Cecilia Echeverri tiene 82 años y un sueño por cumplir. Cada día, cuando se levanta, da las gracias porque está viva. Después de desperezarse, de tomarse un café o un jugo de naranja, piensa en su sueño. Camina por los corredores de su casona, levantada en 1953; escucha música clásica en un salón amplio, rodeado de un jardín bien cuidado. Pero sus pensamientos se mantienen fijos: hay que dejar un legado antes de morir.
Las paredes de la casa de Cecilia están llenas de obras de arte, obras que ella misma pintó hace muchos años. Cada una representa una época diferente de su vida. Los bodegones fueron su tesis de grado de la Academia Superior de Arte. Los paisajes atmosféricos, una obsesión de varios años. Todos hacen parte de una carrera artística de medio siglo.
Y ahí está el sueño que tiene a los 82 años: que su obra se conserve. Pero, más que los cuadros, que lo físico, Cecilia está empeñada en dejar un legado, algo intangible. Esta noche comienza a materializarse ese anhelo. En su casa de El Poblado, donde ha vivido desde 1953, se celebrará hoy una velada musical. Los invitados han sido seleccionados previamente, sin mucho ruido. Son casi todos exalumnos de Cecilia.
La invitación es concreta: el renacer del taller. En 1977, cuando caminaba por el Centro, Cecilia sintió un “frenazo” cuando pasó por el Palo con Colombia. Estaba buscando un lugar para “hacer arte”, para pintar; un lugar en que tuviera libertad para poner los bastidores, las acuarelas, los pinceles.
En esa esquina, en pleno Centro, abrió el taller de Arte este Punto. Así unió sus dos pasiones: el arte y la educación. Con el tiempo, al pequeño espacio fueron llegando niños de todos los rincones de la ciudad. “El taller fue un súper éxito. Con los niños hicimos exposiciones en el Banco de la República, nos ganamos todos los concursos”, dice Cecilia, recordando aquellos tiempos.
En su casa guarda decenas de recortes de prensa, ya amarillos y tostados, en los que se habla del taller y de su obra. En un artículo de EL COLOMBIANO, de la década del 80, se cuenta la historia de uno de los alumnos de Cecilia. Con altivez, el niño llegó hasta la redacción del periódico, con sus obras bajo el brazo, y dijo que quería ser un pintor famoso. En las páginas de este diario salió el niño mostrando sus obras.
En 1991, en las páginas de este diario apareció una crónica de Reinaldo Spitaletta titulada Una flor para pintar. Más que una nota informativa, es una semblanza a Cecilia, que para esa época ya tenía una obra consolidada.
Viendo los recortes, Cecilia vuelve sobre su sueño: revivir, abrir de nuevo el taller para que su legado continúe. Y no es un anhelo narcisista, pues lo importante no es su obra, sino el aprendizaje. La idea es que los niños lleguen hasta su casona, en El Poblado, y se acerquen al arte, como en las época en que funcionó el taller de Arte este Punto. En esa labor le ayuda Yasmín Sánchez, una profesora de Bellas Artes que está empeñada en cumplirle el sueño a Cecilia.
“Somos varios los que estamos pendientes de ella. La idea es que perdure su legado en la educación del arte para los niños, que se siga formando público. Cuando ella se vaya, el arte quedará acá”, dice Yasmín.
La idea es que el taller abra sus puertas el año entrante y ofrezca clases de pintura, modelado en plastilina y música. La educación ha sido una obsesión en Cecilia y eso lo reflejan los dos libros que escribió.
Uno de ellos, titulado El holismo en la educación formal, propone que el arte sea el eje conductor de la educación humana, es decir, el que le da sentido a los demás saberes.
Con la velada de esta noche, que será amenizada con música de violín y piano, comienza el sueño de reabrir el taller, que cerró en 1987 y volvió a funcionar intermitentemente hasta la pandemia. No es un asunto de vanidad, es un sueño antes de partir .