Un recuento de las últimas noticias evidencia que la experimentación con animales no se detiene sino que toma vuelo: en Estados Unidos lograron el primer trasplante de corazón de cerdo modificado genéticamente a principio de año, pero el hombre que lo recibió murió dos meses después; unas urracas en Australia se quitaron entre ellas mismas unos arneses de rastreo que científicos les habían colocado para un experimento; Ralph fue un conejo animado que en abril del año pasado alertó sobre la experimentación y los abusos de la industria cosmética en las especies animales; y más cerca, en Medellín, investigadores de la Universidad Pontificia Bolivariana desarrollaron un bioparche elaborado con seda del gusano de seda que busca reemplazar el marcapasos cardíaco y que ha sido probado en el corazón aislado de una rata Wistar.
Los animales no humanos han sido utilizados por hombres y mujeres a lo largo de la historia para su beneficio, para descubrir curas para enfermedades, remedios, tratamientos, y saber cómo reaccionaríamos ante sustancias, perfumes, fármacos.
Así, como lo mostró en su momento Ralph el conejo, han sido sometidos a experimentos que, muchas veces, los lastiman, los utilizan y les causan la muerte. Sin embargo, al mismo tiempo, los animales han sido piezas claves para salvar a la humanidad de varios padecimientos y, en ese mismo camino, se ha aprendido sobre las diferentes especies, en su propio beneficio.
Entonces, ¿cuándo es bueno y cuándo es malo? ¿Utilizar conejos para probar perfumes o maquillaje es malo pero usar ratas y ratones para desarrollar un bioparche que reemplace el marcapasos es bueno? ¿Los xenotransplantes, que crían animales específicamente para morir por el humano son aceptables? ¿Hay regulación o qué dice la bioética?
Una revisión histórica
En el pasado, sobre todo después del neolítico, cuando comenzó la domesticación y el humano se hizo más cercano al animal, se le sacó ventaja a esa experimentación. Esos desarrollos que han resultado son clave para la historia y es claro que han permitido llegar hasta donde se está hoy, pero es difícil entender por qué todavía ahora, siglos después, son necesarios.
¿Podría haber ciencia sin experimentos en animales? Según Alejandro Gómez Restrepo, docente de cátedra en la Corporación Universitaria Remington del curso de Farmacología, los modelos animales han permitido responder preguntas, entender procesos fisiológicos y patológicos de muchas enfermedades, evaluar moléculas que luego sirven para fármacos y encontrar tratamientos y curas para varios padecimientos.
Explica que aunque ya hay otros modelos que reemplazan esta experimentación, hay procesos para los que sí se necesita de un ser vivo para explicar y entender, como para enfermedades neurodegenerativas, metabólicas, endocrinas y demás. Algunas de las alternativas son las in silico o simulaciones con computadores, o con proyecciones matemáticas o estadísticas o con prácticas in vitro con las células animales, por ejemplo.
Mejor dicho, se experimenta aún con ellos porque no hay de otra, porque es la única alternativa para ciertos estudios y para resolver ciertas preguntas, y porque ya hay leyes y comités de bioética que velan por el no sufrimiento de los animales y que minimizan, al máximo posible, su uso para las ciencias.
Por ejemplo, la ley 84 de 1989 en Colombia, luego respaldado por la 1774 de 2016, exige que para hacer experimentación con animales debe existir un comité de ética debidamente conformado.
“Hoy en día las instituciones tienen la obligación de tener sus comités institucionales para el cuidado y uso de los animales”, explica Santiago Henao Villegas, docente investigador de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad CES, magistrado del Tribunal Nacional de Ética Profesional y consejero Nacional de Bioética.
Hay casos como el de los xenotransplantes, la utilización de órganos animales en humanos, donde utilizan animales para albergar ese órgano, casi siempre modificado genéticamente para que se parezca al humano y su cuerpo no lo rechace. Ahí se necesita al animal, aunque se estudian alternativas tecnológicas diferentes.
Preferencia por animales
Hay animales que duelen más que otros, que generan más empatía. Esa es la verdad. Seguro una mosca no le causa la misma lástima que un chimpancé o un perro.
Sin embargo, como dice Martha Ocampo Mejía, médico veterinaria, docente de Uniremington y presidenta a cargo del Comité de Bioética de la Universidad, “animal es animal, sea una mariposa o un elefante o una garrapata, merecen el mismo respeto”.
Las razones por las que unos se prefieren sobre otros para la experimentación suelen ser prácticas: la compatibilidad de algunos con el genoma humano, la facilidad que representan para su manejo, lo eficaces que serían al presentar resultados en el tiempo dada su rápida reproducción, entre otras.
El cerdo, por ejemplo, tiene similitud con varias estructuras del ser humano, añade Henao, y hay primates como el bonobo muy parecidas a los humanos, pero que no se usan porque no hay disponibilidad en todos los países sino solo en África o porque generan mayor empatía, porque sí es verdad que “para los humanos es más fácil aplicar la investigación en ratones porque sienten menos empatía en comparación con perros, gatos o primates”, puntualiza Henao.
Hay ratones que comparten 96 % de la información genética de los humanos, entonces son preferidos porque son fáciles de manejar, de conseguir, tienen rápida reproducción, y son pequeños, lo que hace más económica la experimentación.
Qué ha cambiado
El humano cometió muchos errores, porque como dice el consejero, en un inicio se creía que los animales eran autómatas, como relojes, seres no sintientes, sin consciencia.
Hoy se sabe que es diferente: Deisy Alejandra Gómez Ruiz, bióloga con maestría en Biología de la Universidad de Antioquia y docente en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Uniremington, explica que se creía que los moluscos no podían sentir dolor, pero que ahora se analizó el agua en la que se sacrifican los camarones y encontraron cortisol, una sustancia que es evidencia de ese sufrimiento.
Por eso, se debe tener precaución y saber los niveles de sensibilidad de diferentes animales para que los modelos que se utilicen reduzcan por completo el sufrimiento y el dolor.
¿Cuál es el protocolo?
Los comités de bioética de las diferentes instituciones que realizan experimentos siguen el principio de las tres “R”: refinamiento, reducción y reemplazamiento.
Refinamiento es someter cada proyecto de investigación al gremio de diferentes expertos para que ellos ayuden a refinar cada proceso, para que la técnica sea precisa, evitando dolor y sufrimiento.
El reemplazamiento es buscar otras alternativas, de ser posible, para no usar seres vivos, sino con otros modelos. Reducción habla de usar la menor cantidad posible de animales.
El protocolo indica que no está permitido investigar con animales para temas que no sean de beneficio para la salud humana o animal, como para la industria estética.
Los comités velan por el cumplimiento de todos los principios y la normatividad, que se apliquen las tres “R” y son, de hecho, los que deciden si sí se usarán animales o no y en qué fases. Revisan cómo se desarrolla el trabajo, si el animal parece sentir incomodidad.
Una vez termina la investigación, algunos mueren con eutanasia porque fueron concebidos solo para ese fin (como para xenotransplantes), porque sus tejidos y órganos serán estudiados, o porque se les inocularon agentes patógenos, como bacterias o virus, y significan un riesgo de expansión de ese agente.
“Siempre se busca una muerte que reduzca al máximo el sufrimiento, y ya se sabe con eutanasia cómo garantizar que no haya dolor”, añade Henao.
Para otros animales, el punto final del experimento no implica la muerte sino que pueden seguir su vida normal o son utilizados para otros trabajos.