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Especial Medellín 350 años | Los 500 días de la persecución final a Escobar

El Gobierno creó una fuerza élite de mil hombres, llamada el Bloque de Búsqueda, con la única misión de capturar a Pablo Escobar. Aunque cayó abatido en un tejado del barrio Los Olivos, el 2 de diciembre de 1993, su sombra aún persigue a la ciudad.

  • El 19 de junio de 1991, Escobar se somete a la justicia colombiana y queda recluido en la cárcel La Catedral, en Envigado. Lo hizo tras la prohibición de la extradición de colombianos por parte de la Asamblea Nacional Constituyente, que sesionaba en el país en ese momento. Foto: Hernando Vásquez “Hervásquez”.
    El 19 de junio de 1991, Escobar se somete a la justicia colombiana y queda recluido en la cárcel La Catedral, en Envigado. Lo hizo tras la prohibición de la extradición de colombianos por parte de la Asamblea Nacional Constituyente, que sesionaba en el país en ese momento. Foto: Hernando Vásquez “Hervásquez”.
  • Portada de la edición extraordinaria de EL COLOMBIANO, el 2 de diciembre de 1993. El día en que fue abatido Pablo Escobar. Imagen: EL COLOMBIANO.
    Portada de la edición extraordinaria de EL COLOMBIANO, el 2 de diciembre de 1993. El día en que fue abatido Pablo Escobar. Imagen: EL COLOMBIANO.
hace 6 horas
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“Abatido Pablo Escobar” fue el título, a seis columnas, con el que EL COLOMBIANO abrió su edición extra del 2 de diciembre de 1993 tras el operativo policial que terminó con la muerte del narcotraficante más buscado del mundo: Pablo Emilio Escobar Gaviria. Debajo, a todo lo ancho, una fotografía que testimoniaba el momento del levantamiento del cadáver. Mostraba un grupo de uniformados del Cuerpo Élite de la Policía al lado del cuerpo sin vida de Escobar, que era bajado, en una camilla, del techo de una casa vecina por donde quería escapar.

Así terminó un capítulo oscuro de la historia de Antioquia y, particularmente, de su capital, Medellín, lleno de años de horror: muertes, terrorismo, narcotráfico y miles de víctimas que dejó la guerra del capo contra el Estado, contra grupos rivales como el de Cali y los denominados Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), contra jueces, magistrados y periodistas, contra la sociedad toda, porque se tomó a pecho aquel apelativo con el que sus secuaces lo llamaban: el Patrón.

La caída de Escobar cerró un ciclo de terror, pero no fue el fin del narcotráfico; fue un punto de inflexión para que la ciudad sembrara la semilla de un proceso de reconstrucción, marcado por la confluencia de los sectores público y privado y de los liderazgos sociales y académicos, entre otras muchas fuerzas que llegaron a construir lo que se ha conocido como el milagro Medellín.

Si bien para el año 1993 ya los homicidios venían bajando en Medellín, dos años antes, en 1991, se había presentado el pico más alto, con un registro espeluznante de 6 809 casos, que puso a la ciudad como la más violenta del mundo para entonces; aquellas muertes se relacionaban con el narcotráfico, el conflicto armado, la delincuencia común y la intolerancia, entre otras causas, según estadísticas del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia (SISC).

Un estudio conjunto del C3 (Centro de Consultoría del Conflicto Urbano) y el Observatorio de Paz del Politécnico Jaime Isaza Cadavid, divulgado por EL COLOMBIANO en 2025, determinó que, durante las épocas de mayor violencia de la ciudad, el 90 % de los homicidios tuvieron que ver con la confrontación de criminales, principalmente entre 1990 y 1996.

El investigador y docente Gerard Martin, autor del libro Medellín, tragedia y resurrección. Mafias, ciudad y Estado 1975-2013, sin embargo, no limita el análisis a que con la muerte de Escobar se marca un punto de quiebre hacia el descenso de las muertes violentas en la ciudad. Ve lo del capo como un proceso, pero hace énfasis en que, paralelo a este, se dan varios hechos de desmovilización de guerrillas en los años 90 y 91.

Medellín y el país habían respirado profundo el 19 de junio de 1991, fecha en la que Escobar se somete a la justicia colombiana y queda recluido en la cárcel La Catedral, en Envigado. Lo hizo tras la prohibición de la extradición de colombianos por parte de la Asamblea Nacional Constitu-yente, que sesionaba en ese momento. Por cuenta de la no extradición, Escobar y el grupo denominado como Los Extraditables habían desarrollado una serie de acciones violentas para lograr ese objetivo. El lema era “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”. Ya alcanzado el objetivo, Escobar se entrega y va a la cárcel.

Se pensó en una era de tranquilidad, pero pocos meses duraría esa reclusión: se conoció la noticia de su fuga el 22 de julio de 1992.

Su paso por la cárcel estuvo marcado por polémicas, dadas las condiciones de lujo del penal. Tanto que el fiscal de entonces, Gustavo de Greiff, llegó a afirmar que La Catedral “no era una cárcel de máxima seguridad, sino de máxima comodidad”. Además, se documentó que en el interior del penal hubo ajusticiamientos de aliados, como los Moncada y los Galeano.

Así pues, tras la fuga vinieron once meses de locura. Más carros bomba, la aparición del autodenominado grupo los Pepes, la entrega, captura y aniquilamiento de numerosos miembros del Cartel de Medellín y los intentos infructuosos de la familia de Escobar Gaviria por abandonar el país fueron algunos de los hechos más destacados que enmarcaron ese periodo entre la fuga y la muerte del capo.

“Fueron más de 300 días de locura, durante los cuales el país vivió en la incertidumbre de una persecución que no parecía tener fin y de repetidas amenazas y tensiones”, señaló EL COLOMBIANO el día de la caída del capo.

Hasta este momento, Pablo Escobar había sido vinculado, con medidas de aseguramiento, en los siguientes casos: secuestro extorsivo y fuga de presos, atentado contra el avión de Avianca, asesinato de Luis Carlos Galán, asesinatos de los hermanos Galeano y Moncada, secuestro de Diana Turbay, homicidio del periodista Jorge Enrique Pulido, atentado contra el DAS en Bogotá y asesinato del magistrado Hernando Baquero Borda. También se le habían proferido resoluciones de acusación por el asesinato de Guillermo Cano, director de El Espectador.

Portada de la edición extraordinaria de EL COLOMBIANO, el 2 de diciembre de 1993. El día en que fue abatido Pablo Escobar. Imagen: EL COLOMBIANO.
Portada de la edición extraordinaria de EL COLOMBIANO, el 2 de diciembre de 1993. El día en que fue abatido Pablo Escobar. Imagen: EL COLOMBIANO.

El Estado respondió a la década más sangrienta de Medellín con una apuesta inédita: la creación de una fuerza de élite de mil hombres bautizada como el Bloque de Búsqueda, cuya única misión era atrapar a Pablo Escobar. Germán Castro Caycedo la retrató con minucia en Operación Pablo Escobar, donde la describe como un ejército en guerra contra un solo hombre y la organización que lo protegía.

La ciudad vivía una guerra abierta a finales de los 80. Las calles eran trincheras, las avenidas campos de emboscada, y en ese escenario los primeros pasos del Bloque estuvieron marcados por la precariedad. Una de sus operaciones iniciales terminó en fiasco: a punto de capturar a Escobar en un centro comercial, donde estaba con su esposa, la misión se vino abajo al ser descubiertos. El capo recibió la alerta y, en minutos, su lugarteniente Pinina llegó al lugar con ciento cincuenta sicarios listos para cercar a los uniformados. La retirada fue caótica: los hombres del Bloque debieron abandonar sus vehículos y armas y escapar en taxis; un episodio que reflejaba la enorme desventaja con la que comenzaron.

No era solo cuestión de poder de fuego. El obstáculo mayor estaba dentro de la propia institucionalidad. Escobar tenía compradas franjas enteras de la Fuerza Pública: militares, policías metropolitanos, agentes del DAS y hasta patrullas de Envigado. La corrupción era tan profunda que la Policía Militar funcionaba como sus ojos: le notificaba cada movimiento del Bloque de Búsqueda.

La cacería cambió de rumbo cuando la estrategia dejó de ser frontal. El Bloque entendió que no podía vencer en un choque abierto y giró hacia la inteligencia meticulosa. Cuenta Castro Caycedo en su libro que se levantaron bancos de datos, se elaboraron organigramas de la estructura criminal y se abrieron salas de interceptación y escaneo de comunicaciones para seguirles la pista a los sicarios. Uno de los recursos más simbólicos fue el primer cartel de se busca, con los rostros de Escobar y de sus hombres de confianza: Pinina, Tyson y otros.

Al mando del coronel Hugo Aguilar, el equipo montó cuatro salas de interceptación en lugares secretos para esquivar atentados y sistematizó información con fichas de antecedentes y mapas de la red criminal. Medellín era todavía un campo de guerra, pero a partir de entonces el Bloque dejó de andar a ciegas: empezó a cercar a Escobar con datos, números y voces interceptadas, las mismas que algún día lo delataron.

Y el desenlace de esta historia llegó el 2 de diciembre de 1993 con un operativo policial llevado a cabo en el barrio de Los Olivos, occidente de Medellín, donde el capo se escondía en una casa común y corriente, del cruce de la carrera 79A con calle 45D, marcada con el número 45D-94.

Una crónica de EL COLOMBIANO de ese día, que registró cómo fue el operativo contra Escobar y su muerte, describió que la última persona que alcanzó a ver su enorme cuerpo, su cabello largo y su cara redonda y poblada de una espesa barba gris pensó que estaba soñando. Hizo este relato: “Cuando apareció frente a mis ojos, encaramado en el techo y moviendo sus manos como para decirme que cerrara la puerta, no pude confundirlo con nadie. Asombrada pronuncié su nombre: ¡Pablo Escobar! No comprendo por qué me hizo esa señal. Di unos pasos hacia atrás. Creo que sólo alcancé a verlo unos segundos. Venía caminando descalzo sobre el caballete”.

Esa testigo, en ese momento, narró que los uniformados que llegaron a realizar el operativo gritaban una y otra vez “de esta cueva no se nos va” y “Pablo, te van a matar”. Y vino un cruce de disparos, luego de los cuales Escobar cayó muerto sobre el tejado de la casa vecina por donde pensaba escapar, junto con uno de sus secuaces.

Entérese: “Hoy en día siento un profundo odio por Pablo Escobar ”: habla Virginia Vallejo

Dos apartes del Editorial de EL COLOMBIANO del 3 de diciembre de 1993 retratan ese momento para la historia de Medellín y del país:

“Se ha doblado otra página de la guerra que padece Colombia. Fue abatido Pablo Escobar, símbolo de la batalla contra el narcotráfico y su consecuencia, el terrorismo. Fue el desenlace violento de un periplo de violencia, y el ejemplo claro y cruel de que toda violencia sólo genera más violencia. La muerte de Escobar no es el fin de la delincuencia ni del narcotráfico, que tiene múltiples y complejas ramificaciones no sólo en Colombia sino en el mundo entero. Mal harían las autoridades y la sociedad civil en bajar la guardia. Sería erróneo no seguir buscando las distintas causas de la violencia y el delito para aplicar soluciones integrales en un marco humano y justo”.

Los años de la reconstrucción

No es que inmediatamente después cayeron los homicidios y la violencia en Medellín. Se seguía matando, y mucho, pero la tendencia continuó bajando, como ya se registraba en 1993, año en el que hubo 5793 casos. Bajaron a 4015 en 1996 y a 3063 en 1997. Pero hubo otro pico alto en 2002, con 3829 homicidios.

A la par que en la ciudad se marcó un hito en la infraestructura con la inauguración del Metro a mediados de los años 90, el país entró en un proceso de fortalecimiento de las instituciones y de la Fuerza Pública, producto también de la reforma constitucional, lo cual hizo el camino menos fácil para el crimen organizado, según lo expone Gerard Martin.

Llega el gobierno de Álvaro Uribe en 2002 y su política de seguridad democrática, que contribuyó a bajar aún más las muertes violentas en la ciudad, hasta descender a menos de 1000 casos. “Pero no es solo Uribe, sino también una mejora de las instituciones”, dice Martin.

Y llega la alcaldía de Sergio Fajardo en 2004 y luego lo sucede Alonso Salazar y se instaura en la ciudad una política de urbanismo social que Aníbal Gaviria continuó, y que penetró en el alma de las zonas más populares —parques biblioteca, planes urbanos integrales...—.

Aunque las negociaciones del Gobierno con los paramilitares acentuaron momentos de paz urbana, también pesó en contra luego con la extradición de varios de sus cabecillas a Estados Unidos. Los homicidios en la ciudad vuelven a subir hacia 2009 a más de dos mil casos.

Medellín superó los años aciagos del narcoterrorismo, pero seguramente nunca se desprenderá de la sombra de Pablo Emilio Escobar Gaviria. Su imagen hoy es explotada comercialmente en los narcoturs ofrecidos por cuenta de un turismo cada vez más amplio de extranjeros y nacionales.

¿Qué hacer? Para Gerard Martin, en vez de pelear contra esa inevitabilidad de la turistificación de Escobar, habría que construir una narrativa seria que vaya a la realidad de quién fue y qué pasó entonces. “Se hizo la apuesta con el parque allá donde estaba el edificio Mónaco —edificio donde vivía Escobar con su familia, y que fue demolido—, pero eso no es suficiente”, dice Martin.

El alcalde Federico Gutiérrez sostiene que el cambio cultural es el desafío más complejo, pero también el más transformador. Destaca que cada vez son menos quienes caen en la trampa de romantizar al mafioso y más los que entienden que la ciudad no se reduce a la bala o a la cocaína, que entienden que ella se expresa en la cultura, el deporte, la innovación, la música y la ciencia.

Subraya que este esfuerzo empieza en los colegios, en las casas y en las calles, y enfatiza que el daño causado por Escobar no define a Medellín, cuyo verdadero símbolo es su gente, capaz de transformar la página más oscura en una historia de esperanza. Ese, sin embargo, es un reto a medio camino, porque la sombra de Pablo Escobar sigue persiguiendo a la ciudad.

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