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Hay a quienes la música y una buena rumba los hacen muy felices, mientras otros prefieren el silencio y un ambiente tranquilo. Así como para otros el dulce es motivo de alegría, mientras que hay a quienes el azúcar les produce migrañas. Ha sido una búsqueda continúa intentar descifrar el secreto de la felicidad, y aunque algunos esfuerzos se quedan en frases de cajón, la ciencia ha tenido acercamientos para analizar qué es lo que motiva al ser humano a sentir que es verdaderamente feliz.
Por ejemplo, la investigadora de la Universidad de Harvard Sonja Lyubomirsky estudió durante dos décadas de qué depende la felicidad (ella la define como un estado de bienestar, combinado con un sentido de vida significativo), analizando el caso de gemelos con la misma información genética, que fueron criados en las mismas circunstancias y otros en diferentes ambientes. En su libro La ciencia de la felicidad: un método probado para conseguir el bienestar (2008) concluyó que el 50 % del bienestar depende de factores genéticos, el 40 % de las decisiones de vida y el 10 % de factores externos.
Eso lo respalda un estudio sobre los orígenes de la felicidad dirigido por el economista Richard Layard y publicado en 2018 por la Escuela de Economía de Londres. Después de entrevistar a más de 100.000 ciudadanos de Australia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos investigadores concluyeron que la salud mental de los niños tiene un impacto en la satisfacción en la vida adulta. Y claro, hay una relación directa entre los ingresos de una persona y su felicidad, precisa el estudio, pero en esos países descubrieron que la miseria no se debe a factores económicos sino a relaciones fallidas, y a enfermedades físicas y mentales.
Además, explica Nancy Hey, directora del centro de bienestar What Works y miembro del estudio en una ponencia, que “la evidencia muestra que la pobreza, el desempleo y la ruptura de la confianza social tienen un impacto en nuestro bienestar”, por eso recomiendan a los gobiernos cambiar el enfoque de sus políticas públicas: no centrarse en la creación de riqueza sino de bienestar.
El médico funcional Carlos Jaramillo, autor del libro El milagro metabólico (2019), explica que el cuerpo y la mente funcionan en doble vía: si uno está mal, el otro no funciona. Así que la salud integral se vuelve un factor primordial para tener bienestar. La OMS dice, por ejemplo, que la salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social”.
Pero apunta Jaramillo que si fuera por esa definición “nadie sería saludable en el mundo”. Para él, el bienestar es “un estado de vitalidad positiva, en el que además de que no estoy enfermo, me siento realmente bien, despierto, capaz para ejercitarme y hacer las cosas. Me siento cómodo con mi cuerpo y eso coordina con mis emociones”.
El enfoque médico que practica Jaramillo, quien tiene más de 369.000 suscriptores en su canal de YouTube, se centra en buscar estilos de vida que traigan bienestar. “Todo lo que uno decide, lo que se lleva a la boca, las horas que duerme, el ejercicio que hace, se traduce en una correcta reparación del cuerpo y por lo tanto bienestar, o al contrario, en un estrés significativo que termina desarrollando enfermedades crónicas”. En ese sentido, enfatiza, hay algunos alimentos desastrosos para la salud mental (como el azúcar) y otros que, por el contrario, le ayudan a funcionar mejor (ver Opinión).
La nutricionista Magnolia Escobar, directora del centro Nutrición & Figura, comenta que “el déficit de nutrientes como ácidos grasos esenciales, el hierro, el folato, la vitamina B12, el selenio o el calcio contribuyen a la depresión, demencia y falta de concentración. Por otro lado se conoce la reducción del deterioro en las personas con elevado consumo de frutas, verduras, frutos secos, pescado y moderado alcohol”, apunta Escobar (mire los recuadros para conocer qué se recomienda comer, de acuerdo con lo que ha probado la ciencia).
Claro, no se trata de alimentos mágicos que le dan una sensación de satisfacción inmediata. Aclara Escobar, “en ese caso yo les recomiendo a mis pacientes que se cuiden durante unas semanas y luego se coman su postre favorito en el lugar que más les gusta”. Eso además, continúa ella, da una sensación de recompensa al cerebro. Al contrario, lo que aquí se aconseja son alimentos que favorezcan al cerebro a largo plazo, para que funcione mejor y sea más sensible a esas hormonas que traen sensación de bienestar.
Algunos llaman a la serotonina, la dopamina, noradrenalina y las endorfinas, “las hormonas de la felicidad”. Pero Jorge Franco, médico neuropsiquiatra y fundador del centro Mente Aprende, explica que “no se puede afirmar que exista un neurotransmisor de la felicidad. Lo que pasa es que esas están muy relacionadas con la regulación del estado de ánimo de una persona y con emociones como la motivación, la iniciativa, el placer, la tranquilidad y el bienestar”, apunta el instructor en mindfulness o atención plena. Franco dice que esos neurotransmisores no solo están implicados en el estado de ánimo sino en otras sensaciones que en exceso pueden ser nocivas como los impulsos o la excitación.
En ese camino, hay algunas prácticas que usted puede incluir en su rutina y comidas que puede explorar para probar si le ayudan a sentir más bienestar. Y si no cree, mire lo que dicen expertos en la materia y en algunos estudios.