar “cambio climático” tal vez piense en aumento de temperaturas, más no en el agua del planeta, que no es poca.

De hecho, este líquido vital cubre 70 % de la superficie, lo que representa 1.386 millones de kilómetros cúbicos de volumen total, y no se trata solo una molécula, sino de todo un sistema que influye en la vida, diversidad, salud, evolución y supervivencia de todos los ecosistemas y seres vivos sobre este planeta que, irónicamente, se llama Tierra.

Es esencial

Sin ella, explica el profesor adscrito al Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Germán Poveda, “no podríamos existir o desarrollar nuestras actividades”, por lo que es un bien “fundamental, un sistema de soporte de vida que también puede convertirse en un factor de riesgo cuando se presenta en condiciones excesivas (tormentas e inundaciones) o en condiciones de déficits (sequías)”.

A esto se une la geóloga marina y geofísica Ángela María Gómez García, que dice que “los primeros seres unicelulares que habitaron el planeta se formaron por la presencia de agua y a ella le debemos la vida de hoy y la de especies ya extintas de flora y fauna”.

El agua salada representa el 97,5 % del total que hay en el mundo, mientras que el agua dulce es 2,5 % (35 millones de kilómetros cúbicos). De ese pequeño porcentaje, solo 0,007 % está disponible para el consumo humano.

Pero la dulce no es la única que importa. Todos los tipos, sea líquida, sólida o gaseosa y dulce o salada, lo hacen, y no solo para beber o para las especies, sino porque los océanos permiten que los ecosistemas terrestres funcionen y estos, además, son fuentes de energías limpias que ayudarían a reducir las emisiones de CO2 resultantes de la quema de combustibles fósiles.

Los océanos son los principales sumideros de CO2 que reducen su concentración en la atmósfera, que mantienen el equilibrio de temperatura que permite la vida y que mezclan nutrientes y componentes de mares entre sí para mantener la biodiversidad.

Aún a pesar de esta importancia de vida o muerte, el agua está en riesgo. Y no porque toda vaya a desaparecer, sino porque disminuye su calidad y porque con el cambio climático se altera su ciclo natural, varía el clima y aumentan sequías, inundaciones, deshielo de glaciares, y demás.

En los últimos 10 años, más de 90 % de los grandes desastres naturales fueron fenómenos meteorológicos causados por variaciones del ciclo, según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres.

Sumado a esto, hoy 4 de cada 10 personas se ven afectadas por su escasez, dice la ONU, y según Unicef, al menos 60 millones de niños viven en zonas que registran niveles bajos de acceso a esta y están en riesgo de sequías o inundaciones.

Esta escasez no solo trae problemas ecosistémicos, sino también sociales. El uso de agua contaminada propaga enfermedades y ha causado la muerte de hasta 800 niños diarios a causa de diarreas, abonando al aumento de la desigualdad y la pobreza.

Por otro lado, la deforestación altera el ciclo, destruye biodiversidad y aumenta la erosión. “Es preocupante el estado de este bien en muchas regiones del continente. Destruimos algo que supuestamente es renovable. Lo convertimos en algo que no lo es”, puntualiza Poveda.

Más que comer y beber
El agua disponible para el consumo es muy poca.
De ese 0,007 %, 69,7 % está congelada en los polos y glaciares, 30 % enterrada bajo la superficie en acuíferos y 0,3 % en los ríos y lagos. Es común que, cuando se habla de escasez se piense solo en la dulce, pero los océanos con sus sales, elementos químicos y nutrientes, son igual de importantes.

“En el océano empezó la vida y hoy alberga extraordinaria biodiversidad. Hace parte del ciclo hidrológico global sin el cual no habría agua para la lluvia y para reabastecer los depósitos naturales, como la atmósfera, el suelo y los acuíferos”, dice Poveda.

Este ciclo, continúa, debe entenderse completo, sin olvidar las fases sólidas, como la nieve y el hielo, y las gaseosas, como el vapor de agua que se encuentra en la atmósfera gracias a la evaporación del agua del océano y a los árboles que después del proceso fotosintético fijan dióxido de carbono en su materia orgánica y transpiran vapor de agua.

“Esto es importante porque a través de la circulación de los vientos es transportado a zonas donde provee humedad necesaria para formas lluvias”, agrega Poveda, fenómeno conocido como ríos voladores o ríos aéreos.

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El rol de la salada
En la parte líquida, Gómez agrega que los océanos funcionan, además, como “buffer” o colchón para el CO2 que se emite a la atmósfera porque lo absorbe y reduce su concentración, disminuyendo así el efecto invernadero. “A cambio de esto, el agua del mar se vuelve más ácida al aumentar su concentración de CO2 y esto tiene efectos negativos para los ecosistemas oceánicos”. Por eso, dice la geóloga, cada vez hay más episodios de blanqueamientos de corales (muertes masivas), especialmente en el trópico. La quema de combustibles fósiles, entre otros, aumentan esta problemática.

La circulación oceánica es vital para el equilibrio de los ecosistemas terrestres, continúa. En particular, el “great ocean conveyor”, un cinturón de circulación que conecta todos los océanos del mundo y que transporta agua caliente de los trópicos, que es “donde la más superficial está más caliente”, y la lleva a zonas polares, donde se va haciendo más fría mientras se avanza al norte o sur. “Una vez llega a los polos, se hace más densa y tiende a hundirse por el aumento de densidad”.

Una vez abajo se vuelve agua profunda y “desde ahí sigue su viaje por las cuencas, recolectando nutrientes, y cuando llega a los sitios de surgencia (manantial originado por la aparición de agua subterránea), es más rica en nutrientes”.

Estas zonas son claves para la biodiversidad, donde muchas especies marinas crecen e interactúan y es “un ecosistema diverso e importante para otras especies no marinas que pescan allí”, explica Gómez, pero, además, este circuito regula el clima en las zonas cercanas a la costa y ayuda a la mezcla global del líquido.

En cuanto a la fase sólida, el hielo es indispensable para muchas especies de animales y el deshielo de los casquetes polares aumenta el nivel del mar, causando inundaciones en zonas costeras o de ciudades enteras, salinizando los acuíferos costeros y disminuyendo la salinidad del agua alrededor de los polos, mermando la fuerza de circulación oceánica y afectando el ciclo hidrológico a gran escala.

No es renovable ni ilimitado
El cambio climático va más allá del aumento de las temperaturas pues altera el ciclo natural de este bien líquido.

Así, en muchas regiones del planeta se están observando mayores sequías, tormentas e inundaciones que dificultan el acceso a agua potable y al saneamiento básico, agravando la problemática social. “Esto tiene afectación en la producción de alimentos y pone en riesgo un tercio de la seguridad alimentaria del planeta, afectando a unas regiones más que a otras”, dice Poveda. Sin embargo, argumenta que esto no es solo cambio climático, “sino también de la acción humana”.

Greenpeace dice que se estima que, por cada grado de calentamiento global, cerca de 7 % de la población estará expuesta a una disminución de 20 % de los recursos hídricos renovables, según un informe de ONU-AGUA.

La ONU prevé que para 2050 una cuarta parte de los humanos vivirán con falta crónica de agua limpia, y que la demanda de agua dulce crecerá más de 40 %, causando enfermedades como diarrea, cólera o Hepatitis A. Sumado a esto, desaparecerán especies de fauna y flora, aumentará el hambre y podría haber conflictos entre naciones.

Gómez dice que el cinturón de circulación de los océanos podría debilitarse causando que no haya gradiente suficiente para mover el agua, dejando de mezclarse en el largo plazo. “En esa mezcla también hay intercambio de oxígeno. Si el cinturón se detiene, no llegarán nutrientes del fondo del mar a la superficie y los impactos ambientales serían desastrosos”.

En las últimas dos décadas los glaciares perdieron 267 gigatoneladas de hielo al año y esto ha sido responsable de 21 % del aumento del nivel del mar, según un estudio del Servicio de Monitorización Mundial de Glaciares de la Universidad de Zúrich, Suiza.

Poveda cuenta que para el caso colombiano, se perdieron ocho glaciares tropicales durante el Siglo XX, “quedándonos solo con seis, afectando el suministro de agua en los ecosistemas de alta montaña y la integridad de los ecosistemas de páramo, altamente frágiles y únicos en el mundo”. Él recomienda detener la deforestación que causa la disminución en las lluvias y la desertización (transformar en desierto amplias extensiones de tierras fértiles) y cesar la contaminación de ríos y demás cuerpos de agua con los desechos urbanos, industriales y agrícolas.

Gómez invita a evitar la quema de combustibles fósiles “ya que estos producen CO2 y el océano ya se está acidificando y las temperaturas ya están aumentando”, y podría tener consecuencias irreversibles para el equilibrio de los ecosistemas marinos, y por ende para los humanos.

Los investigadores de ciencias planetarias, por su parte, intentan encontrar agua o rastros de esta en otros planetas. ¿Lo hacen para aprender sobre su ciclo, para encontrar nuevos recursos para la Tierra o solo para continuar la exploración espacial? (Ver recuadro).

Por ahora, lo claro es que el único planeta donde se sabe, con certeza, que hay agua es en la Tierra y por eso hay que cuidarla y evitar todas las formas de desperdicio y contaminación desde lo individual y lo colectivo

Encélado, luna de Saturno, es una bola de hielo que, en su polo sur, tiene volcanes de agua. <b>Foto: NASA</b>
Encélado, luna de Saturno, es una bola de hielo que, en su polo sur, tiene volcanes de agua. Foto: NASA
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niños mueren a diario a causa de diarreas ocasionadas por agua contaminada: Unicef.

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