En una calle del centro histórico de Cartagena, pintadas en una de las paredes, hay dos mujeres sosteniendo flores y están rodeadas de colores vibrantes, entre verdes, rosas, azules y amarillos. Esos mismos diseños, creados por dos mujeres artistas colombianas, los llevarán miles de mujeres de 100 países del mundo pegados a sus pies, como accesorios, en formas de sandalias.
Se trata de una conjugación entre el graffiti, los colores, las ilustraciones, el arte urbano y la moda que para muchos es una oportunidad y una colaboración, mientras que para otros es una desvalorización y un cambio en el sentido de ambas.
Esta no es la primera vez que esta unión ocurre. De hecho, las primeras relaciones entre estas formas de expresión callejera y la moda se dan en la década de los 80, cuando artistas estadounidenses como Keith Haring y Jean Michel Basquiat con sus expresiones plásticas entre graffiti y pintura se unen a los trabajos de diseñadores como Vivienne Westwood y de marcas de ropa.
“Los diseñadores comienzan a fijarse en ese tipo de manifestaciones y las traducen en sus prendas. Se convierten en el transporte de esa grafía que desarrollan los artistas”, explicó William Cruz Bermeo, profesor en Historia del Vestuario y la Moda en la Facultad de Diseño de Vestuario de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Ahora, es común ver bolsos, camisetas, zapatos, gorros y hasta tapabocas con frases políticas, diseños coloridos o ilustraciones que reflejan la idiosincrasia de individuos y grupos.
¿Se perdió el significado?
Aunque ya ocurría durante el Imperio Romano, el graffiti se popularizó en Estados Unidos, donde fue usado como forma de denuncia y expresión ante políticas e injusticias. Su connotación estuvo siempre ligada a la rebeldía y a la ilegalidad.
“Ha sido una expresión que va más allá de imágenes bonitas y siempre ha tenido una postura y una extensión de mensaje. Es una forma de comunicación directa”, agregó Cruz.
Sin embargo, algunos sugieren que al unirlo con otras tendencias, como la ilustración o la moda, ha perdido su significado inicial, el de denuncia.
“No creo que sea así. De hecho, en los 80 la moda callejera y, sobre todo, las camisetas, se convirtieron en estandartes de una serie de mensajes, preocupaciones políticas, expresiones sobre las condiciones del planeta de los animales, entre otras. Fue usada la moda para manifestar posturas”.
Cruz agregó el ejemplo de la diseñadora Katharine Hamnett, británica, que incorporó en sus camisetas frases que exclamaban posturas políticas. Una de las más conocidas fue la que dice “‘58% Don’t want pershing”, para indicar que el 58 % de los británicos no estaban de acuerdo con la decisión de Margaret Thatcher y el Gobierno de permitir misiles estadounidenses en bases británicas.
La ilustradora y graffitera Mugre Diamante agregó que la esencia de rebeldía e ilegalidad sigue vigente en el graffiti, pero que herramientas como el aerosol han abierto oportunidades para técnicas diferentes que “se prestan para que quienes tienen habilidad de hacer ilustraciones se unan y hagan muros a gran formato o colaboraciones con marcas y empresas”.
Con esto concuerda la también artista Green Amarilla: “No creo que se haya perdido la intención del graffiti, este lenguaje es expresión, es político y siempre existirá y seguirá siendo parte de la sociedad”, aunque haya otras tendencias, como los murales con más ilustración que, al final, también comunican algo.
Maite Cantero, coordinadora de Investigación de Inexmoda, contó que el graffiti aún se conecta con una necesidad que habla del reconocimiento, con “tendencias multiculturales que buscan representar lo local a través de un lenguaje urbano”.
¿Colaboración o desvalorización?
Otro debate indica que, al unir lo comercial con la denuncia, se crea una desvalorización: “Históricamente se ha criticado cuando algunas expresiones gráficas o del arte transitan al campo de la moda porque esta última carga aún el peso de ser un asunto banal”, dijo Cruz.
Lo que estas personas no tienen en cuenta es que, “la moda tiene un impacto más grande y permite visibilización mayor que la de muchas acciones underground, así que se convierte en una plataforma de exposición de mensajes”.
Así ocurrió, por ejemplo, con la frase de la escritora feminista Chimamanda Ngozi Adichie, que dice “Todos deberíamos ser feministas” y que fue adaptada a una camiseta de la firma Dior. “La gente decía que era la exclamación convertida en mercancía. Pero hay que entender que este mensaje convertido en mercancía logra tener un alcance mayor”, puntualizó Cruz.
Con esto acordó Cantero: “La moda se inspira en los artistas para retomar los lenguajes o hacer colaboraciones para hacer productos que lleguen a través de la moda de una manera más masiva”.
La diseñadora gráfica Laura Diez contó que para ella, el arte es una forma de expresión y unirla con la moda le permite crear identidad y reconocimiento de ambas partes: “se potencia lo que es la marca y se le da a los artistas visibilidad”.
Es, entonces, una colaboración, según Cruz:, donde la moda le ofrece al graffiti un espacio más para dar a conocer la práctica de algunos artistas y el graffiti le ofrece a la moda la posibilidad de renovarse y de dialogar con nuevos lenguajes.