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n las primeras horas de la mañana, cuando algunos niños ya han ajustado más de 40 minutos de caminata, llegar al salón de clases es la respuesta para calmar el hambre. Con preocupación, reconoce el profesor Juan Carlos Posada, muchos de sus estudiantes solo asisten al colegio por el restaurante escolar, con el agravante de que a veces este servicio se interrumpe varias veces en pleno año académico.
Juan Carlos es docente de la Institución Educativa Pedro Nel Ospina de Ituango, al Norte de Antioquia, un colegio en la zona urbana con cerca de 1.800 estudiantes distribuidos en cinco sedes. En esta subregión se ubican 596 de las 4.335 sedes educativas que tiene el Departamento en 117 municipios no certificados. En estos espacios de aprendizaje la lista de deudas por saldar crece cada día. La Gobernación de Antioquia, en múltiples diagnósticos, ha señalado que el sistema educativo presenta “serias dificultades al momento de garantizar la permanencia de estudiantes”.
De acuerdo con esta entidad, la tasa de deserción a 2018 en Antioquia alcanzó el 3,1%, lo que pudo significar el abandono de la escuela de cerca de 12.900 niños durante este año.
Los líos también son de infraestructura. Posada cuenta que en la I.E Pedro Nel Ospina existen espacios “demasiado pequeños para adelantar los procesos de formación y se cae en el hacinamiento”. La Gobernación arroja otro dato que dificulta la intervención en las aulas escolares: el 44 % de los predios donde se encuentran las sedes educativas oficiales no tienen clara su situación legal y no se puede invertir en ellas. Así, en las veredas y zonas rurales, por ejemplo, los laboratorios de química terminan convertidos en restaurantes escolares por la falta de espacios. O las redes de alcantarillado son tan deficientes que el agua potable ni siquiera llega, lo que ocurre en 495 sedes del departamento.
En otras sedes, como la Institución Educativa Santa Teresa de Argelia, en el Oriente, el techo vive sorteando como puede las goteras y en el piso siguen creciendo los huecos. Su coordinador, Édgar Rendón, apunta que “todo sigue igual” en ese tema y que la única respuesta que han recibido al respecto son encuestas.
En 2019, las autoridades departamentales y la Universidad de Antioquia recorrieron las nueve subregiones para elaborar un Plan de Educación para el 2030. Allí quedaron en evidencia las brechas marcadas entre los diferentes municipios. Mientras en el Valle de Aburrá la cobertura neta en educación media es del 53,6%, en el Bajo Cauca apenas alcanza el 35,5%.
Este tipo de fisuras también son claras entre el campo y la ciudad: la tasa de cobertura neta en la media rural fue de 38,3%, inferior a la urbana, calculada en 46,7%. De cada 100 estudiantes que inician el grado primero en las instituciones educativas rurales en Antioquia, solo 22 terminan el bachillerato.
En algunos casos, comenta Édgar, las familias migran de un lugar a otro por su inestabilidad económica. Y, en ese ir y venir, terminan sacrificando el proceso educativo de sus hijos. Algunos nunca se reintegran al sistema escolar.
El diagnóstico de la Universidad de Antioquia también reveló dos grandes saltos en el ciclo escolar en el que la deserción es más alta: en sexto y en noveno.
El profesor Roberto Torres, de la I.E San José de Venecia, del Suroeste antioqueño, recuerda que el colegio tenía 1.050 estudiantes hace cinco años, mientras hoy tienen 780. Varias son las causas a las que él atribuye esta disminución: los hogares son más pequeños y el municipio es una zona de parcelaciones y fincas en donde la población migra con frecuencia.
Algunas familias, dice, no cuentan con los recursos para sostener a un niño en edad escolar. El servicio de alimentación del colegio, aunque quisieran, no tiene tantos cupos para los 780 estudiantes y apenas cubre a 175. “Es una diferencia bastante exagerada”, apunta Torres.
En Medellín, aunque la inversión en educación roza el billón de pesos por año, según datos de la Secretaría de Educación local, los pendientes siguen sumando también en aulas y mobiliario, con una meta de $288.056 millones este cuatrienio para infraestructura.
El acceso a la educación superior (ver recuadro) también tiene su ruta de trabajo en el Plan de Desarrollo. Entre los puntos que inciden en las bajas tasas de acceso en algunas subregiones, según la Gobernación, inciden los precarios ingresos económicos familiares y falta de orientación. El reporte del Sistema de Prevención y Análisis de la Deserción en las Instituciones de Educación Superior (SPADIES), del Ministerio de Educación, señala que en Colombia se registró una tasa de deserción rural cercana al 50% para el 2018, en los niveles técnico, tecnológico y universitario.
Según el Observatorio de Medellín Cómo Vamos, la cobertura bruta en educación media en la capital se redujo levemente en los últimos años, al pasar de 74,9% en 2017 a 74,4% en 2018. “La meta de alcanzar una cobertura de 95% en 2030 no podría alcanzarse entonces, de proseguir el comportamiento de los últimos cinco años”.
Con todos estos datos en cuenta, la ruta de trabajo de la Gobernación, de acuerdo con el Plan de Desarrollo 2020-2023, contempla algunas metas ambiciosas. Entre ellas, construir 279 aulas nuevas en el departamento, hacer mantenimiento en 212 sedes más, dotar de mejor mobiliario a 1.300 colegios, legalizar 110 predios y conectar a internet 1.322 escuelas.
El trabajo también será con los 19.447 maestros y directivos docentes, puesto que el objetivo de la Gobernación es adelantar estrategias pedagógicas para el mejoramiento educativo con estos docentes.
El plan, sin embargo, debe tener en cuenta una baraja de dificultades variables en cada colegio y en cada estudiante. Como añade Posada, algunos de los jóvenes sufren las consecuencias de la violencia, son desplazados, no viven con sus padres y terminan por dejar las aulas para salir a trabajar. Uno de los enfoques estará, según la Gobernación, en las zonas rurales, en donde en algunas instituciones los salones ya se han perdido por abandono y las aulas terminan convertidas en bodegas.
Periodista del Área Metro. Me interesa la memoria histórica, los temas culturales y los relatos que sean un punto de encuentro con la ciudad en la que vivo, las personas que la habitan y las historias que reservan.